MI MUNDO
Repasamos la subcultura del voguing, nacida de los suburbios de Nueva York de la mano de las drag queens. El estilo que Malcolm McLaren y Madonna hicieron conocer en todo el mundo dos décadas atrás y que hoy vuelve a ser fuente de inspiración.
› Por Gustavo Lamas
En esta época, en la que la historia de la música pop parece estancada en una encerrona mordiéndose la cola retro tras retro, le tocaron los quince minutos de revival al voguing. El sello Soul Jazz Records, especialista en reediciones y en recontextualizar hitos de la cultura pop, seguramente tenga parte de la culpa, ya que editó, a principios de este año, el triple cd Voguing and the House of Ballroom Scene of New York 1976-1996 con un repaso por los temas característicos de esta escena, un mix en manos de Junior Vázquez y un libro con fotos de Chantal Regnault con retratos de los voguers de la época de oro. Así, una vez más, el voguing vuelve a ponerse en el centro de todas las miradas, al menos de los que siguen buscando alguna inspiración para sonar en la pista y continuar exprimiendo el legado del disco y el house.
Aquello que Malcolm McLaren y Madonna supieron hacer conocido en todo el mundo y tuvo su auge hasta mediados de los ’90, hoy vuelve a ser tomado como fuente de inspiración por artistas de distintos lugares. El DJ MikeQ sigue componiendo música de ese estilo y toca en fiestas en Nueva Jersey donde aún se compite, varios artistas ingleses del sello Night Slugs usan el voguing como referencia, el modelo y cantante Zebra Katz toma elementos voguianos con su corte “Ima Read” y el excelente cantante pop chileno Alex Anwandter homenajea la película Paris Is Burning, fundamental para entender este movimiento, en su último clip ¿Cómo puedes vivir contigo mismo?. Para cerrar el círculo, Madonna en Girl Gone Wild presenta bailarines vogueando homenajeando, una vez más, aquel movimiento que iniciaron las drag queens de los suburbios de Nueva York.
El voguing surgió como un tipo de baile que arrancó a finales de los ’70 en el Harlem y tuvo su momento de esplendor en el under de Nueva York a finales de los ’80. Es mucho más que un baile o una música, es una subcultura adoptada por gays, latinos y negros de clase trabajadora. Tomando el ejemplo de las disputas entre los break dancers y raperos de la escena hip-hop, los voguers, con mucha menos agresividad, hacían duelos entre bailarines. Las drag queens transformaban la pista en una pasarela. En esa mezcla de baile y desfile imitaban las poses y exageraban las líneas perfectas y la flexibilidad de las modelos en revistas de moda como Vogue. De ahí surgió el nombre. Un jurado puntuaba y elegía ganador a aquel voguer que mejor look y mejor performance lograra. Se originó en salones de baile denominados Drag Balls y fue luego incorporado por algunos clubes. Para competir se dividían en diferentes categorías que se reinventaban continuamente y, básicamente, tenían que ver con el montaje que se usara para bailar. Detrás de la fantasía, cada uno se podía convertir y transformar en supermodelo, colegiala, militar, rapper, ejecutivo o chico country. La anécdota sobre el surgimiento del nombre, que fue casi de casualidad, cuenta que, en un after hour en el que estaban algunas de las figuras que terminaron siendo importantes para el movimiento, Paris Duprée sacó de su bolso una revista Vogue mientras bailaba y, de golpe, se paraba e imitaba alguna pose, luego seguía al ritmo para dar vuelta la página y petrificarse en otra pose. La fotógrafa francesa Chantal Regnault, que supo involucrarse y retratar la escena como nadie, ensaya una definición: “Pienso que el voguing fue probablemente la versión gay del breakdance pero, en este caso, era algo mucho más privado. Se hacía en un club y era más como un duelo. Se bailaba uno con otro para ver quién lo hacía mejor”.
En su origen, el voguing sólo se daba en los salones de Harlem. David De Pino, protegido de Larry Levan durante los últimos años del Paradise Garage y quien se hacía cargo de la cabina en algunos segmentos de la noche como la apertura, les dio espacio a los voguers en el club Tracks. Desde 1989, Junior Vasquez comenzó a elaborar producciones especialmente compuestas para el movimiento voguing y en su club Sound Factory también había un momento de la noche dedicado a ellos. Con el tiempo las posturas fueron evolucionando y se incorporaron elementos de las artes marciales a lo Bruce Lee o movimientos más gimnásticos. Muchos temas clásicos de la escena precursora de Nueva York que ponían Dave Mancuso y Nicky Siano en su clubes fueron adoptados por los voguers. Love Is The Message, de MFSB, se transformó, con su dramatismo épico, en himno de la escena, ideal para la apertura de las competencias. “Love Hangover”, de Diana Ross, tenía los ingredientes de feminidad y sensualidad ideal, y temas como “Ooh I Love It (Love Break)” de Salsoul Orchestra tenían el groove perfecto para el baile y la línea de bajo característica que luego fue tomada en Deep in Vogue de Malcolm McLaren y Vogue de Madonna. Siempre atento, Malcom McLaren, el legendario manager de los Sex Pistols clave en el apogeo del punk, supo absorber elementos del hip-hop y captar la subcultura del voguing para hacerlo conocido al mundo dos años antes de que Madonna lo hiciera. Con una copia con material sin terminar de lo que sería el documental Paris is Burning que le había suministrado el DJ de The Tunnel Johnny Dynnel, Malcom McLaren no dudó en hacer algo con esa escena en la que encontraba una pasión por el movimiento que escaseaba en los shows que frecuentaba en Gran Bretaña por esos días y no dudó en adoptar a Willie Ninja, la madre de la House of Ninjas, como imagen para su video Deep in Vogue.
En 1989 Junior Vásquez produjo “X” y “Just Like A Queen” con Elis D. Eran temas pensados para que el voguer se pudiera destacar en la pista. Por aquella época Madonna comenzó a frecuentar el Sound Factory, donde conoció a José y Luis de Xtravaganza, quienes lograron impactarla al punto de que hiciera Vogue y, finalmente, los llevara a su gira “Blond Ambition Tour”, en la cual se filmó “A la cama con Madonna” con alto protagonismo de ambos.
Detrás del hedonismo del baile del voguing, que se conoció como la escena House Ballroom, también había un el componente político. Aunque no era algo explícito, el contexto en el que se desarrollaba funcionaba como refugio y lugar de pertenencia para las minorías sexuales y raciales con una alta participación de gays, travestis, latinos y negros. Las drags negras de clase baja sufrían la marginación no sólo de su familia sino, dentro de su grupo étnico, la de los líderes de las pandillas que destilaban tanto machismo como los blancos. Por eso se armaron las “casas” que se transformarían en una nueva familia de la diversidad, estableciendo incluso los roles de madre, padre, hijos. En las “casas” se contenía a aquellos que eran rechazados en su familia por su condición sexual y quedaban en condiciones de marginalidad. Cada una era presidida por “La madre de la casa”. Varios de los referentes de la escena, como Willie Ninja o Pepper LaBeija, eran las “madres” de sus casas, que se multiplicaron bajo nombres como Chanel, Corey, Dupree, Field, LaBeija, LaWong, Ninja, Pendavis, Saint Laurent y Extravaganza.
Una subcultura que unía aquellas elecciones de vida junto a una nueva estética propia del impacto visual y sonoro. El voguing permitía crear un nuevo mundo de fantasías y hacerle frente a la marginación en pleno apogeo del conservadurismo reaganiano. La opulencia era representada casi como un desafío: “Yo también puedo tener ese glamour y lugar de pertenencia, en oposición al sistema que me excluye”. Aunque ésta era una idea desa-fiante, también había un deseo de pertenencia y una reproducción de los valores y normas del mundo hétero, blanco y adinerado. En el imperdible documental Paris Is Burning de Jennie Livingston, los testimonios de las drags como el de Venus Extravaganza ponen en evidencia esa faceta: ella quiere un marido, un auto lujoso y no tener que trabajar. Ahí apunta el crítico Simon Reynolds en su artículo “What a Drag! Post feminismo y pop” en Después del rock, editado en Argentina por Caja Negra, cuando aborda el voguing: “Las fantasías de los voguers son tan convencionales,
están a tal punto colonizadas que convergen en una parodia de los valores de la heterosexualidad. Quieren poseer la opulencia del millonario, o mejor aún, de la esposa de un hombre rico. Sus ideas acerca de lo que significa ser femenina son de lo más reaccionarias: ser una auténtica mujer implica conocer las artes de la seducción, tenerlo todo pero sin pagarlo, pasividad, consumo ostentoso, vanidad...”. Y redobla la apuesta al referirse a Madonna, a quien acusa de absorber las ideas de la cultura gay para convertirlas en marketing de masas: “La cooptación de Madonna de esta subcultura no haría otra cosa más que redoblar la dimensión trágica del voguing: al menos sus fantasías de prestigio, por más alienadas que estuvieran, les habían pertenecido; ahora eran vendidas al mundo como un freak show rutilante”, dice Reynolds.
A fines de los ’80, en pleno conservadurismo, todavía muchas estrellas pop permanecían en el closet y la cuestión del sida invisibilizaba aún más la subcultura gay. En ese contexto Madonna aparece con Vogue y la pone en el centro de la escena. Era algo más que una provocación. Así lo entendió Kurt Cobain, a quien no se puede acusar de complacencia, cuando le preguntaron por Madonna y respondió que, si bien antes no le gustaba, rescataba Vogue por reivindicar a los artistas gays marginales del Harlem y por poner en primer plano la subcultura del voguing. Hoy podemos ver a Rupaul en VH1 conduciendo su Drag Race sin escándalo mediante. Por eso resulta difícil dimensionar el impacto que tuvo la performance de Vogue en la entrega de los MTV Awards más de dos décadas atrás.
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