Yo usaría esto para ir a preguntarle a la Iglesia qué piensa de nosotras, si nos casaría, si bautizaría a lxs hijxs de cualquiera de nosotras. Yo me metería un poco más en averiguar cómo fue la trama interna, cuánto tuvo que luchar para lograrlo. L. B.
› Por Federico Sierra
En su novela Maurice, el escritor inglés Edwards Morgan Forster narró una historia de amor homosexual entre hombres que, a diferencia de todas las de su época, terminaba con un final feliz. Varios de sus colegas le pidieron que la corrigiera: ese desenlace parecía demasiado revulsivo. Le pidieron un final trágico, pero Forster se negó. Muchos años después, tal como a Maurice Hall, le tocó a la tía Laisa tener su final feliz y quedarse con su amor al final de la novela. Una persona abiertamente trans se casaba con el hombre que amaba. Y a esa idea de felicidad la vieron miles de familias argentinas reunidas frente al televisor.
Florencia de la V trastrocó todos los lugares comunes en la cultura argentina mientras cimentaba su camino al éxito. Supo llegar al público popular y, a partir de ahí, todo lo que siguió fue imparable. En la larga lista de cosas que nos ha enseñado Flor parece haber llegado el momento de un aprendizaje para la militancia lgtb: que progresismo de izquierda y homosexualidad no siempre son sinónimos. Que existen personas gays y trans que suscriben un proyecto de vida conservador, normalizado y cuyos objetivos en la vida también pueden ser casarse, criar hijos, ir a misa y, en el camino, hacer muchísimo dinero. Y ese mapa mental correspondería a una idea de felicidad. Además votarían a partidos de derecha e incluso suscribirían a ciertos valores cristianos. Pero el miedo a la normalización hizo sonar las alarmas entre algunos sectores. El miedo a esa normalización, que era un precio a pagar en épocas previas a la ley de género y a la ley de matrimonio igualitario, cuando la normalización era certificado de buen ciudadano, de buen hijo o de buen trabajador en épocas en que el costo era demasiado alto para los que escapaban a la norma.
Hace pocos meses, las agrupaciones lgtb de Estados Unidos celebraron un viejo anhelo: el presidente Barack Obama derogaba la prohibición de los homosexuales de ingresar a las fuerzas armadas. Ya no tendrían que ocultarse, atrás quedaba el viejo “don’t ask, don’t tell” y podrían invadir y bombardear países al igual que el resto de los heterosexuales en nombre de su idea de la democracia. Un precio bien alto, mientras siguen esperando la igualdad jurídica, que tardará en llegar. Las leyes de igualdad sancionadas en la Argentina han puesto a la comunidad lgtb local en un estado que el periodista Osvaldo Bazán llamó “post-gay”. Un momento en el que suscribir a un modo de vida u otro es una opción más en un estado de igualdad jurídica. Aun si ese plan de vida es conservador, tradicionalista o normalizado, como se lo quiera adjetivar. Tal vez es momento para que el activismo gay se replantee estos nuevos tiempos y se dé cuenta de que en el interior del movimiento hoy puede haber distintas posiciones. Que “profundizar” los cambios puede significar cosas diferentes. Y que, tal vez, no todos se inscriban en las propuestas de la radicalidad queer que clama por la transformación radical de la estructura eclesiástica o del patriarcado.
Y fue Flor quien se animó a ese gesto de “entrismo” sin precedentes. Sonriendo en el atrio como un caballo de Troya, retratada en una foto camp hasta la náusea que será traficada por la revista Gente para llegar a todas las peluquerías del país, allí donde a veces ni el Inadi puede llegar. No hace falta burlarnos de su “desesperación por pertenecer”, ni acusarla de disidencia. La igualdad jurídica nos permite bajar la guardia y contemplar ese gesto que excede a la misma Florencia. Un gesto que nos confunde y del cual sería inútil preguntarnos por su “sinceridad”, pero que bien puede parecerse a la idea de felicidad que ella persigue. Porque no hace falta ser cooptado siempre por ninguna “misión colectiva” y sería injusto ser señalado como disidente por ello. No hace falta poner tono de comisario político ni señalar porque –por suerte y a contrapelo del slogan– no es cierto que “todo es político”. Allá afuera del campo político están la búsqueda de la felicidad y, por qué no, también de Dios, esa incógnita que Flor todavía no puede despejar.
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