NOY DESPIDE A LA GRAN MARKOVA
La Gran Markova, personaje capaz de arrebatarle al paso del tiempo su cetro irrefutable de diva madre entre el mundo del trolaje –actual lgbt–, no atiende mi llamado.
En aquellos años ’60 de feroz represión, tanto oficial, policial como familiar, ella era capaz de dar su paseo por los recovecos de La Manzana Loca con larga capa negra impregnada de perfume francés regalado por Isabel Uriburu, Marcial Berro, Madame Frou Frou o Mercedes Robirosa, sus amigas de turno. Muuuucho rímel, rouge azul y una voz atronadora de diva jazzística mezclando timbres desde Sara Vaughan hasta Tina Turner, pasando por alguna suprema diosa del dos por cuatro, entre ellas, por supuesto, la venerada Tita Merello.
Capaz de confesar su admiración plagiaria por la irrepetible negra Egle Martin. Y su pasión por las divas desde Marta Minujín, Dalila Puzzovio, Marcia Schvartz o Josephine Baker.
Decía provenir de una casta donde ser puto era un privilegio, trolaje bravío, sin temor al ridículo. El coraje era la base de sus mágicos mohínes por los cuales podías caer en cana casi un mes en Devoto.
Markova era un show ambulante. Aparte de presentarse con su vestido de verde lamé y la boquilla inmensa como anfitriona en los primeros años de La Botica del Angel junto a Eduardo Bergara Leumann –rodó mucho champagne bajo el puente– hasta hace 20 años transformarse en curadora oficial de una galería que en el Morocco daba paso a talentos hoy ya consagrados como Guillermo Kuitca, Sergio Avello, entre otros. Después de Gertrude y Ruth Benzacar llegaba Ella.
Markova pedía tres remises diferentes para volver a casa, no por poseer el simple don de multiplicarse sino porque, en complicidad con Sir James, la primera drag queen de estos lares, con un catalejo espiaba para elegir el más guapo de ellos, sin que ninguno de ellos se entere, por supuesto.
Hace sólo tres o cuatro días, nada menos que Divina Gloria, su querida sobrina, me posteó en Facebook: “La Markova se fue al cielo”. Algo que leí antes de ayer al regresar a Buenos Aires.
Dos meses atrás, en pleno otoño, la visité en el Hospital Fernández, por donde ya habían pasado Claudio Segovia, Edgardo Giménez, Kito Rojas, Horacio Dabah, Cecilia Roth, Charlie Thorton, Lili Kuropatwa, Tino Tinto, Fito Páez y los amigos del grupo que la acompañaban en su casa de Villa Solano o “Sol de Ano”, como la habíamos rebautizado, siempre dispuestas a jugar sin red como en un torneo del jardín de las delicias.
Yo no sabía cuál era su habitación, pero bastó subir al primer piso y seguir el sonido de su voz estruendosa. Después de sortear camillas, enfermeros y otros internados, logré encontrarla espléndidamente recostada en su camilla frente al ventanal.
Cualquiera, menos ella, parecía enterarse de que estaba internada. El Hospital Fernández era un spa de 7 estrellas. Rodeada de regalos, flores, fetiches y un celular oculto bajo la enorme caja de bombones, en ese momento pensábamos que sería sólo una pausa del ajetreado sueño interminable que otros llaman simplemente vida.
Hasta que le dieron el alta.
Nadie confirmó su reciente partida. Pareciera ser apenas un rumor que algunos incluso desmintieron. Quizá, tratándose de ella, pronunciar la palabra muerte sería todo un desatino.
Yo mismo íntimamente prefiero evitarla, no por dudar que la megadiva hubiera decidido dejar este adorado mundo, tampoco para mantenerla en el umbral del misterio: simplemente porque seres como ella nunca mueren. Al menos en nosotros.
Pero cuando disco su número telefónico, aquel “Alooooooó” dulce y brutal ya no vuelve a escucharse.
La llamo para comenzar a escribir el libro imaginado cuyo título ya revela el contenido: Los Mandamientos del Puto.
Será que simplemente decidió irse de yiro entre ángeles y dragones junto a sus amigas Batato, Jaumandreu, Kuropatwa. Un enjambre de diosas bailando al ritmo de Federico Moura en el mítico Hotel Savoy diseñado por Jacoby.
Por si fuera necesario, espero que tampoco nadie piense en la posibilidad no volver a verla.
Chamanas como ella han hecho del placer un mundo muy probable. Y, por qué no, del final una estela de puntos suspensivos.
Aunque se gaste mi crédito, sigo discando desde todos los teléfonos que encuentro en el camino.
Oh, Gran Markova, alias Maysa, alias Diosa de Ebano, alias Berta Singerman, alias toda la gracia y el glamour de nuestro puto mundo, por favor, atendeme.
Si no, seguí gozando. Seguro que esta vez el chongo te arrebata y se merece tu arsenal de placeres. Disfruten, a pesar de esta voz grabada que pareciera llorar por mí al repetir, con acento fatídico: “Lo siento, la casilla está llena, vuelva a intentar más tarde”.
No insisto por ahora, pero siempre, siempre, siempre, volveré a llamar.
Mil besos.
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