Se estrenó La viuda de Rafael, la miniserie donde una transexual lucha por recibir su herencia en una Argentina que aún no ha sancionado la Ley de Matrimonio Igualitario. Espejo de la Argentina que vamos dejando atrás.
› Por Pablo Méndez Shiff
La viuda de Rafael fue la ganadora del concurso 2012 para series de prime time organizado por el Consejo Interuniversitario Nacional y está producida por Atuel Producciones, de las hermanas Melina y Julieta Petriella.
A lo largo de trece capítulos, que en algunas ocasiones se emitirán después de partidos de fútbol, con el alto rating que eso deja de piso en la pantalla chica, se cuenta la historia de Nina, una mujer trans que enviuda en la Argentina pre-matrimonio igualitario. La serie está escrita por Tony Lestingi y Marcelo Nacci sobre una novela del puertorriqueño Luis Daniel Estrada Santiago, que fue publicada en 2006 y en Buenos Aires se agotó.
Nina (Camila Sosa Villada) es una mujer trans que conoció a Rafael (Luis Machín) veinte años atrás cuando ambos eran dos chicos gays, hasta que con el tiempo decidió dar el gran paso y convertirse en mujer, siempre con la ayuda moral y sobre todo económica de su enamorado.
En el texto original, Nina vive consagrada a Rafael, un empresario exitoso que le da todos los lujos de una vida ABC1, pero la mantiene alejada de su círculo social y no le permite tener un empleo “para que viva como una reina”. Un día muere en un accidente de tránsito cuando lo choca una persona que manejaba en estado de ebriedad y su viuda ve cómo el mundo que construyeron juntos se derrumba de un solo golpe, de un cruel mazazo. Para la adaptación televisiva, se introdujo un cambio significativo en la trama: quien provoca el accidente del hombre no es un borracho casual sino su propio hermano (Lucas Crespi), quien en una discusión telefónica le reprocha su elección sexual (“Yo me quedé en casa consolando a mamá por la vida de puto que tenés”, le grita, y eso le hace perder el control del vehículo).
La familia de Rafael, chupacirios hasta la médula, se niega a aceptar el vínculo con Nina. No comparten comidas con ella, no hablan por teléfono, ni siquiera la mencionan. Hacen de cuenta que no está. Cuando se tienen que ver las caras ante la tragedia, las cosas no mejoran ni un poquito. Si bien su suegra (Rita Cortese) la invita a regañadientes al velatorio, le prohíbe que se acerque al ataúd y que vaya vestida de mujer. En el cementerio, lo mismo: la quieren esconder para “no avergonzar a la gente”, para evitar los chismes de los vecinos y amigos. Hasta que la pobre explota y grita su verdad, ante la mirada atónita de todos los presentes, que hacen de cuenta que no estaban al tanto de la situación.
Y ahí comienza todo: la lucha de Nina por preservar los bienes materiales que su compañero le había dejado, pero sobre todo preservar el lugar para el que había sido elegida. Preservar su identidad como la auténtica y legítima viuda de Rafael. Ella era su pareja, con quien había vivido durante una parte significativa de su vida, y no iba a aceptar que la escondieran bajo la alfombra, amparándose en prejuicios o vacíos legales.
“Nina tuvo la suerte de enamorarse de una persona que la amaba y que además tenía mucho dinero. El dinero genera inmediatamente rechazo o simpatía en las personas; en la historia, ella llega a esa posición porque su marido era rico. Su dolor más grande era que la familia de él no la quería, y se queda sin nada. Para ella, ser viuda y defender eso era trascender en la vida; era parte del proyecto que se había propuesto”, cuenta Camila Sosa Villada en diálogo con Soy.
Por suerte, la heroína no está sola en su lucha. La acompañan tres amigas que harán que todo fluya de forma más liviana, tanto para ella como para el público que seguirá sus peripecias. Ellas son la pacata Susi (Maiamar Abrodos), la despechada Cristi (Jorgelina Vera) y la ninfómana Ela (Gustavo Moro). Una transexual, una mujer y un transformista interpretan a las compinches que le permitirán a Nina enfrentar el duelo por la muerte de su marido y las adversidades económicas que pasará por vivir en una sociedad que no las reconoce como sujetos de derecho. Cada una de ellas vivirá, además, situaciones con luz propia. Así, por ejemplo, Ela mantendrá un affaire con el cuñado de Nina, Juan Cuevas (Fabián Gianola) ante el riesgo de ser descubierta por su marido Tomás (Alejo García Pintos); Susi vestirá santos pensando en la llegada de un príncipe azul y perfecto que no parece llegar y Cristi buscará superar la traición de su pareja, que la deja por una de sus mejores amigas.
“Esta miniserie va a darle la oportunidad al gran público, a mis padres por ejemplo, de comprender que más allá de los gustos todos somos seres humanos y lo que nos une es el amor y la entrega por el otro. Eso es lo único que nos puede salvar”, plantea Gustavo Moro, coreógrafo, actor y bailarín en diálogo para esta nota.
La presencia de actores con amplia trayectoria en el medio artístico y el profesionalismo del equipo de producción comandado por Laura Fernández seguramente contribuirán a que muchos espectadores se detengan a mirar la serie y el público se ensanche, se amplíe por fuera del ghetto al que le interesan los temas de diversidad.
Por la TV Pública.
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