TEATRO
Se podría decir que Martin Marcou tiene casi una obra para cada letra de la sigla Lgbttiq. Aquí, a punto de estrenar Hombres en celo, habla de militancia, actualidad e ideas pasadas de moda.
› Por Dolores Curia
¿Qué lugar le das a la sexualidad en tus textos y en tus puestas?
–Cuando empecé a escribir mis obras, que siempre tienen que ver con mis intereses personales, yo no era muy consciente de cuáles eran “mis temas”. Pero mirándolos retrospectivamente, uno siempre elige temas universales y los reprograma. Lo sexual para mí ocupa un lugar sustancial y considerable. Más allá de la buena y la mala prensa que tiene y todo lo que el sexo genera como industria, está lleno de misterios y también tiene un costado triste. Y todo lo que yo aprendí del sexo hasta ahora está puesto al servicio del teatro.
¿Por qué decís que tuviste sexo toda la vida?
–En mi época, a fines de los ’80, no sé si fue en mi caso particular o qué, pero no se hablaba tanto del tema como ahora, ni tampoco circulaba toda esta información, aunque eso no me impidió relacionarme con mi cuerpo y con el cuerpo de los otros desde chico. Tuve muchas experiencias, desde enamorarme de mi maestro en el jardín hasta otras más “graves” para las convenciones sociales conservadoras. Los problemas que tienen que ver con los cuerpos normados, los conflictos en la construcción de la identidad sexual se configuran a partir de la mirada del otro. Yo nunca tuve problemas con mi homosexualidad, esos problemas siempre los tuvieron los demás. Con el sexo siempre he tenido una relación muy feliz, por eso mi obra chorrea sexualidad.
¿Cuánto hay de cierto en que el despertar sexual se vive diferente en un pueblo chico?
–No las viví tanto, aunque eso no significa que no existan. Sí he visto cosas terribles y fui encontrando la manera de poner esas cosas en mis obras. Crecí en el campo y he visto incestos, he conocido a un tipo que acostumbraba a cogerse a una perra, peones que se apuñalaban entre sí. Escuché cómo dos niños se morían quemados en un incendio sin que el resto del pueblo pudiera hacer nada. Me crié entre ovejas, vacas, caballos y peones, y eso activó mi manera de contar, que fusiona lo cruento y lo tierno. Me parece muy interesante hablar de cómo, a pesar de todo, el amor surge en los peores contextos.
¿De qué se trata Hombres en celo?
–Habla de los tiempos en los que vivimos, ahora que somos tan posmodernos, estamos tan hiperconectados, de la cultura mosaico, de esta sobresaturación de información y esta capacidad que tuvimos de aggiornarnos a todas estas revoluciones en las formas de vivir, comunicarnos, relacionarnos. Yo me di cuenta, el último año, de que nunca en mi vida había tanto de amor. Hace un año me separé y hace unos meses que empecé una nueva relación. Me empecé a preguntar cómo, a mi edad y en esta época, se construye una relación. Hombres en celo es una gran pregunta. Cuenta la historia de unos amigos, hombres y mujeres, gays y heterosexuales, que se eligen y que se aguantan como son. Están cada uno en etapas diferentes de la vida y hay separaciones, gente que se va y que viene. Me interesaba desmenuzar las nuevas formas de relaciones, cómo se construyen, cómo se eligen. Qué pasa cuando elegís construir una relación y llevarla adelante en el tiempo, qué nos pasa con el compromiso.
Dijiste en una entrevista que estabas en contra de celebrar la putez. ¿Qué significa eso?
–En los ’80, el gay siempre fue objeto de burla. Basta ver las películas de Olmedo y Porcel. Si vamos más adelante, incluso llegamos hasta los ’90, para ver cómo irrumpe en los medios Cris Miró y después Florencia de la V. Inclusive en las telenovelas que en estos momentos hay al aire se puede ver cómo se caracteriza a los personajes gay con los estereotipos más berretas. No digo que haya que ponerse a censurar nada, porque eso no es justamente mi idea de vivir, en sentido amplio, en diversidad, pero no es la forma de contar que yo quiero. Me interesa contar qué les pasa y qué sienten las personas más allá de su orientación. Parece contradictorio con la idea de teatro militante o, por lo menos, de algún compromiso desde la cultura, pero no lo es. Cuando estoy escribiendo una obra no pienso “ésta tiene que ser torta” sino “ésta es una mujer que en x circunstancia se va a enamorar de otra”. Pero tampoco me puedo hacer el boludo: yo elijo personajes gay o trans por una cuestión política.
¿Creés en un teatro militante?
–Mi teatro es muy político en el sentido de que trato de estar muy metido en el tiempo que transitamos. Cuando se empezaron a visibilizar más las relaciones entre chicas, yo escribí Tortita de manteca. Antes de que se promulgara el matrimonio igualitario, conté la historia de un activista lgbt que quería casarse con un joven actor. En Pitón bebé había una chica trans que buscaba trabajo en Puerto Madero. Me preocupan mucho los discursos que no se actualizan. Si estamos viviendo casi en 2013, me parece hasta peligroso hablar de pareja, familia, sexo, amor, política y diversidad en los términos en los que se hablaba en los ’80 o en los ’90. Yo no sé cuál es el lugar del gay en este momento en el teatro o en la sociedad; es muy difícil analizar una época viviendo en ella. Sí creo que podemos reconocer lo obsoleto y ponernos a pensar qué vamos a hacer con todos estos avances obtenidos. No pido que todo el mundo esté comprometido, entienda, lea y se forme, pero quienes estamos vinculados con la cultura tenemos que, por lo menos desde este lugar, acompañar el proceso. Creo en la responsabilidad sobre el discurso que se emite. l
Unicas 2 funciones: jueves 22 y 29 de noviembre a las 21. La Clac, Av. de Mayo 1156
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