Mañana, en la Marcha, Rubén Gauna presentará en su puesto de la feria la segunda y última parte de Horror, desperté con un cazador, libro que compila la saga de historietas sobre cultura osuna. Este prólogo, que publicamos como adelanto, alerta sobre la galaxia a la que viajan los osos por estos días.
› Por Diego Trerotola
Antes de que se les ocurra dar vuelta una página de Horror, desperté con un cazador, una advertencia: lo que pasa en cada dibujo de esta historieta es peligroso, tanto como para tener miedo. De hecho, el título debería ser tomado muy en serio: experimentarán el horror en carne propia y ajena, un horror al cuadrado de cada viñeta. Es que el punto de partida de esta saga es la prepotencia del deseo impropio, impensado, el reverso infernal de un cuento de hadas: a alguien que le gustan los príncipes azules besará un sapo que no sólo no se transforma en nada mejor, sino que se convierte en el amor de su vida. Así fue que una mañana, entre sábanas donde ardían brasas de la noche anterior, alguien que sólo se acostaba con osos se dio cuenta de que la había pasado bomba con un cazador, su opuesto simétrico en la cultura osuna. Y en lugar de poner el grito en el cielo, lo puso en el globo de una historieta que, tal vez inflado con helio, no sólo llegó al cielo, sino también a otros planetas, porque la saga terminó siendo galáctica, una peluda space opera: el error de una noche descontrolada llegó bien lejos. Y lo primero que atravesó para conquistar otros universos fue ese planeta llamado “identidad osuna”, o bear, o como quieran llamar a la afinidad sensual por los hombres gordos, carnosos, morrudos con pelos hasta en las orejas. Porque un primer valor de shock de Horror, desperté con un cazador es su logrado objetivo de superar las restricciones de la identidad bear como algo pétreo, monolítico, restrictivo. Si hasta hace un momento al protagonista le gustaban los osos y sólo los osos, se enfrenta a que su deseo reescribe su orientación sensual: se acostó con un cazador flaco y encima le gustó. A toda comedia le gusta la inversión como materia prima para el chiste, pero Gauna y sus personajes la llevan a un lugar de máxima incorrección. Si las políticas de la identidad y la orientación sexual tomaron su potencia en la afirmación social de ciertos modelos positivos, Horror... muestra el lado oscuro de la fuerza del deseo, cuando la libido nos hace girar el lado B. Si ya hay una teoría y una práctica de la post identidad, ésta tal vez sea la primera historieta post bear, la que ponga un poco en crisis el mundo de los osos como un lugar estancado: ahora ser un oso o un cazador es reinventar las reglas de un cosplay, es una fiesta de disfraces, un juego de rol. Por eso, en sincronía con la cultura queer, Horror... representa la peligrosa aventura de la incertidumbre, la identidad como algo inestable, que puede mutar en nuestra propia cama, donde creíamos que podíamos controlar nuestra fantasía.
Y si algo caracteriza a esta segunda entrega de la saga osuna es justamente una fantasía descontrolada. Si Todorov define al género fantástico como la ficción en vaivén entre lo imaginario y lo real sin nunca elegir o detenerse en ninguno, sino manteniendo un movimiento ambiguo, entonces Horror... lleva esta idea a niveles superlativos. O dicho de otro modo, le cose una capa y una capucha a lo fantástico y lo empuja de la cornisa para convertirlo superhéroe: hace volar por los aires la relación mecánica entre ilusión y realidad. Aunque ésta es una enrevesada forma de crear una sitcom dibujada para conquistar planetas lejanos a la velocidad de una nave espacial, la historieta también pone los pies en esta tierra: porque la historia de un bebé a modo de cachorro de una familia osuna no es tan irreal en tiempos de familias homoparentales proliferando tras la ley del matrimonio igualitario, y tampoco estos superhéroes osos que se convierten en la parodia de Liga de la Justicia desentonan tanto con la política de DC de sacar del closet a Linterna Verde. Y si la cita a la realidad además del punto de partida de la historia es una constante pop en Horror..., su deformación dibujada también lo es. Si éste no es un comic del todo autobiográfico, al menos muchos de sus personajes están basados en personas reales y la trama sigue las obsesiones y gustos del mismísimo Gauna: va del cosplay de las convenciones de comics a los boliches gay, de las series de tv a la cinefilia fantástica, en una parábola que reúne lo diverso para aventurarse en un multiple choice cultural, para contaminar la identidad osuna haciendo que la suavidad del peluche y la aspereza de la garra sean una misma cosmogonía zigzagueante. Y de esta manera, cada remate cómico, cada pelo dibujado con esa línea clara que lo ofrece como fetiche diáfano, dispara una onomatopeya como la que tumba de desconcierto a Condorito al final de los chistes, pero no se trata del tradicional “Plop”, sino de un “Woof”, el sonido con que los osos expresamos la calentura que sentimos adentro; ese deseo que nos hace animales de cartoon, parientes cercanos y lejanos de todos estos que Gauna dibuja con pulso festivo, con imaginación libertina, con maestría pasional.
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