SOY POSITIVO
› Por Pablo Pérez
Hace unos días leí en el blog de Catalunia VIH Sida Cuidate en Positivo un artículo llamado “Efavirenz y posibles daños neuronales”. La noticia me alarmó tanto que decidí enviársela por email a mi médico: “Comparto con vos una noticia que encontré sobre el Efavirenz. No sé si te ya te lo comenté, pero por momentos me siento como aturdido, con problemas para conectar ideas cuando escribo... ¿Tendrá que ver con esto?”.
Mi médico infectólogo siempre tuvo muy buena disposición para contestarme, durante todos los años en que me atendí con él, a todas las preguntas que le hice, pero ésta no me la contestó. El último día que nos vimos, el día de nuestra despedida —porque cambio de obra social y por lo tanto de médico—, me pareció ver en su cara un gesto de alivio, como si se liberara de un paciente que le hace preguntas que no puede responder.
Sobre los efectos secundarios del Efavirenz había hablado mucho con mis amigos. M. me contó, por ejemplo, que los primeros días produce un mareo, “como si estuvieras recién bajado de un barco”, además de sueños raros, efecto este último que, según ella, “lamentablemente dura un par de semanas nada más”. J., por su parte, me contó que lo tuvo que suspender porque sentía que lo dejaba lelo. G., por el contrario, lo toma desde hace doce años, trabaja ocho horas por día en una oficina y está por recibirse de psicólogo. Su inteligencia es admirable.
En mi caso, el Efavirenz sigue mareándome, así que tomo las pastillas antes de ir a dormir, y mis sueños muchas veces parecen superproducciones de Hollywood. Los últimos que tuve están cargados de reminiscencias literarias, como si inconscientemente quisiera dedicarme a la literatura, que en la realidad tengo abandonada. Como ese sueño donde un capataz de estancia, un matón imponente, roba un fragmento de lienzo a un peón y, tras varias peripecias, descubre que el lienzo robado es una carta de amor del peón a Manuel Puig, o el sueño en el que caigo por la puerta de un avión en vuelo, y tras varios kilómetros en caída libre comienzo a bracear para contrarrestar la vertical en favor de una línea horizontal, de manera que aterrizo sin problema y sigo corriendo hasta llegar a una casa de campo donde me esperan tres amigos y me cuentan que ésa era la casa del poeta ya fallecido, Héctor Viel Temperley. No son sueños angustiantes sino todo lo contrario, son divertidos como películas de aventuras, y los disfruto como si se tratara de una travesía por el río Amazonas sin mosquitos.
Entonces me pregunto si los daños neurológicos de los que habla la noticia, descubiertos por un grupo de investigadores de la Universidad Johns Hopkins de Baltimore, no serán los mismos que los daños que provocaría tomar vino o fumar marihuana o consumir otras drogas, cosas que hago con frecuencia; entonces me calmo y acepto el Efavirenz como una droga más, en este caso por prescripción médica.
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