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Viernes, 8 de febrero de 2013

A LA VISTA

La reina está desnuda

Estudió danzas en su provincia y llegó a bailar en varias compañías oficiales, aunque siempre obligada a los roles de varón. No hay coreografías ni “buenas compañías” para los cuerpos trans. Martina Nikolle, la primera trans reconocida como tal legalmente en Tucumán, integra el elenco Las reinas del strip, en el Maipo, dirigida por Reina Reech.

 Por Paula Jiménez España

Antes de la función, el camarín del Maipo es una fiesta. Todavía no se ven las plumas, pero sí a las vedettes que en un rato las llevarán puestas, hablando, peinándose, pintándose frente al espejo. Entre todas ellas está Martina Nikolle, la grácil tucumana que en 2011 fue la primera chica trans a la que se le reconoció el género en su provincia. Junto con Reina Reech, la directora del elenco que integra junto a ocho vedettes más, se sienta a charlar. Su voz es suave y su rostro, despejado y luminoso. Cuando le pregunto por qué se vino de su ciudad después de haber conquistado aquel reconocimiento, dice: “Participé en ballets oficiales en Tucumán, clásicos y contemporáneos, pero siempre tuve que mantener una imagen masculina para obtener el trabajo, porque en todos los ballets oficiales mantienen esa tipificación y perpetúan esa discriminación. No sé si alguna vez llegaremos a ver en un Colón un chico o chica trans. Lo mismo pasa en Tucumán. Y cuando empecé a sentir que mi identidad de género era más fuerte que lo que me pedía la sociedad, vine a Buenos Aires. Encontré muchos lugares donde incluirme, estudiar y trabajar, hasta que llegué al Maipo. Soy directora de una compañía de teatro independiente, Jungla de Artistas, con la que hicimos musicales infantiles. O sea, no es la primera vez que me encuentro en un escenario en Buenos Aires, pero sí la primera vez que juego en las grandes ligas con mi identidad ya establecida”.

Y vos que lo viste, ¿qué pensás?

Reina Reech: –El arte de Martina la hizo estar entre las reinas. Eso es lo más lindo de nuestro encuentro: que ella posibilitó que viva ese personaje que yo había pensado, Hermafrodita. Lo creé junto con ella, para ella, con lo que Martina tenía ganas de hacer, acrobacia, por ejemplo.

¿Qué se siente al portar un nombre como el tuyo?

R. R.: –A veces fue medio fatal. Yo me llamo Reina Cristina José y de chiquita me decían Pepe, por lo de José. Y yo decía: ¡nooo! Y también, como nací en Viena, me decían Salchichita de Viena o Pancito de Viena. Y hubo gente que me preguntó: ¿quién te pensás que sos que te ponés ese nombre, Reina? No me lo puse yo sino mi mamá... ¡y por la perrita de La dama y el vagabundo, una película de Disney! ¡Por una perra! Y además, no se puede creer... ¡ponerme Reina Cristina!

Desde chiquita tuviste relación con el mundo del espectáculo y con la revista. ¿Cómo se siente mirarlo desde adentro, con una mamá como la que tuviste?

R. R.: –Yo iba corriendo por estos pasillos cuando tenía tres años para mirar a mi mamá detrás de la cortina. A los veinte ella estaba haciendo Chicago con Nélida Lobato y cuando lo vi me enamoré de Bob Fosse, algo más moderno de lo que había hecho mi madre toda la vida. Mi lugar de juego es éste. Y a mí me hace más feliz estar abajo del escenario, coser, crear, pinto pelucas, hago uñas –noventa hice para este espectáculo–, una no es a veces como cree la gente. Yo cosía con mi mamá. Y disfruto mucho de mirar el espectáculo desde afuera. Lo creativo para mí tiene que ver con lo divino, crear me parece más grandioso que subir al escenario para que te aplaudan. Es un ego que quiero trascender.

¿Cómo se conocieron ustedes?

Martina Nikolle: –En el casting. Me enteré por una compañera de trabajo –yo trabajo a la mañana en un call center– y ella, que la tiene en Twitter a Juana, la hija de Reina, me preguntó si yo me presentaba a cualquier casting. Le dije que sí, a cualquiera de revista o de escenarios. Juana había puesto en Twitter: “Tomando casting con mi mamá, vengan”. Yo dudé si ir. Cuando me decidí, me fijé si tenía una música para hacer el strip dance que pedían.

R. R.: –Yo estaba en reunión con la coreógrafa, el músico, un chico de producción y Elio –que es la mano derecha de Lino Patalano–, hablando de la gente que había venido, cuando la puertita se abrió...

M. N.: –Fue impactante porque llegué y ya no había nadie. Llamaron a todos los internos hasta que la encontraron a Reina, que subió a hacerme el casting. Me preguntó cómo me llamaba y a mí apenas me salió la voz.

¿El número con el que te presentaste en la audición es el mismo que hacés ahora?

M. N.: –No. Ese era un strip con una música propia, pero el montaje no tiene nada que ver. El montaje que hago en Las reinas... costó mucho ensayo. Uso un elemento que se enreda y no es fácil de manejar. Lo logré con la ayuda de la coreógrafa y también de Reina, que me cuida mucho y está pendiente de todos los aspectos estéticos. A veces muevo mal una pierna y pienso que nadie se va a dar cuenta, pero viene ella y me dice: “Moviste mal la pierna”. ¡Ay, Dios, cómo se da cuenta de todo!

R. R.: –Panorámica tengo la vista. Veo del rabillo. Tengo un ejercicio tan grande de mirar a la gente. Es que la gente que miraba cuando tenía tres años eran nada menos que mi mamá y mi papá. Así que de mirar a esa gente tengo un training enorme. Así, mirando, la reconocí a Martina. Y para mí fue especial el momento del casting. Habíamos concluido y apareció ella. Si no aparecía Martina con esa piel, esa feminidad, ese talento, no hubiese estado en el espectáculo una chica trans, porque no la había encontrado. Para mí fue una felicidad enorme, porque incluir fue la idea inicial. Creo que la gente que elige su género tiene que educar a los demás, por su elección en la vida.

En la obra se menciona el tema de la diversidad sexual. ¿Fue a partir de la inclusión de Martina?

R. R.: –La obra sería lo mismo si no estuviera Martina, pero la diferencia es que no estaría Hermafrodita como personaje. El personaje está porque está ella. Sí, sin dudas hubiese estado el tema de plantearte de qué lado estás, más allá de tu elección y lo que tengas entre las piernas. El tema del espectáculo es despejar la baldosa de condicionamientos. El texto del espectáculo no hubiese cambiado sin ella. Pero ella le dio otro color, le dio su energía.

El único baile del caño lo hace un hombre, es claramente una ironía...

R. R.: –Fue un chiste, por esto de que nos usan a las mujeres como objetos, objetos de los hombres que ocupan el lugar de sujetos. Pero la idea no es discriminarlos a ellos diciéndoles objeto. A las mujeres, según Lacan, se nos define por la falta, acá aparece el hombre en el lugar de la falta. Al hombre lo agregué a último momento.

M. N.: –Tiene que ver con la interpelación. El espectáculo interpela desde la identidad y los gustos sexuales. Y los que más reaccionan son los hombres. Los hombres son los que se sienten movidos del centro. Y cuando Catalina, la conductora, les hace preguntas, hay algunos que no responden o responden muy secotes. Es bastante fuerte.

R. R.: –Tampoco es que los intimida. La marcación de dirección es que si se sienten incómodos, Catalina sigue de largo. Y hace un par de días incorporamos también a las mujeres, porque me di cuenta de que tenían ganas de hablar.

¿Por qué no nos incorporaron inicialmente?

R. R.: –No es que no lo habíamos pensado, pero había salido así por el cuadro anterior, que venía de dos juegos con el público que eran masculinos. O porque por ahí a Cata no se le ocurrió preguntarle a una mujer. Pero es prueba y error, prueba y error.

Catalina tiene por un lado una cuestión desafiante o crítica con el machismo, pero en el strip tease sigue conservando el lugar de la mujer como objeto de la mirada masculina.

R. R.: –Sinceramente, más allá de la mirada del hombre, yo lo pienso y lo siento como arte. La mirada de cada uno es personal y cada cual lo ve como le parece o lo quiere ver.

M. N.: –Además, cuando la gente escucha el nombre, Las reinas del strip, se imagina el strip tease vulgar. En un momento ni siquiera te acordás de que estamos desnudas. Se borra esa parte y empezás a disfrutar del resto, ése es un aporte: ayudar a desprendernos del miedo a mostrarnos.

¿Y vos cómo viviste el hecho de mostrarte desnuda en el escenario?

M. N.: –En un principio me pareció un desnudo artístico y lo viví como tal, pero después empecé a vivirlo como un desnudo militante. En primer lugar, me siento incluida como todas las chicas, no soy la única que se desnuda, pero además es un desnudo que demuestra a la sociedad que no hay nada raro. ¿Y qué mejor que mostrarlo en este escenario que tiene tanta trayectoria y tanta preponderancia para los artistas? Es el lugar para decir: esto es totalmente normal y hay que aprender a verlo, a aceptarlo y a disfrutar. l

Maipo Kabaret, Esmeralda 449. Funciones de martes a domingo.

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Imagen: Sebastián Freire
 
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