INFORME ESPECIAL: LA RESTAURACION PASO A PASO
A pesar de los esfuerzos de los curas sanadores, Soy, que presenció completo el Seminario de Restauración para Quebrantados Sexuales, sigue como fuera en un principio: orgullosx y diversx. Aquí, una crónica paso a paso de lo que se dice, se promete y se sufre en este tipo de proyectos restauradores que, además de jugar con el dolor de la gente, prometer lo imposible y someter a jóvenes y familias enteras a experimentar el fracaso, atrasan siglos.
› Por Dolores Curia
“Por mucho tiempo me manejé con mi sexualidad como si se tratara de algo que podía esconder en la guantera del auto. Como si lo que hiciese en mi vida sexual no afectara el resto. Mis experiencias con otros hombres fueron desastrosas, hasta que entendí lo que Dios tenía para mí, él quiere que amemos pero que amemos bien. Para eso tenemos que mostrarle lo más hediondo y denigrante de nosotros. Lo que más nos avergüenza”, así abría pasadas las 9 de la noche del viernes pasado el Ministro Mauricio, orador estrella del seminario para gente desviada en el estricto sentido sexual de la palabra. La invitación, en el volante y en la web, rezaba: “Una oportunidad para recibir ayuda y restauración para aquellos quebrantados en el área sexual y relacional”.
Esa mañana el encuentro había sido tapa (y también lo sería el sábado) del diario entrerriano Uno, que titulaba: “Dictan insólito curso en Paraná para curar la homosexualidad”.
Uno, junto a otros medios provinciales y nacionales que levantaron la nota, anunciaba probabilidades de escraches y manifestaciones. Los vecinos de la zona se limitaban a no advertir nada de lo que iba a pasar o en el mejor de los casos deslizar un “que se dejen de robar, ladris”.
Tanto anuncio, sin dudas, agregó cautela y diseminó eufemismos entre los organizadores, le quitó espontaneidad y virulencia, pero a no desanimarse, que la pluma tarde o temprano siempre se cae.
Todos son bienvenidos a poner un pie en la casa del Señor e ingresar a la charla de apertura. Nadie le pregunta a quien se acerca a las Cinco Equinas sobre el credo que profesa o si es creyente, samaritano, periodista o infiltrado. Menos averigua Dios y deja entrar en su morada, invita a tomar asiento con una sonrisa y con derroche de contacto físico en forma de abrazos (abundarán las consignas como las de acariciar al compañero y decirle palabras de afecto), más aún si el que se acerca es joven y está solo.
El templo está ubicado en el cruce de seis avenidas, lo que lo convierte en una de las zonas más transitadas de una ciudad de ritmo lento donde se respeta a rajatabla, por ejemplo, la siesta. Va anocheciendo y en la entrada de ladrillo a la vista esperan Graciela (la pastora de la casa), María de los Angeles González (una de las colaboradoras de los cordobeses invitados) y otras mujeres que abren la puerta del templo con cara de alegría, cuentan que hay café caliente y masitas a disposición, en una mesa alrededor de la cual niñas y niños en escalera se llenan de migas y galletitas. Acá casi todos llegan en familia, familia completa incluidas las abuelas, los abuelos y los bebés. Una buena noticia para todas las familias numerosas: esta vez no se cobra entrada. ¿Qué pasó con los cien pesos de la entrada per cápita? Por ahora es gratuito y abierto a todo el público por “toda este lío que armaron los medios”. Se lamenta González: “También tuvimos que mandar a reimprimir los catálogos y folletos con algunas pequeñas modificaciones”. A pesar de estos palos en la rueda, los curas restauradores no pierden la ocasión para promocionar su próximo encuentro: un camping reconstructivo que será en septiembre en Santa Fe para el que –esta vez sí– se pide una contribución de unos 850 pesos per cápita.
Lo primero que se ve después de la mesa llena de niños es, en el fondo, una banda de pop cristiano que bien podría flechar al mismísimo Ned Flanders y que se refiere a Dios con metáforas carnales como “Tengo hambre de ti, Señor”. Después de algunos hits van poniendo a todos en estado de fervor. Hay quienes cantaban con las palmas hacia arriba al grito de “Señor, puedo tocarte”, como quien espera con ojos cerrados y expresión de éxtasis sufrido que –más literalmente que nunca– le caiga algo del cielo. Reciben un excelente feedback de parte de un público compuesto por grupos evangelistas de diferentes ramas (adventistas y pentecostales son mayoría). Muchos se conocen de congregaciones amigas y venir hasta acá funciona como tour no tan caro, religioso pero también social y recreativo. Es lindo sentirse con gente amiga, conversar e intercambiar opiniones, el ambiente es más que agradable, como una fiesta sin bebidas alcohólicas pero con música que dura tres días. Los fieles no parecen especialmente preocupados por los quebrantos sexuales, lo importante es la reunión y en todo caso mancomunarse ante el relato de quebrantos ajenos, sexuales o lo que venga: “Yo me enteré de qué iban a hablar en el micro, cuando venía para acá”, comentan muchos de los chicos entrevistados.
De a poco, los predicadores, que hasta ese momento estaban camuflados entre el auditorio, se van acercando al escenario. El Ministro de la Restauración, Mauricio Montion, saluda desde la tarima: “Qué bueno que estés aquí. Sé que ha habido una expectativa tremenda. Desde Canadá hasta Ushuaia, hay hermanos de todos lados, orando por nosotros. Dios marca hitos en nuestra historia y este fin de semana va a ser uno. Acá vamos a abrirle a Jesús el área de nuestras vidas, que incluye nuestras relaciones, emociones y sexualidad. Este fin de semana vas a escuchar que muchos de nosotros fuimos abusados. Esto provoca heridas profundas y alterna nuestra identidad. Pero él trae sanidad donde había heridas”.
Después de exigirle a un chico del público que no saque fotos, Mauricio aprovecha para marcar un cronograma de lo que vamos a hacer juntos: un sábado de historias de vida de casos “recobrados” y talleres (que entre sus títulos incluyen: “La Intención de Dios para Nuestra Sexualidad; Cómo la Cruz carga con nuestro pecado”, “Superando la Adicción Sexual” y “Cómo entender y orar por la santidad del abusado sexual”, que da pautas para recomponerse del abuso sexual y tips para detectar y encaminar a unx hijx homosexual).
Dicho esto, Mauricio se dispone a contar su propia historia. “Durante cinco años fui violado ininterrumpidamente por siete hombres distintos de mi barrio, me relacioné con muchos otros más, consumí pornografía compulsivamente y fui adicto a la masturbación. Estaba seguro de que nunca me iba a casar, hasta que el Señor me mostró que me había creado para formar una familia. El enemigo a veces logra opacar el plan que Dios tiene para nuestras vidas, que es que procreemos. Fui madurando y haciendo las paces con el hombre que Dios había creado. En el 2003 me casé con Daniela y tuvimos un hijo hermoso, y ahora tenemos los dos un ministerio que da mucho de qué hablar”.
Daniela escucha callada y atenta. Da la impresión de que entre Mauricio y su mujer se hubieran distribuido los roles del policía bueno y la mala: ella esta noche será la confrontativa, la sacada. El la calmará con palmaditas en la espalda. Daniela es la que grita, la que parece estar retándolos a todos durante su performance. Los oradores principales parecen responder no se sabe si con obediencia o a su pesar a los estereotipos del gay, de la esposa amargada y de la lesbiana masculina.
Enjuta, casi consumida, nerviosa, Daniela representa a la voluntariosa casada con un homosexual. Mauricio, el recuperado para la causa hétero, posee aquellas marcas, llámense estigmas o señas particulares de una comunidad, que Foucault ya señalaba cuando decía que “el cuerpo del homosexual habla”. “Pero ésta es una loca de acá a la China”, le comenta un marido ocurrente a su señora, codazo y mirada reprobatoria mediante, la escena continúa sin más interrupciones.
La palidez, los kilos de menos y los palabras atoradas que la tienen al borde de la lágrima alejan a Daniela bastante del ejemplo de felicidad y armonía con el Señor y el Universo. Interpela indistintamente con el “tú” y el “vos” a todos los presentes como si le hablara a la prensa opositora, hasta que por fin saca de la manga la prueba contundente de sus buenas intenciones y su noble relación con las personas gays a pesar de ellas mismas: “Les voy a contar algo. Yo fui voluntaria en los hospitales durante muchos años. Ocho en oncología, con personas con enfermedades terminales. En esa época trabajaba junto a otro chico cristiano, los dos sentíamos pasión por los enfermos con sida. Porque cuando te acercás a un enfermo, no estás viendo su quebranto, sino una persona que sufre y que necesita ser amada”. Nótese que quebranto significa aquí homosexualidad y sufrimiento, el pago adelantado para subir al cielo.
“En una oportunidad, en un hospital para sidóticos, había una persona a la que habían abandonado. Se estaba muriendo porque era sidótico. Porque a veces a los sidóticos se los abandona porque se piensa que se contagiaron por su sexualidad. Pero en este caso se había contagiado por drogadicción; su familia no había tenido en cuenta esa posibilidad y lo abandonó igual.”
Daniela tose y tiembla cuando habla, ¿querrá transmitir a través de su lenguaje corporal eso por lo que dice sentir tanto amor: la enfermedad? Se nota que no improvisa. Los sidóticos, como ella dice, usando una palabra que quedó en la prehistoria de la discriminación, son su caballito de batalla. Capta la atención de los oyentes, los emociona. A veces pagan drogadictos por homosexuales, parece señalar en una especie de tabla de males donde los pecados sexuales siempre ranquean más alto. Arroja también un dardo envenenado contra las agrupaciones lgbt, ya que son los mismos que debieron de haber cuidado de aquel moribundo, porque todos los moribundos de sida son homosexuales o parecen serlo y deben ser atendidos por sus pares... Amaga, dice que hay algo que piensa pero que hubiese preferido no decir. Hace una pausa como si esperara que le rogaran. Y, como eso no pasa, termina espetando sola: “Hemos oído hablar de discriminación. Qué fácil que es hablar de discriminación, ¿no? ¡Que me vengan a hablar de discriminación a mí esos grupitos! ¿Dónde estaban ellos cuando este sidótico se moría? ¿Dónde estaban las personas que supuestamente eran sus pares? ¡¿Qué pancarta hubiese levantado esa persona si no tenía fuerzas ni para hablar porque se moría?!”
“Y, entonces, hice algo atrevido. El transpiraba y se estaba muriendo. Lo agarré del brazo y él me miró como diciendo: ‘¿Qué estás haciendo, te vas a contagiar?’. Yo le dije: ‘No te preocupes, esto no me contagia. Pero quiero que sepas que, así como yo te estoy tomando del brazo, Jesús te toma del brazo. ¡¿Qué me importa que estés sudando?! ¿Qué me importa el contagio?’.” Aplauso, medalla, beso y fin de la primera jornada de restauración.
El sábado, después del almuerzo y del segundo recital, los plomos del Señor desarman el escenario y se empiezan a llevar los instrumentos después de un mediodía de canto a garganta desgarrada. Estos fieles que si ven a alguno que no se sabe la letra le prometen “tal vez te parezca un poco ridículo que cantemos así, pero cuando empezás a sentir en serio a Dios adentro tuyo, entendés por qué le cantamos”.
En los tiempos muertos, cada familia pasa el rato charlando con conocidos de la propia o de otra iglesia amiga. La pregunta que rompe el hielo en todos los casos es “y, vos, ¿de qué congregación venís?”. Las familias que no son de acá se cuentan de dónde vienen, cómo juntaron los pesos para viajar y dónde se están quedando, en general en pensiones o repartiendo a sus miembros en casas de amigos de Paraná. No hay ni uno al que le falte el equipo de mate. Se sorbe y se comen bizcochos entre actividad y actividad. De a poco los coordinadores, como en una excursión de scouts, van sugiriéndole a la gente que elija su taller y que vaya a alinearse con otras ovejas de ese mismo rebaño.
Algunos adolescentes entran en conflicto con sus padres, muestran por primera vez alguna señal de descontento en relación con el encuentro. Hay por ahí unos mellizos pelirrojos con no más de diecisiete que hasta ahora parecían estar cómodos, mateando con los pastores o charlando con otros chicos de su misma edad. Papá y mamá sugieren a los mellizos que vayan al taller de quebranto de género o al de adicción sexual. Uno de los hermanos no quiere. Dice que no tiene ganas de hacer ningún taller, que quiere quedarse dando vueltas por ahí, que se aburre. Interviene su mellizo. No se sabe cómo lo convence, pero a los quince minutos los dos entran al aula del taller para la adicción sexual.
Ahí, se trata a la masturbación y al consumo de pornografía casi como si se estuviera hablando del paco. Dicen los coordinadores a su alumnado púber que masturbarse es algo “que sabemos que no está bien, que es como una regresión a edades infantiles y que, cuando uno tiene ya una pareja, seguir haciéndolo es pecar”. Lo menos que se puede decir del profesor de adicciones sexuales es que intimida. Entra con su mujer. El –vestido como docente de gimnasia jubilado– se presenta como Andrés Valles, agrega que tiene once hijos y más de veinte nietos, que –por si alguien tenía curiosidad– su “maquinita” le funciona muy pero muy bien y que la señora con poncho que está a su lado es su mujer, Susana. Dice el profe que el apellido de su esposa es obviamente “Valles”, porque ella es de él. Susana se ríe y le contesta: “Bueno, sólo una mitad es tuya, la otra ya sabemos que es del Señor”.
El alumnado suelta algo así como una risita. ¿Qué pasará por sus cabezas? ¿Les causará risa realmente el chiste? ¿Los van a hacer “confesar” que se tocan? Tienen todos entre trece y diecisiete, tienen vergüenza, tienen granos, se trajeron el mate. Adentro del aula, hablando del asunto, uno de los chicos pregunta con –parece– legítima curiosidad cómo es que Alexandra Rampolla, la sexóloga de la tele, habla de la masturbación en la pareja como algo normal. El profesor apura una respuesta y le dice que no tiene que ver ese programa, que es parte de la peor pornografía que circula por televisión. Afuera del aula, contarán después los mellizos que lo que hicieron después en el taller fue “hablar de lo que a cada uno le pasa”.
“Tuve varias relaciones con mujeres, dos de ellas fueron muy importantes. Una de ellas fue con una interna de la cárcel. La conocí antes de que cayera presa, y después la metieron adentro. Seguimos nuestra relación, yo le hacía visitas, viajaba mucho para verla, estaba yo presa de esa relación. Ahora que me río de mi pasado y la llamo a ella ‘la Barbie carcelaria’. Después vino otra mujer, y ésa fue la primera con la que conviví.” Así empieza el taller “Superando el quebranto de género”, donde el clima es todavía menos distendido que en el anterior. En el aula hay poca luz y ningún intercambio, porque las preguntas se hacen al final, advierte Claudia. Los gritos de la cuñada del Ministro Mauricio, hermana de Daniela y ex lesbiana reconstruida a cargo de este taller, se escuchan desde el pasillo. Son dos horas reloj de discurso ininterrumpido. Una performance sentida que apela a tocar algún nervio de quien la escuche. Y que funciona. Varios terminarán llorando. Ella está vestida con un pantalón y un buzo que le disimula cualquier curva, tiene el pelo corto y ni una gota de maquillaje en la cara. Le cuesta reírse, no parece cómoda con su cuerpo y cualquiera diría que le falta presencia escénica. Hasta que abre la boca. Al frente del aula llena, va entrando en trance a medida que precalienta el discurso. Compungida, tal vez irritada, siempre al punto del quiebre. Los asistentes están acomodados en sillas para niños –este lugar en la semana es una escuela primaria donde también se imparte la doctrina evangelista–. Son en su mayoría mujeres grandes (ellas son las que más lloran ante los testimonios de Claudia). Hay un par de chicas jóvenes que vinieron con sus novios prendidos a la cintura y algunos chicos solos. Claudia se toma unos segundos para ir mirándonos a todos a los ojos y pide que, por favor, durante el rato que dure el taller no tomen mate porque distrae.
Tiene que hacer esfuerzos para reírse. Maneja términos como el de “identidad de género” pero dándoles un significado particular que los hace encajar en estas teorías que cruzan los más rancio de los dogmas religiosos con lo más berreta de la psicología de divulgación. “Yo tuve siete años de experiencias de relaciones con mujeres, durante esos años estuve muy lejos de vivir como una hija de Dios. Muy lejos de la posición que él me dio y que me asigna mi identidad de género. Las personas víctimas de traumas infantiles por abuso verbal o sexual están más propensas a estos quebrantos. Yo no sufrí violación pero sí otras heridas emocionales.” Claudia va a vender una teoría con alguna pretensión científica –no por nada resalta varias veces que ella tiene “estudios de psicología”– que explica su quebranto por abandono paterno, identificación con su madre, muerte de ésta y, dice, lógica codependencia emocional hacia las mujeres: “No tuve un referente fuerte masculino. Pensaba ‘mi padre es un adúltero, por lo tanto, todos los tipos son lo mismo’. En mi adolescencia mi mamá muere y ahí empezó a germinar la plantita de la confusión”.
Parte importante de la restauración es que, si bien los que asisten al taller no están obligados a dar sus testimonios, tienen que, por lo menos, ir cruzando las historias de vida que acá escuchan con la personal: “Quiero que mientras voy contando esto cada uno vaya construyendo su historia para adentro. Porque todos tenemos cosas, ¿no? ¿O estamos todos sanitos, eh? ¿Somos todos perfectitos acá?”.
“Esto lo dice la psicología y yo lo creo. A veces el quebranto no es sexual pero sí de roles. ¿Nunca vieron esos hombres que no toman decisiones, que están temerosos? Lo mismo, con una madre incapaz de proporcionar debida atención. No tengo nada contra las madres que trabajan, pero sabemos que los hijos se ven afectados”, alecciona Claudia usando un nosotros inclusivo, dando por sentada una verdad obvia y compartida, que ninguno de los presentes levanta su mano para cuestionar. Reparte pañuelitos entre su alumnado y da cierre a su relato retomando algunos de los lugares más comunes y más siniestros, muletillas de los restauradores: la vida del homosexual como un pozo de promiscuidad hasta el castigo divino sobre la mujer adúltera. “Yo estaba en plena crisis, practicando ese estilo de vida, sintiendo insatisfacción y vacío. Saltaba de una mujer a la otra sumergida en el pecado. Fueron siete años de lucha, durante los cuales mi hermana tuvo que orar e interceder por mi vida. En diciembre del año 2007, la mujer con la que estaba involucrada desde hacía dos años muere en un accidente. Cuando su esposo llamó para darme la noticia, me puse de rodillas. Claro, ¿cómo iba a terminar de otro modo? Entendí ese final, como una última oportunidad para mí. Fueron meses de llanto, no sé si lloraba por mi amiga o por mí. Entonces tuve el encuentro con él, lo escuché decirme: ‘¿No estabas buscando algo que le diera sentido a tu vida? Yo soy ese sentido’. Y fue un largo camino de vuelta a casa.”
Cuando hay amor, es más difícil no sentirse una basura, un pecador, un invertido, si uno no encaja con lo que se supone que debe ser. La dádiva edulcorada es casi la misma tanto para hablar del amor vertical (de Dios hacia todas sus criaturas) y horizontal, entre prójimos que incluyen también a los quebrantados. Amor y más contención a borbotones se promete para quienes quieran curar su homosexualidad y lesbianismo no deseados pero sólo, se escudan, si es que quieren, “porque acá no venimos a ponerle a nadie una pistola en la cabeza. Lo digo para aquellos que andan diciendo que nosotros vinimos a acá a lavar cerebros”.
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