LUX VA AL CONCIERTO DE MADONNA EN SAN PETERSBURGO
Madonna hace su promocion de la homosexualidad en Rusia y Lux, como siempre, paga la multa.
Yo quiero que me digan con qué cara los rusos se hacen los héteros a ultranza y multan con 5 mil rublos “la promoción de la homosexualidad” teniendo, entre otras atracciones, una ciudad llamada San Petersburgo: alusión, promoción e invitación gentilicia si las hay para agacharse a hacer lo que ustedes ya saben aunque, modestia aparte, no tan bien ni con tanto arte por el arte como yo. Tampoco quiero remover las tierras de la historia, ni desclosetar al ya desclosetado por Tolstoi Iván el Terrible y menos abonar con medidas exactas a la fama de Pedro el Grande. Pero, no jodamos, ¿acaso el ballet ruso no es una invitación en puntas a la homosexualidad tanto como lo son la ensalada rusa a la promiscuidad o las mamushkas al lesbianismo? Nadie me convence de que el San Pete para ganarse tal nombre no haya arrastrado sus santos días de tetera en tetera rusa y que, dicho sea de paso, “las teteras rusas son de las más llamativas y famosas en el mundo”, según confiesa la Guía básica para el turista que me dan apenas desciendo del avión, dispuestx a tomarme una limusina y una limonada, ambas enviadas especialmente por Madonna, lectora y adicta a estas crónicas, como yo al MDNA. ¿En serio es tan así lo de las teteras como para anunciarlo al turista? Pregunto con desconfianza a un pedazo de guardia imperial bien helado y con espuma, que permanecía duro, mirándome con las manos, tocándome con la mirada y apoyándome con algo que en estas tierras no se puede nombrar porque te termina costando un huevo de la cara. El muchacho en cuestión, espécimen rezagado desde la época en que estas tierras estaban gobernadas por el gran Alejandro Romay, me respondió: “Claro que sí, aquí el samovar no se le niega a nadie”. Lo que pasó inmediatamente tiene una faja de clausurado porque no estamos de promoción en este país. Pero les adelanto que fue un 3x1. Hasta aquí, todo sobre rieles; luego, mejor todavía, primera fila en el recital de la nunca gaga reina del pop, levité cuando la escuché pedir por la libertad de las cantantes punk que están presas por haber cantado en una iglesia una canción que decía: “Madre de Dios, echa a Putin”. (¿Y cómo? ¿No era que la homosexualidad estaba mal vista?) Fue formular esta pregunta en ruso (¡Dios, para qué me hiciste políglota!) para que, en una actitud claramente homofóbica, el guardia de seguridad encargado de cobrar las multas en el recital me agarrara de las pestañas (Helena Rubinstein, ¿para qué perfeccionaste el temita del pegamento?), me cobrara mi cuenta y la de la señora que desde el escenario, sin fijarse en gastos, invitaba a todos los presentes a no permitir que se cercenara la libertad de su público. Es decir, de los gays del mundo. Ella, que a la entrada nos había repartido unas pulseritas rosas, en ese preciso instante invitó a levantar nuestras manos rosas en solidaridad con la libertad y de algún modo infringir la estúpida ley que prohíbe mover y promover. Elevé mi mano ante el cobrador ruso que acababa de preguntarme quién se hacía cargo de la joda e interpretó mi mano alzada con un sí quiero. Aquí estoy, cual Gramsci o cual Cervantes escribiendo mis obras maestras en el calabozo, esperando que Madonna, a quien un funcionario acaba de acusar de “puta vieja” o de extranjera que se mete a dar consejos, me mande su limusina y me saque de este pozo de la soledad.
Acá lxs muchachxs me ponen canciones autóctonas. ¿No cantes, hermana, no cantes que Moscú está cubierta de nieve? Está cubierta de plumas, me digo aquí entre muros, como un estribillo. Y pago la multa feliz, como cuando era niño y niña y me llevaban a la montaña rusa.
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