ENTREVISTA
Directora de escuela, casada, con una hija. A los 52 años fue uno de los primeros catamarqueños que echó mano a la ley de matrimonio igualitario y ahora ha hecho lo propio con la de identidad de género. Blasia Gómez Reynoso está en Buenos Aires para asesorar sobre estrategias para evitar la deserción escolar.
› Por Juan Tauil
Como una jugarreta del destino que ubica a las personas en el lugar en que los colocará la historia, el teléfono sonó mientras leía un titular del diario Clarín: “Es más fácil cambiar de sexo que comprar dólares”, decía no una vedette ni un futbolista sino el actual gobernador de Córdoba. “Hola Juancito, ya no soy más Horacio, ahora soy Blasia”, dijo la voz del otro lado de la línea. Horacio, uno de los primeros catamarqueños que echó mano a la ley de matrimonio igualitario, unos años más tarde recurrió al cambio de género. Mientras transcribía la conversación, caí en la cuenta de que este llamado era una maravillosa oportunidad de ahondar en una relación humana que muta al ritmo de los avances en derechos humanos seguidos por la actual administración del país.
–Ay, Juan, estoy tan feliz... El casamiento estuvo muy lindo, una pena que no pudiste venir. Fue todo el mundo a visitarnos, a saludarnos... y bueno... ¡ahora soy Blasia, también aproveché la ley de género!
–Claro, ahí fui directora durante 3 años y medio en la Escuela Nº 23 de Villa de Ancasti, una escuela albergue de montaña que me insumía muchísimo trabajo. Ahora estoy viajando a Buenos Aires para dar una charla sobre los retos que enfrenté en esa escuela.
–Primero frenar la deserción de algunxs maestrxs que se ausentaban muy seguido; esto se fue solucionando con la exigencia de un mayor compromiso. Otro era el nulo acceso de lxs chicxs al cuidado y conocimiento del propio cuerpo. Se me ocurrió entonces conseguir jaboncitos, dentífrico y cepillo, así como desodorantes para chicos y para chicas, toallitas femeninas, afeitadoras, todo lo que ellos necesiten para verse y sentirse mejor. El hombre que me entregó los productos me regaló unas bolsitas hechas a mano en tela, como agradecimiento por este aporte a lxs niñxs. La falencia más preocupante era que, cada vez que una alumna quedaba embarazada, la escuela la devolvía a su hogar. La madre podría reinsertarse luego de dar a luz, cosa que nunca sucedía, ya que se quedaban en sus propias casas cuidando a la criatura. Empecé a aceptar a las madres con sus bebés en la escuela hogar: de modo que lxs niñxs son cuidados por personal escolar dentro de los horarios de clase y luego por sus madres y sus compañeras. Se creó un clima de apoyo y cooperación, una paternidad compartida, maravillosa. De este modo bajó la deserción escolar por parte de las madres. El proyecto se llama “Higiene y calidad educativa con los jóvenes albergados”. Nos llamaron del Ministerio de Educación para que contáramos nuestra experiencia en la ex ESMA en Buenos Aires.
–En la Escuela Nº 24 de Los Saltos, Departamento Santa Rosa de Catamarca, soy vicedirectora. Los Saltos es una localidad muy importante cercana a Manantiales. En la zona me conocen desde hace muchos años: saben de mi vida en pareja, mi casamiento, con una aceptación y una mirada muy positiva. Aquí, en el interior del interior, entienden y comprenden todo de otra manera.
–Desde que tengo uso de razón me sentí una nena; ahora tengo 52 años; fui creciendo esperando la oportunidad de hacerlo a mi manera. Siempre traté de ser yo misma y actuaba y actué seriamente, ubicadamente en mi lugar. Tuve mis momentos de lágrimas, sentí en mí la discriminación: cuando me acercaba a un grupo de personas yo veía el balbuceo, las miradas, y le pedía a Dios que me dejara pasar esto, que me diera fuerzas. En San Miguel de Tucumán me recibí de profesora de arte y de teatro. El arte me hizo crecer como un ser muy cómodo y feliz.
–Nos conocimos hace 20 años. Bueno, a partir de ese momento sentí un acompañamiento, una firmeza. Cuando nos vinimos al interior, ésa sí que fue una decisión difícil. Acordamos insertarnos en la sociedad desde un lugar de construcción, preocupándonos por el bien común. La gente nos incorporó casi inmediatamente y me siento en una absoluta plenitud en el pueblo de Manantiales.
–Ese cambio se fue dando primero desde adentro de la pareja, ya que César se casó y vivió con Horacio, no con Blasia. Igual, siempre tomé el costado femenino de las actividades hogareñas: mi asistencia, mi mirada femenina, que tiene que ver con lo estético también y ahora esto se potenció con la llegada de la bebé. La reacción de César fue de mucha comprensión.
–Una vez tomada la decisión, empecé a trabajar con una endocrinóloga con la que formamos un grupo interdisciplinario junto a una de las mejores psicólogas de la provincia, una nutricionista y una esteticista. Cada minuto que trabajé me apasioné: mi mirada era proyectiva, ya me veía diferente. Pensaba que no iba a lagrimear más, pero con la psicóloga tuve momentos de mucho llanto; todavía estaba convulsionada, como si me estuviera despidiendo de Horacio. ¿Vas a operarte los genitales? –Lo primero que dije fue: “Me quiero operar”, como si eso fuera así de fácil y solucionara todo. Pero no es así. Ya estoy hecha una mujer completa, me haría cirugías estéticas de abdomen y pechos, pero no me operaría más. Descarté la operación genital por mi edad y porque siento que muchas cosas ya están acomodadas en mi vida.
–Ay, ¿te gusta el nombre o no? Blasia fue una mujer pionera en Catamarca hace 200 años. Un día, leyendo la Revista Express del diario El Ancasti, la encontré. Blasia era terrateniente y su inserción política era muy profunda. Blasia se apellidaba Cabrera y, por esas cosas del destino, Cabrera es el apellido de mi marido. Blasia Gómez Reynoso de Cabrera, ¿qué tal? A mí me impresionó, Horacia... Blasia... como que pega.
–Se llama Zaira Nair y llegó en cuanto nació, un 12 de octubre de 2006. Cuando ella llegó, nuestra vida cambió rotundamente. Cumplió 5 años, va al jardín. A César le dice papá, fue siempre así, pero conmigo la cosa era diferente y en ese tiempo me preguntaba qué iba a suceder... que yo no era mujer... bueno, todo eso se acomodó: quién te cría no importa, lo que importa es el amor. Pensaba cómo quería que la niña me llamara, hasta que se me ocurrió “Mapu”, una mezcla entre mamá y puto. Cuando Zaira tenía dos años, mi amiga Blanca Gaete, una actriz tucumana muy conocida, me dijo que “Mapu” significaba “Madre Tierra”, según lenguas originarias del sur. Me encantó y Zaira sigue llamándome así.
–Una vez en el jardín le preguntaron a Zaira si ella no tenía mamá; ella le contestó que sí, que tenía una mamá, que era como si fuera su mamá y que se llamaba Mapu. Nunca le mentimos, nunca le ocultamos nada. Mis cambios fueron tan graduales que la niña no se dio cuenta, fue todo muy natural, muy orgánico. El día que mi hija quiera conocer a su madre biológica, bueno, si su madre quiere, ella la conocerá.
–Zaira es alegre, amigable, tiene el humor del padre; yo, en cambio, tengo mis momentos de mal humor. Tengo un costado quisquilloso; en cambio César es un tipo fantástico, me acompaña, me lleva, es mesurado, sereno, cauto como buen taurino. Los dos compartimos las tareas con la niña, ella va a una escuela de Alijilán. Es fascinante la manera en que se van tejiendo los lazos: en cuanto se abrió el jardín de 3 años me vinieron a avisar a mi casa. Mi madre, de 83 años, vive con nosotros, por decisión de ella: Zaira está creciendo con la imagen de su abuela muy presente. La niña no quiere ir a ningún lado sin su abuela y viceversa. Yo, feliz de cuidar a mi madre en su último tramo por esta vida, en el que ella también es una niña.
–La primera medida fue no usar más corbata. Luego, me hice hacer unos trajecitos de pantalón y saco, no de mujer pero ya insinuando algo de feminidad. No es que ayer estuve de corbata y hoy voy de minifalda. Todo el proceso fue muy paulatino, intuitivo, hasta el golazo. Una vez aprobada la ley –un miércoles–, el lunes siguiente me presenté en sociedad en el colegio como Blasia. Los medios me reflejaron como “La pionera catamarqueña”. Una mañana –me levanté a las cinco para empezar a producirme– me puse el traje acorde –sos la vicedirectora, no una maestra de Gasalla pero sí una señora grande, tenés que estar acorde con la actividad sin ir al ridículo– muy pegado al cuerpo, con pollera, zapatos negros, medias negras finas con líneas atrás: las maestras me decían que yo era un reto hacia ellas, porque ya no se arreglan. Ahora, mientras hablo con vos, Juancito, tengo las uñas fantásticas.
–Ese día entré en mi oficina, le pedí a la asesora pedagógica que formara a todo el alumnado –son 200 alumnos– y yo creo que ellos se imaginaban que esto iba a suceder. “Ahora vamos a recibir a la señora vicedirectora Blasia Gómez Reynoso”, dijo la asesora, y los chicos se dieron vuelta para mirarme, me ovacionaron. Tuve que hacer muchos esfuerzos para no quebrarme, yo ahí, arriba, en el mástil, tres escalones arriba. “Esto es lo que yo esperaba”, les dije. No hubo miradas raras, no hubo reacciones negativas. Ahora mismo las chicas vienen y me dicen: “¡Qué lindos sus zapatos, qué hermoso el trajecito que se puso hoy!”. l
Blasia disertará en un encuentro en la ex ESMA: 2 y 3 de agosto: “Para todos una escuela secundaria de calidad”.
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