Cuando se estrenó Frankenstein en 1931, la gente temblaba ante el nacimiento de uno de los monstruos más ambiguos del siglo. El verdadero hombre tras el monstruo fue un artista fuera de lo común: James Whale vivió abiertamente su condición gay a principios del siglo pasado, presentó a su pareja en sociedad y les dio a sus películas un toque de disidencia.
› Por Ariel Alvarez
La imagen de Boris Karloff debajo del maquillaje de la criatura es parte inseparable del cine de terror. Pero la delicadeza y el talento de James Whale le dieron al film otros significados un poco más profundos: Frankenstein es la historia de un ser antisocial, de un ser creado “contra natura” que es perseguido hasta el exterminio por la falta de compasión de los seres humanos. Muchos de los aspectos de la vida de Whale quedaron plasmados en sus películas. Recordado por la mayoría por sus films de horror, se supo manejar y defender, al igual que su criatura.
Desde pequeño Jimmy tenía talento para el dibujo, esto le servía para ganar algún dinero extra, cosa que le hacía falta para ayudar a su familia. Siendo un adolescente, tuvo que abandonar sus estudios y ponerse a trabajar. Era el sexto de siete hermanos. Su delgadez se acentuaba por la ropa que usaba (la que sus hermanos iban dejando), un par de talles más grande. Muchos años después recurriría a un detalle parecido en Frankenstein: el monstruo usa ropa más chica y esto le da un aspecto de niño desprotegido. Había nacido en 1889 en Dudley, Inglaterra, un pueblo conocido como el “país negro”, debido a la industria metalúrgica y la producción de carbón. Su padre era herrero y veía que el pequeño Jimmy no tenía la fuerza suficiente como para trabajar a la par de sus hermanos en la industria local, así que su primer empleo fue como zapatero. En 1915 se alistó en la armada para combatir en la Primera Guerra Mundial. Allí, en la intimidad sucia de las trincheras, conoció el placer del amor entre hombres. En 1917 fue capturado como prisionero por los alemanes y durante su cautiverio se despertó su segunda pasión: el teatro, y hacía obras protagonizadas por los guardias y otros prisioneros. También tenía mucha habilidad con el póker y después de la guerra cobró los pagarés que sus compañeros de detención le habían firmado al perder las partidas. Con ese capital produjo sus primeras puestas en Birmingham, donde se estableció después del armisticio.
Metido de lleno en el mundo del teatro, conoció a Doris Zinkeisen, y pese a que Whale ya hacía pública su homosexualidad, se comprometió con ella en 1924. Ese arreglo era un recurso algo común, sobre todo entre los gays que comenzaba a destacarse en el mundo del espectáculo en los años ’20: casarse con una mujer les daba cierta “protección”. Pero Jimmy dijo no, y disolvió el compromiso en 1925.
El éxito llegó en 1928 con la obra Journey’s End (El final del viaje), que transcurre en las trincheras de la Gran Guerra. El público enloqueció con su trabajo y durante dos años la puesta se presentó en el teatro Prince of Wales de Londres. Este suceso lo llevó a trasladarse a los Estados Unidos, para dirigir la obra de teatro en Broadway. Y de allí entró por la puerta grande al mundo del celuloide.
En 1929 estaba trabajando en la película Doctor Amor (todo un presagio el título) cuando conoció al hombre de su vida: David Lewis, un productor que trabajaba para MGM y Warner. Y comienzan una relación que durará hasta la muerte.
Cuando finalmente pudo dirigir, la versión cinematográfica de The Journey’s End, con Colin Clive como protagonista (quien luego encarnaría al Dr. Frankenstein), fue un éxito a ambos lados del Atlántico y Whale estaba en la cima de la industria cinematográfica.
Es así que la Universal le ofrece firmar un contrato por cinco años. Luego de dos películas, el productor Carl Laemmle Jr. le permite a Whale elegir entre los guiones que eran propiedad del estudio. Whale se quedó con Frankenstein. Poco antes de que comenzara el rodaje, Whale también daba un paso importante en su vida privada: convivir con Lewis. Si bien eran conocidos los gustos sexuales de algunos directores y actores, nunca antes un hombre famoso había tomado la decisión de irse a vivir abiertamente con otro hombre. Comenzaron a llamarlo “la reina de Hollywood”. Ser públicamente gay definitivamente no ayudaba a su carrera.
Frankenstein se estrenó mundialmente en noviembre de 1931. Hubo que esperar un mes más para su llegada a la Argentina y aquí, al igual que en el resto del planeta, la respuesta fue la misma: un éxito sin precedentes. La crítica la aclamaba y fue un record de taquilla. Muchos son los factores que hicieron esto posible: la singular maestría de Whale (fuertemente inspirado por el expresionismo alemán) y sus movimientos de cámaras nunca antes vistos. También el diseño del monstruo fue su idea. Junto con el maquillador Jack Pierce, convirtieron el rostro de Boris Karloff en una de las creaciones más perdurables de la historia del espectáculo. Pero Frankenstein no sólo era forma, sino también contenido. La historia de esta criatura que provoca rechazo, odio, miedo es una historia sobre la búsqueda de afecto y comprensión que hace de este film algo más cercano al melodrama que a una cinta de horror. Identificar la trama con la vida de Whale resulta inevitable.
Desde 1930 funcionaba en Estados Unidos el Código Hays, creado para preservar la moral norteamericana. Entre tantas otras cosas, por supuesto, estaba prohibido que se mostrasen personajes homosexuales. Y ante esto Whale fue un maestro de la metáfora, sólo basta con ver sus películas: el monstruo y el personaje de El hombre invisible (1933) son perseguidos por ser diferentes, se defienden y huyen de una turba desquiciada que busca destruirlos.
Ser gay fuera del closet en las décadas del 20 y del 30 era algo muy inusual. No se hablaba del tema, no por lo menos en los términos en que Whale lo hacía. A la luz de esta realidad se desprende como plagada de simbolismos la secuela de 1935, La novia de Frankenstein. En ella podemos ver cómo el misterioso Dr. Pretorius arrastra al Dr. Frankenstein fuera de su lecho de bodas para que juntos “reproduzcan” a una mujer para la criatura. O también la mítica escena donde el monstruo consigue refugio en la cabaña de un ciego que lo recibe con los brazos abiertos y agradece a Dios por haberle enviado a este “amigo” para que lo reconforte y juntos forman una especie de pareja que es terminada por los disparos de un par de cazadores armados. En ambas escenas los diálogos no tienen desperdicio y tampoco dejan lugar a dudas.
A lo largo de su corta carrera Whale realizó 21 películas, la mayoría adaptaciones de novelas y obras de teatro. El mismo decidió retirarse del cine luego de un par de fracasos comerciales y por la insistencia del estudio en que volviera a filmar terror. Cuando la familia Laemmle perdió el control de Universal, él estaba terminando su película The Road Back (1937), que por presión del gobierno alemán fue reeditada por el estudio y hasta le agregaron escenas. Y es que Whale, en medio de un mundo cada vez más fascista, se encargaba de atacar al odio más brutal.
Alejado del cine, continuó con su vida sin sobresaltos junto a Lewis. Con mucha agudeza para las inversiones, se había convertido en un hombre rico. Volvió a pintar y a dirigir teatro. Cuando en 1951 fue a Inglaterra a presentar su última obra, conoció a Pierre Foegel y enloqueció por este joven francés de 25 años, a punto tal de contratarlo como chofer y llevarlo a vivir con él. Es por esto que, a los 62 años, puso fin a la relación que tenía con Lewis, aunque siguieron siendo amigos hasta el final.
Whale comenzó a organizar “escandalosas” fiestas alrededor de su piscina, la cosa con Foegel no funcionó y éste volvió a Francia. En 1956 tuvo un accidente cerebrovascular que le dejó algunas secuelas. Meses más tarde sufrió un ataque más fuerte y tuvo que ser hospitalizado. Siempre genio y figura, Whale se llevó a su casa a uno de los enfermeros del hospital para que lo cuidara. Lewis, que volvía a su lado, algo celoso, lo despidió y contrató a una “más conveniente” enfermera.
El ser consciente de cómo sus capacidades mentales iban disminuyendo fue algo insoportable. El 29 de mayo de 1957 se suicidó ahogándose en su piscina. Fue hasta la muerte de Lewis, en 1987, que se creyó que había sido un accidente. Pero antes de morir el fiel compañero de Jimmy dio a conocer su carta suicida: “No se aflijan por mí. Mis nervios han estado destrozados en el último año.... Así que, por favor, perdónenme todos los que amo y que Dios me perdone también..., esto es lo mejor para todos... Adiós y gracias a ustedes por todo su amor. Debo tener paz y ésta es la única manera. Jimmy”.
Como lo pidió, sus restos fueron incinerados y enterrados en California. Cuando Lewis murió pidió lo mismo, y descansan juntos por toda la eternidad.
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