TEATRO
Leonardo Sbaraglia representa en Cock a un joven atribulado y tironeado entre dos amores, dos deseos y dos modelos de vida. La novedad es que el modelo impuesto no es el heterosexual sino el de la familia, el consumo y lo gay. Los derechos ya están... ¿pasamos a otra cosa?
› Por Alejandro Modarelli
El futuro de las sexualidades humanas puede respirarse de antemano en el aire del presente. Y el estreno de una obra de teatro como Cock (el hecho mismo de que se entienda en la platea de qué se nos habla) acredita una noticia mayor: en Buenos Aires, como en Londres, asumirse como gay podrá verse pronto como una experiencia de lo perimido. El mensaje mortuorio –¿el anticipo?– llega desde el Norte hasta la cartelera porteña, pero con retraso. La hipótesis de la muerte de la identidad homosexual tal como la clasificó la vieja medicina, y se la reapropió como estrategia de resistencia política nuestro colectivo (y sobre todo como punto de partida para modos singulares de vida), ya hace unos años viene haciendo su pasaje de los departamentos académicos a la cultura popular, y miren si no al gay de la tira cómica Little Britain, para el que la identidad es apenas un recurso de marketing neurótico a defender con uñas y dientes, y poder mantener así un puesto relevante en la feria de la diversidad social.
Ultimamente, algunos productos culturales vienen a decirnos que ser gay o lesbiana en buena parte de Occidente, y se ve que también en la Argentina, puede ser hoy tomado en cuenta –y tomado a la chacota– no ya por la radicalidad de nuestras prácticas carnales intrínsecas sino por la obstinación en reafirmarnos como sujetos ante la sociedad cuando ya ninguna amenaza, se supone, puede quitarnos lo bailado ni la pista de Bailando por un sueño.
Cock es la obra escrita hace tres años por un inglés de poco más de treinta años, Mike Bartlett, cuya percepción histórica del amor que no osaba decir su nombre fue madurando en el ambiente refinado de los debates post-identitarios. Bartlett –¿un gay, un post-gay?– parte en la obra de la premisa –utópica– de que “la homosexualidad es una conquista ganada”, y por eso puede contar al revés el clásico drama/comedia del deseo y la identidad sexual. Es que en Cock la fábula de las identidades se invierte, y aquella prisión de la que uno debe huir no es ya la heterosexualidad obligatoria, ni el Alexis de la Yourcenar dejando el falso calorcito de la esposa para diplomarse en vida auténtica (todo un programa libertario para las locas tapadas de la década del ’20), sino que la cárcel puede ser ahora también la familia –la identidad– gay. Para Bartlett se ha vuelto legítimo repudiar otra clase de pereza familiarista: la vida del chico que eligió de pareja a otro hombre cuando ya nadie le imponía el closet matrimonial (Leo Sbaraglia) y por eso nunca necesitó sumergirse en los interrogantes de la vagina, ni mucho menos en el amor que se independiza de la biología. Que se relaja en la mesa dominguera del suegro open minded (Jorge D’Elía), o que sufre por las vicisitudes de su pareja en la Bolsa de Comercio y quizá no pueda cambiar el auto (Diego Velázquez). Esa vida que en un pasado significó una conquista, ahora también puede transformarse en otra vida inauténtica.
Pero de pronto aparece en escena “esa mujer” (Eleonora Wexler) y el universo cerrado entre pijas se estremece. Hay que elegir, pero elegir es animarse a salirse del propio territorio. Proponer un combate de gallos y gallinas puede ser inútil, porque nadie ganaría. La obra busca sortear los esquemas sexuales –homo/hétero/bi– y pensar una sociedad “donde ya no interese tanto con qué me acuesto sino con quién” (son palabras del director de la versión argentina, Daniel Veronese). A uno se le ocurre que, en un mundo así, cifrar la propia autonomía sexual en una identidad colectiva como la gay o lesbiana será casi como regresar a la caverna: “Veo a esta obra más bien como un mensaje al futuro”, dice Veronese. La proclama vanguardista, sin embargo, llega a Buenos Aires en el presente del matrimonio igualitario y la ley de identidad de género, libertades individuales conseguidas por esfuerzos colectivos. Es decir, Cock llega cuando todavía no lavamos los vasos de la fiesta para decirnos “los derechos ya están, pasemos a otra cosa”. El protagonista se permite navegar a sus anchas por el mar de las dudas identitarias, con el acuerdo del público, “ser puto ya fue”, aunque se ve urgido a hacer una elección entre dos amores, después de haberse aventurado como todo un valiente en la vagina, para aplauso espontáneo en la platea, y alivio de la platea femenina (hay que decir que el hermoso Sbaraglia está un poco demasiado maduro para ese papel de melancólico veinteañero, medio papanatas, que es Juan).
El malestar
de la cultura (gay)
Cuando salí de la sala de teatro estaba irritado con no sabía bien qué. Un malestar que en seguida atribuí a una mirada activista sobre una obra que me parecía una bandera de la no bandera. Sé que nadie puede exigirle militancia a un texto literario que debe permanecer en el cuadrilátero misterioso de la individualidad, a riesgo si no de convertirse en manual de doctrina. No obstante, uno ve que en el guión hay una cierta docencia respecto de determinadas cuestiones teóricas que son materia de discusión política en el activismo y en la comunidad. ¿Será liberador para Juan repudiar la identidad gay, una vez que se consiguieron los derechos en el propio país, pero cuando seguirán siendo retaceados en buena parte del planeta? Seguramente es necesario oponerse a esas categorías epistémicas que construyeron los que mandan para definir nuestra excepcionalidad, y también para castigarnos. Pero entonces nos quedaría preguntarnos si en la homosexualidad, en sus prácticas y sus tramas relacionales, no hay todavía algo de revolucionario que valga la pena seguir utilizando contra los regímenes de lo normal, e incluso para desacreditar micropolíticas (entre ellas las que nos favorecieron) que se desentienden de las grandes políticas universales. ¿Será mi molestia la de un homosexual narcisista que se ve privado, por la asimilación y el permiso social, de su capacidad subversiva?
En las escaleras de salida, una anciana que oyó mi conversación con un amigo me acusó de estar irritado con el personaje de Juan “porque es el más confundido, el único que no quiere que se clasifique su manera de desear”. Con su airada intromisión, la señora quiso dejar en claro que mi malestar era apenas una forma de imbecilidad transitoria que proviene de un pensamiento enmohecido, incapaz de situarse fuera del esquema hétero/homosexual. Enseguida se quedó de pie en el quicio de una puerta de donde al rato salió Leonardo Sbaraglia, es decir Juan. Se dieron un beso y se fueron juntos. La dama vanguardista y su Hamlet de la modernidad tardía, ya en su rol de hijo.
Cock. Paseo La Plaza. Corrientes 1660. Miercoles, jueves y domingos a las 21. Viernes a las 21.30 y sabados a las 20 y 22.
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