Las leyes de Matrimonio Igualitario, de Identidad de Género y, más aún, el cambio social que pusieron en marcha, ¿se sintonizan en la televisión argentina? O será que la flamante y siempre insuficiente tolerancia devuelve como un boomerang los vetustos prejuicios. La realidad hecha reality deja muchas palabras, identidades y luchas históricas fuera de cuadro. Ser gay o parecer pero hasta ahí, ser Flor de la V y no parecer, pero hasta ahí, se cuentan entre las pocas opciones que presenta en estos días la programación.
Las franjas verticales de colores de la tv por antena invitaban a ajustar brillo y color. En aquellos tiempos, la señal de ajuste era una explosión cromática catódica que inauguraba la programación de los canales de aire. Ese ícono de la televisión color era casi una bandera del arco iris. Lo paradójico es que nada le hacía justicia a esa paleta de matices luminosos en los sucesivos programas, como si la realidad no pudiese competir con esa diversidad de colores. Ahora no hay que ajustar nada, porque brillo y color le sobran a la diversidad sexual de la tv, pero tal vez el desajuste sea otro. Gays, lesbianas, trans, bisexuales antes estaban atrapadxs en personajes secundarios y comparsas, relegados a la noticia policial o a la completa ausencia, ahora se desarrollan (con cierta soltura, hay que reconocerlo) en el centro de cualquier reality. ¿La diversidad sexual se volvió más real? En general, el reality es a la realidad lo que el porno industrial al sexo, un género que quiere ser obsceno pero que mayormente ordena para el consumismo mayoritario. Para colmo hubo una operación de mutilación semántica: se extirpó al reality de la palabra show, que originalmente le seguía, para complementar, poner en crisis, alterar el estatuto de realidad que nunca alcanzó de lleno ese género del voyeurismo tecno. La diversidad sexual entra al reality pero se queda enredada, encerrada allí, con poco vínculo con la compleja situación que se vive en la Argentina actual, donde la conquista de derechos debe ser contrastada e implementada con un presente vasto y aún anclado en prejuicios vetustos. Si muchas organizaciones lgbt exigen que se evite explotar una u otra imagen (como la lesbiana glam para el porno, la loca plumífera, o la travesti religiosa), alegando la idea del estereotipo perjudicial a la imagen de la diversidad, a veces en esa reacción se juega una concepción algo conflictiva, que también puede diseminar homo y transfobia, porque pone, por ejemplo, a la loca plumífera del lado de lo negativo, como si se pudiese defender a ciertos gays o travestis y a otros no (entre esos últimos, tal vez estarían Flavio Mendoza o Flor de la V, porque estilizan su feminidad o su mariconería). La despolitización de la Marcha del Orgullo y su reclamo de libertades individuales de decidir sobre el cuerpo, la sexualidad y la identidad es tal vez la escena más patente de la degradación que la televisión construye de la diversidad.
Cómo hacer para no reaccionar con el dedo en alto que se critica, para aprovechar la torpeza y la resilencia del machismo como una punta para el debate, son preguntas urgentes para la militancia y la comunidad. Por ejemplo, tras la primera Maratón o Desfile Gay de Tinelli en Bailando por un sueño (pronto devenida “Desfile con tacos” para evitar la palabra gay porque parte del activismo se sintió menoscabado), Ricardo Fort, desde su sabático show clónico de Hola Susana, responde poniendo en escena lo que él denomina una verdadera Marcha Gay. Fort sostiene que le va a enseñar a caminar con tacos a Tinelli porque es una loca de verdad y que si bien le llevó cuatro años salir del closet, al menos no tardó veinte (insinuando que el conductor de Bailando por un sueño estaría dentro de un armario). La versión de Fort es un carnaval con mucho cotillón, pelucas de colores y anillos de oro, sin grandes diferencias con el desfile tinellesco, por lo que está claro que no hay dos caras que mostrar, sino el mismo tic orquestado por sendos cuerpos viriles, tatuados de machismo. Aunque ahora el reality es en HD, y los avances digitales promueven imágenes más vitales, no alcanza para ajustarse a la complejidad de la diversidad sexual, que parece ser más bien analógica, como la realidad misma.
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