RECONOCIMIENTO
› Por Paula Jiménez España
Es una tarde helada, una de las más crudas de este invierno. Sin embargo, ella se siente acalorada y se abanica, se saca el sedoso pañuelo de flores lila y turquesa que le cubre el pecho y lo deja caer sobre sus hombros. Después, se acerca a una de las ventanas del salón del primer piso del Inadi y la abre, para que pase el aire. Con ese modo que tiene de hablar, tan cálido, tan suave, dice: Estoy nerviosa. Y no es para menos. Hoy 26 de julio, Diana Sacayán, militante, periodista de la revista El teje y del suplemento Soy, y futura candidata a defensora del Pueblo de La Matanza, será homenajeada por segunda vez en poco tiempo. El anterior reconocimiento le fue otorgado el último 4 de junio cuando la campaña “Ni una mujer más víctima de las redes de prostitución” destacó su trabajo y sus aportes al abolicionismo en materia de prostitución y trata. En esta ocasión, es la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires la que la reconoce, y por eso hoy Lidia Fagale, secretaria general de la Utpba, en minutos más se dirigirá al público presente. Pero en minutos, porque por ahora Lidia anda sonriente de aquí para allá, charlando con todo el mundo. Es que en esta solemne oficina del edificio de Diagonal Norte, cuyos pasillos son helados como la tarde, desde las seis se siente el clima de una celebración. Y la alegría que a todas luces puede percibirse no se debe sólo a que Diana sea la gran y merecida protagonista de este acto, se debe, también, y fundamentalmente, a las conquistas del colectivo travesti, a ese batallar en el que, durante años, Sacayán ha puesto el cuerpo, el alma, la palabra.
El espacio está lleno de gente querida, compañeros y compañeras de lucha. Somos una familia, dice ella, capaz de reconocer en todas estas caras uno o varios momentos de su vida. Y en eso piensa para tranquilizarse. Ahora, las formalidades comienzan, y Lidia Fagale y Pedro Mouratian, titular del Inadi, pasan al frente. Sin importarle, sin saber dónde está, un niño, hijo de dos mamás amigas de Diana, pasa gritando debajo de la enorme mesa que ocupa casi enteramente el espacio. Sobre ella, una caja guarda el objeto de vidrio que le será entregado y que dice: “A Diana Sacayán, por su trabajo y militancia en la construcción de un mundo más justo y equitativo”. Es un elegante rombo de vidrio que, tras los discursos, Fagale pone entre las manos de la homenajeada. Y ella, que sabe disimular muy bien sus nervios, arranca, sin la más mínima vacilación, haciendo un poco de historia: “En el momento en el que, en un local del PC de Laferèrre nos empezamos a reunir para ver cómo enfrentar a la policía que nos perseguía y no nos dejaba trabajar, nunca hubiese imaginado estar acá. Pero tampoco hubiera imaginado el momento anterior, cuando se me propuso integrar la revista El teje”. Este, que es el primer periódico travesti latinoamericano, salió a la luz en noviembre de 2007 y allí escribe Diana desde sus comienzos. Todavía hoy, si queremos acceder a los primeros editoriales de El teje a través del blog de Marlene Wayar, el señor Blogger nos advierte sobre la peligrosidad de su contenido.
Desde todos los rincones del salón, hay alguien arrobado que la mira y la escucha desplegar la historia de un camino personal y colectivo sin saltearse ningún paso. Y entonces llega el turno de este suplemento: “Marta Dillon y Liliana Viola me convocaron para trabajar en el Soy. Allí tuve la posibilidad de ir contando lo que pasaba con mis compañeras. Entre otras cosas, hablé del no acceso a la vivienda o la situación de persecución. Hacer un poco de justicia al poder relatar lo que estaba sucediendo. De compañeras, como Lohana o Marlene, aprendo todo el tiempo. Marlene es como los japoneses, que preparan autopistas a treinta años, ella piensa de acá a treinta años y es difícil interpretarla hoy, porque está siempre adelantada”. Pero a Marlene todavía las estamos esperando y ya son casi las siete. De ella se ha comentado, antes de que empiece el acto, que siempre llega tarde a todos lados. En cambio, la puntual Lohana fue una de las primeras en presentarse en esta oficina para acompañar a su amiga, aun después de haber tenido un día largo y cansador en el que le pasó de todo, incluso perderse en una ruta. Cuando Diana termina de hablar le pide a Lohana que diga unas palabras. “Siempre hace lo mismo —dice Berkins—, si no lo hace, se acaba nuestra amistad.” La gente se ríe y ella, con su característica locuacidad y simpatía, encara un discurso en el que terminará denunciando los frecuentes y perversos manejos con que los medios abordan la realidad travesti. “¿Por qué no vienen al Inadi a ver cómo trabaja una travesti? ¿Por qué la prensa masiva no está acá? En cambio, si Diana y yo nos agarramos de los pelos están en cinco minutos. O a la zona roja van a cada rato. Hoy ese tipo de periodismo nos llama cada vez con mayores exigencias, pidiendo, por ejemplo, una travesti que haya sido violada por el padre, además por el abuelo y además por el tío. Y yo les respondo: Pero esto no es un supermercado de travestis, somos organizaciones y lo que hacemos es luchar.”
Minutos después, cuando termina el homenaje, lo que nos queda es compartir un brindis y para eso nos trasladamos todos a un hall donde, sobre una mesa redonda, nos esperan sandwiches, medialunas con jamón y queso, gaseosas. Diana alza su copa y después de mirarnos a todos a los ojos y hacer chin chin en el aire, es asaltada otra vez por una suerte de pudor que la sonroja. “Bueno, che, ¿qué se cuenta? —pregunta—. Digan algo.” Se nota: lo que intenta es convertir este asunto en otra cosa, una reunión que no la tenga a en su centro. Apenas pasan unos minutos y las dos nos sentamos en un sillón del hall para tener una breve charla. Diana se cruza de piernas y comienza. Habla rápidamente ahora, recobra soltura, sus palabras van adquiriendo cada vez una mayor fluidez, un tono íntimo.
¿Cómo llegaste al activismo?
—Al activismo llegué la primera vez que estuve detenida por una persecución policial. Era muy difícil conseguir abogados y gente que se comprometiera para que la denuncia pudiera tomar lugar público. En el medio, mi hermana Sacha se contactó con Lohana, quien me fue a ver a la cárcel y se involucró con mi tema. Desde entonces ella y Marlene se convirtieron en mis dos pilares, sostienen mi forma de pensar y de construir. Son mis hermanas de la vida ellas dos. Una aprende a construir no sólo su identidad sino también formas relacionales; en esas formas también apareció otra familia que son ellas, de quienes me nutro todo el tiempo. A partir de este encuentro comenzó mi activismo. Nosotras veníamos de provincia a Capital a formar parte de un activismo que, si se quiere, nos era ajeno porque era el de la ciudad. Después, con el tiempo, nos fuimos organizando nosotras mismas en nuestro territorio.
¿Cuándo comenzó tu interés por el periodismo?
—Cuando pude hacer la carrera en la Universidad de las Madres de Plaza de Mayo. Antes ni siquiera podía sintetizar el trabajo que hacíamos con la organización, pero ahí me animé. Y tras tomar costumbre con el texto, empecé a escribir. El segundo paso importante para la construcción de una mirada distinta fue participar de los talleres de formación en periodismo y de crónicas en El teje. Esos dos momentos fueron fundamentales para que yo pudiera narrar y mirar el mundo de otra manera. Era muy difícil para mí ser parte del activismo y correrme de esa realidad para contarla. Era como hacer que saliera un fantasma de mi cuerpo, que pudiera mirar lo que estábamos viviendo yo o las personas cercanas. Después vino Soy. Para mí El teje y Soy, son dos cosas distintas, pero que transitan el mismo discurso. El teje con su especificidad: contando la realidad travesti, transexual y transgénero. El Soy ampliando un poco más su voz al introducir otras realidades, pero ambos lo que hacen es un aporte para contrarrestar un poco el discurso de los medios hegemónicos. Vienen a poner algo de peso en la balanza contra miles de otros medios que sostienen un discurso binario, heterosexual, machista. Y nosotras estamos allí, formando parte de esos espacios que hay que defender y es donde podemos introducir nuestras voces, hasta hace un tiempo calladas o contadas por otros.
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