DOCUMENTAL
Se estrenó El jardín secreto, un documental sobre la poeta Diana Bellessi que repasa vida, intimidad y obra. Cuando no hacer foco en la condición lésbica no tiene nada que ver con
el closet sino todo lo contrario.
› Por Susana Villalba
En el reciente 26º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata se presentó El jardín secreto, un documental sobre la poeta Diana Bellessi, a partir de sus lugares, su poesía, sus recuerdos. Los realizadores, Diego Panich, Claudia Prado y Cristián Constantini, muestran una vida como suele ser vista por los otros: un recorte de momentos, frases, imágenes, diálogos. La película no hace hincapié en su condición gay, porque ésa es una pelea ya ganada por ella aun antes de que fuera ganada por la sociedad.
Bellessi, ya conocida por los lectores de Soy, se mostraba fuera del closet cuando ni siquiera se decía así, cuando no éramos un país “friendly”. Tanto en la política general como en la diversidad en particular, militaba “a la manera de los poetas”, como ella misma dice, no sólo apoyando marchas y debates, también con poemas y con actitudes de vida. Ya en el ’88 su libro de poemas Eroica hablaba desembozadamente de la atracción erótica generada por otra mujer; fue pionera en dictar talleres literarios en cárceles, tradujo para nosotros poesía estadounidense con fuerte temática de género y, además, mayormente relacionada con minorías raciales o migratorias. Siempre fue una invitada clave en encuentros y mesas redondas, y fue perfilando, junto a su poesía, un pensamiento teórico en torno de los derechos a la diversidad sexual y en particular asociados a los derechos de etnias colonizadas y/o explotadas.
Los directores de El jardín secreto parten de la idea de que esto ya es conocido (o, en todo caso, que es imposible abarcarlo todo) y enfocan en la resultante de ese camino, en el estático y extático viaje actual de esa vida construida. Fundamentalmente, la cámara la sigue a los tres lugares que forman su lugar en el mundo: Zabaya, provincia de Santa Fe, su pueblo natal; el Tigre; y el jardín de su casa en la ciudad de Buenos Aires. El jardín como lugar donde desarrollar el yo más profundo, como metáfora de lo que hay que trabajar con paciencia de jardinera y que incluye aceptar los misterios de savias y tormentas; el jardín como símbolo del pequeño mundo propio y que en el caso de Diana siempre incluye vegetación y animales, es una constante en su poesía y en su vida. La película lo expresa con belleza, con excelente fotografía de Leandro Listorti, una música compuesta ad hoc por Juan Pablo Fernández, músico de Acorazado Potemkin, y separadores de animación en base a dibujos de la misma Diana. Pero no se trata sólo de un film contemplativo y poético. El bucolismo de Bellessi nunca es inocente, ni de aislamiento: así es que en la película aparecen también las huellas de sus recorridos políticos, sin necesidad de subrayados. La Plaza del Congreso la noche en que se votaba por el matrimonio igualitario. El comentario de que su sobrino ya tiene edad para contarle la condición sexual de Diana. Flores frente a la tumba del tío Nene, valiente como para mostrarse en pareja con otro hombre en un pueblo pequeño y hace más de medio siglo. La referencia de que vivir en el Tigre comenzó como protección en el ’76. Una charla con amigos donde comenta que las fábricas tomadas, las asambleas y otras experiencias similares de 2001 fueron para ella más significativas que otras épocas y estrategias de efervescencia. En la misma charla, la apreciación de su amigo Tata acerca de la organización sindical como el gran aporte de Perón a partir del ’45, una herramienta que según él contuvo al capitalismo, mucho más salvaje en el resto de Latinoamérica. Y sobre todo una escena cargada de emoción y bronca, donde Bellessi recorre el lugar donde pasó su infancia, mientras cuenta que durante el gobierno de Onganía lograron desbaratar el sistema de pequeños arrendatarios que Perón había propiciado y protegido; su padre fue uno de los tantos desalojados de la tierra en la que había trabajado más de la mitad de su vida; Diana no olvida esa expulsión, la tristeza de su padre, la errancia de él por distintos oficios desde entonces. “Y para nada –agrega en vivo–, ya que las tierras que nos quitaron quedaron sin trabajar durante años y años, hasta que comenzó el negocio de la soja.” Junto a las ruinas de lo que fuera aquella casa y con la soja de fondo, Diana lee “Los fragmentos dispersos”, un largo poema que nos remite a aquella íntima tragedia. Pero la película logra lo que los poemas de Bellessi: prevalece el lirismo y la esperanza amorosa sobre toda adversidad.
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