Siguiendo con la línea de homenajes a poetas argentinos que comenzó con su obra Alfonsina, Darío Cortés evoca ahora con humor y con la estética gótica de Tim Burton el mundo de Oliverio Girondo a partir de la historia de un empleado de correos que roba libros de poesía.
› Por Adrián Melo
Quizá Tim Burton sea uno de los directores referentes de la comunidad Lgtbiq porque supo retratar en sus personajes pálidos, ojerosos, sensuales y románticos a los diferentes para la sociedad. Sin duda, su universo creativo está poblado de los parias sociales de este mundo, esos seres tímidos, solitarios, a merced del insulto y siempre envueltos en amores desesperados entre “raros” que resultan inadmisibles para la civilización: como los de Gatúbela y Batman (inolvidable aquella línea del guión que dice: “Un beso bajo el muérdago puede ser mortal. Pero es más mortal aún si proviene del corazón”), los de Edward Scissorhands y Kim Boggs o los del vampiro Barnabas Collins por la institutriz Victoria Winters.
Por su parte, Oliverio Girondo, que compuso un “Elogio de los fracasados”, es el escritor argentino que, a través del humor y del absurdo, intentó poetizar lo cotidiano, la vida rutinaria de las nacientes ciudades cosmopolitas. Es por ello que llegó a afirmar que “la vida es un largo embrutecimiento. La costumbre nos teje diariamente una telaraña en las pupilas; poco a poco nos aprisiona la sintaxis, el diccionario; los mosquitos pueden volar tocando la corneta y carecemos del coraje de llamarlos arcángeles”, y que las chicas de Flores “van a pasearse por la plaza, para que los hombres les eyaculen palabras al oído”.
En Oliverio, Darío Cortés sale airoso de su triple rol de director, dramaturgo y actor, combinando exquisitamente la estética de Burton y la poesía de Girondo para crear un personaje entrañable: Oliverio Cienfuegos, un ingenuo empleado de correos abandonado por su compañera María Luisa (“la mujer que sabía volar”) y despedido de su trabajo después de veinte años por robar libros de Oliverio Girondo de correspondencia privada. Es decir, acusado de intentar inyectar un poco de fantasía, ilusión y poesía a su vida alienada.
Hilvanando de manera genial su dramaturgia con bellas poesías de Oliverio Girondo –seleccionadas principalmente de Espantapájaros–. Al alcance de todos, En la masmédula, Persuasión de los días y Membretes quizá para reforzar la metáfora con el mundo del correo– y acompañado de la delicada música de Julián Minckas, Cortés baila, salta, canta, sueña sobre el escenario y compone con mucho humor, ternura y ambiguo erotismo un personaje entrañable que mira al mundo con los ojos expresivos de los solitarios y posee el encanto de los perdedores, aquellos seres incapaces de hacer fortuna en el mundo capitalista, pero capaces de conmover, amar y enamorar. De esta manera logra lúdicamente como diría un poema de Girondo “trasladar al plano de la creación la fervorosa voluptuosidad con que, durante nuestra infancia, rompimos a pedradas todos los faroles del vecindario”.
Como en una fábula burtoniana, Oliverio Cienfuegos encuentra la salvación en lo mismo que en algún momento significó su perdición: la poesía. Cuando hacia el final de la obra, vemos alegremente entre luces triunfales saltar a Cortés-Oliverio hacia la vida (vuela sin orillas en palabras de Girondo), no se puede dejar de recordar y parafrasear aquellas bellas frases de John Cheever sobre la literatura: “No poseemos más conciencia que la poesía. La poesía ha sido la salvación de los condenados, ha inspirado y guiado a los amantes, vencido la desesperación, y tal vez en ese caso pueda salvar al mundo”.
Oliverio. Dramaturgia, dirección y actuación: Darío Cortés
Sábados a las 23.30, Teatro Liberarte (Av. Corrientes 1555)
Martes a las 23.30. Teatro del Séptimo Fuego, Bolívar 3675 (Mar del Plata)
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