Vie 15.02.2013
soy

SENTIMIENTOS ENCONTRADOS

“Si no tiene un sentimiento, retírese”, dice ella en la vida y también en su espectáculo de tangos y boleros. Y Noy, obviamente, se quedó. Una amistad que lleva cuarenta años aparece con toda su potencia queer en esta conversación sobre el amor sin miedos, los desamores, los géneros impuestos e impostados, la televisión y su machismo, las convicciones honradas y el horror a las confesiones.

› Por Fernando Noy

Cuatro décadas nos unen. En estos años, ella fue casi todas las Ritas posibles hasta que el poema encarnado de pronto devino “Ritual”, que es una de mis más secretas maneras de nombrarla.

Descubrí a la Cortese dirigida por el inolvidable Jaime Kogan haciendo Pipa, trabajo que la revelaba en Marathon de Ricardo Monti, allá por los ’80. Después, Kogan me pidió que le revisara una traducción de unas canciones de Chico Buarque, entonces aproveché para pedirle acceso libre a sus funciones y así volver a verla. Cuando él me descubrió tan reiteradamente en la sala, se acercó y en voz baja dijo algo que al recordar con Rita siempre nos causa una gracia muy especial: “Mirá, pibe, vos tenés que revisar tu condición de homosexual. Estás enamorado de esta actriz”.

Lo mismo me había pasado a los 13 años, cuando mi abuela me llevaba los fines de semana hacia el Avenida dejándome solo para ver de nuevo y en primera fila a la Compañía de Carmen Amaya, entre otras obsesiones que me permitía repetir tantas veces como pudiera. Debí revisar mi condición, o todo lo contrario, al ver tantas veces Los Cenci con Marilú Marini, Carlos Trafic y Robertino Granados; Quién le teme al Sr. Sloane, con esa otra intérprete fuera de serie que fue Noemí Manzano; El campo con Inda Ledesma; o la obra iniciática de Griselda Gambaro, El desatino, con la estremecedora Lilian Riera. Vi muchas veces todas las puestas con la gran Tina Serrano y recuerdo siempre Nina de Roussin, que marcaba el fugaz retorno al teatro de la magnífica Malissa Zinny. Por algo me autodefino como “espectador con cama adentro”. Pero como también, en el fondo, soy una actriz frustrada, con la Cortese jugamos a que un día realizaremos Quién le teme a Virginia Woolf de Edward Albee, cuya versión cinematográfica protagonizaran Elizabeth Taylor y Richard Burton. Nuestra puesta me adjudicaría a mí el rol de Martha y, como dando una vuelta de tuerca al hollywoodense juego made in Manuel Puig, Rita sería el colosal Burton. ¿Qué piensa Rita sobre la aventura de cruzar la calle en plena noche, de ser el profesor y yo la esposa, y de otras locuras nocturnas? No hay que preguntarle, porque ella lee el pensamiento y ya lo está diciendo.

–Por sobre todo creo que, y en especial los artistas, tenemos que tratar de vivir con menos miedo. Cuando uno está asustado y tan en alerta, al fin termina enceguecido. No sirve. El miedo no te deja ver, y si lo que querés es defenderte, bueno... tenés que ver al otro. Hay que volver a como era antes, cuando atravesábamos toda Buenos Aires. Nos emborrachábamos, ¿te acordás?, la noche era nuestra y el Riachuelo también. Juntos esperábamos el amanecer. El amor, quiero decir, sin ningún limite.

También está aquello de que “todo hombre mata lo que ama”...

–Es verdad. Pero para poder después amar a otro, ja. Cuando uno ama como Oscar Wilde y a causa de eso le suceden cosas tan terribles, ya está. Puede jugar todos los juegos. No puede dejar de jugar.

Si tiene un sentimiento, póngalo aquí

Con el tiempo, la Cortese, además de todos los juegos que sabe jugar tan bien, se transformó en cantante. Me acuerdo de hace 15 años, cuando la escuché una noche “zapando” con Charly García, Pappo Napolitano, entre otros músicos. Como se había hecho tardísimo, ella me dijo: “Vamos a tomar un taxi”. “¿Pero a esta hora dónde encontramos uno?” “El mío –me dijo–, que está afuera...” Y era verdad. En la puerta del lugar, un chofer se despertaba para abrirnos la puerta, después de esperar más de tres horas. La diva de la noche se paseaba en taxi propio por Buenos Aires.

¿Cómo hacés para encontrar esos títulos de tus shows? Si no tiene un sentimiento, retírese, por ejemplo, ¿de dónde sale?

–Estaba mirando La lección de piano, esa maravilla en la que a la protagonista la casan con un extraño, con un hombre que había conocido apenas por correspondencia. Ella viaja con su hija atravesando mares y finalmente con ese espléndido vestido largo, todo sucio y mojado, los zapatos destruidos y el sombrero ladeado y deshecho, ve a su marido, y bueh... es tremendo para ella. Digamos que su cara no tenía nada que ver con la letra. Ella se angustia, pero en aquel tiempo era imposible demostrarlo, especialmente las mujeres. Bueno, de pronto aparece el personaje del jardinero, como siempre los hay, gracias a Dios, Harvey Keitel, nada menos. El un día descubre que ella tenía una de sus oscuras medias agujereadas y de inmediato se enamora de ese agujero. Después, todo el jardín empezó a brillar y él parecía cada día más triste porque, claro, no se animaba a decir ni hacer nada para conquistarla. Y ella... seguía tocando el piano. A veces, distraídamente, lo espiaba de soslayo. Cierta tarde él se está bañando, la cámara lo toma desnudo de cuerpo entero en un plano inolvidable mientras ella llega corriendo, sofocada, y al verlo se asusta tanto de semejante belleza que no hace nada. Entonces él, girando su cabeza, le dice: “Si no tiene un sentimiento, retírese”. ¡Y ella se va! Como yo acababa de pasar exactamente por una misma situación, decidí poner esas palabras como nombre del show.

El enamoramiento siempre aparece ligado a la desgracia.

–Al fin y al cabo es una de las peores cosas que le pueden pasar a uno en la vida. Otro título es Ojalá te enamores, que es una maldición árabe que le dice un hombre a otro, porque parece que está comprobado que cuando uno se enamora se vuelve un poco tonto y negocia peor.

Arriba del escenario se te ve transpirar, seducir, como si tuvieras una relación amorosa con el público, con todos a la vez.

–Siento que la gente me ama y es recíproco, en serio. La propia vida para mí sería como una puesta en escena. Yo no tengo secretos y menos desde el escenario. Me ofrendo, me expongo. Es una pasión generalizada. Y cuando canto, literalmente termino empapada. Me empapo hasta el pelo. Es poco habitual que esto ocurra, pero a la vez siento que no podría ser de otra manera. Sucede, lo compartimos y punto.

Como andróginos...

–Sí, algo pasional donde también, eso creo, todos somos andróginos. Yo no creo que haya alguna mujer que no hubiera estado enamorada de otra. Ni tampoco los hombres. ¿Viste esa fruición que tienen ciertos amigos? Vos decís: acá hay una suerte de identificación pasional. No sólo los directores con sus actores favoritos. En todas las áreas.

¿Y en lo personal?

–Por lo pronto a mí, personalmente, ¿cómo no me va a gustar una mujer si también lo soy? Sería imposible que no. Aunque no creo para nada en la cuestión endogámica sino en la búsqueda profunda de la sensualidad. Eso es lo que al fin me enamora. Un tipo de sensualidad originado no sólo en la mente sino desde el corazón, para después sentir en su totalidad el placer de los cuerpos.

Viste que estamos en una época en la que vienen muy sobrevaluadas las definiciones...

–Yo primero, y por sobre todo, soy, lo demás viene solo. Definirme en algo que me encierre o limite sería peor que la muerte. Además, las declaraciones aparentemente osadas o, entre comillas, valientes, me resultan muy poco interesantes: “Soy tal cosa, defiendo tal cosa. Yo soy esto o lo otro”. Yo soy no sé qué. Soy, ¿qué? ¿Por, para qué, con qué? ¿Y la vida dónde queda? Y el abismo, el río, los ojos que se encuentran, ¿dónde están? Uno es y después llegan los regalitos. Yo si amo, amo. No me importa el sexo que fuera. Al fin, en lugar de soy preferiría decir... ¡seamos! Ningún deseo nos va a provocar temor. Vivamos, juguemos, sin guetos. Ahora escucho a Cioran que me susurra en la oreja: “Recuerdo que alguna vez fui un niño”.

Cuando cantás boleros o tangos, mantenés la primera persona masculina.

–Canto casi todo en masculino. ¿Cómo no voy a hacerlo? Son canciones escritas por hombres, no las voy a traducir jamás al femenino. Otras lo hacen y se pierde la esencia. Me encanta el desparpajo, decir: “Me gusta lo desparejo y no voy por la vereda / uso funyi a lo masera / calzo bota militar”.

¿Cómo te preparás antes de cada espectáculo? ¿Tenés un método?

–Cada show empieza con mi desesperación en casa. Comienzo a entrar en un túnel, de pronto surge una especie de intuición sobre lo que irá a pasar, programo todo. Sigo las propias migas que fui dejando en el laberinto y cuando entro al escenario soy el ser más dichoso del mundo. Me entrego por completo. Es un placer incomparable. Yo, para transmitirlo, busco mi máximo esplendor de sostén y junto a Juan Pablo, Ariel Polenta y Daniel Bugallo, músicos maravillosos, nos vamos... nunca sabemos hacia dónde.

Con tangos y boleros, nada menos.

–Cada tango es como una película con esa filosofía desesperada y tan sabia. El bolero es más coqueto, una palabra que me gusta para definirlo con humor. Pero el tema, para mí, será siempre el amor y la pasión ilimitados.

El infierno son las otras

Es estrepitosamente malvada, reaccionaria, quiere que quemen a los gays en el infierno y no vacila en llamar enfermos a las travestis que fueron esposa y amiga de su propio hijo. Ella es una policía de la normalidad y de las buenas costumbres.

Hace poco, en la tele interpretaste en La viuda de Rafael, un personaje que estaría en tus antípodas. ¿Cómo fue esa experiencia?

–No hay nada que me divierta más que encarnar a una persona tan alejada de mí, aunque la odie. En realidad una se mete más en este tipo de roles porque es un modo eficaz de delatarlos. Imaginate, hacer de enemiga de todo lo que honro, digamos, como en este caso. Y además pertenecer al Opus Dei y tantas otras barbaridades. Una cosa horrible, fascista, golpista, desclasada, resentida. Con el resto del elenco la pasamos bárbaro.

Es difícil encontrar producciones atípicas (buenas) en la televisión.

–Ya se sabe que el tema de la producción televisiva está en manos de hombres vulgares y básicos que ni se conectan entre ellos. Los títulos por sí solos lo demuestran: Mujeres asesinas, Locas de amor, El sodero de mi vida, Grande pa... Todo es así. No existe Grande ma, para nada. Además, en los cachets seguimos cobrando mucho menos que los hombres. Es un país machista insólitamente generado por mujeres que hacen hombres machistas, esa clase de matronas que los educan para ser así.

Hasta en el juego erótico ahora ellos son las vedettes...

–Ellos no son nada. Están como asustados. No digo todos, pero sí lamentablemente el 90 por ciento. Andá a bailar a cualquier sitio a las tres de la mañana, cuando todavía es temprano, y vas a ver a los muchachos jóvenes que no saben qué hacer ante las chicas. Ellas sí son capaces de todo con tal de erotizarlos, pero ellos permanecen como atados a un movimiento mecánico, duro, como si tuvieran terror.

En ese personaje de la madre de Rafael eras una matrona, y machista es poco: estabas transformada hasta físicamente, dabas miedo...

–Bueno, la idea de la interpretación, al menos para mí, es lograr que cuerpo, voz y alma se irradien en un mismo instante. A veces aparece primero todo lo relacionado con el cuerpo, después el resto es imprescindible. Hay que lograr que todo coincida, para eso está el entrenamiento. El que tuviera el don, bienvenido.

¿Esa es tu propuesta para tu escuela de actores?

–Trato. Con mi gimnasio, que tiene cinco años de trabajo inicialmente en Rosario, ya se formó una compañía que va a seguir funcionando y en marzo reanudo las clases en Pata de Ganso, un estudio sobre la cortada Zelaya del Abasto. Aparte de formación integral de actores voy a incluir, entre otros temas, la propia Historia argentina. No puedo soportar que se haya dejado de hacer análisis de texto. Es como decir que la propia lectura se hubiera perdido. Para mí es fundamental. Recuerdo que estábamos leyendo Edgar Allan Poe en voz alta y apareció Helena Tardonato, traductora de Ungaretti y biógrafa de Pasolini; enseguida le pedí que habláramos de la forma de vida en esa época. Ella dijo simplemente: “Era un tiempo con luz a gas, y como existían los mastines, de noche se escuchaban aullidos y se veían las brasas de los cigarrillos”. Estaba todo dicho.

¿Cómo leés vos esa falta de lectura?

–Creo que es un momento donde se está al servicio exclusivo de la producción. Ahora ya viene todo pasteurizado y además pareciera que el máximo objetivo debe ser lograr que la gente se ría. Ni siquiera que llore. Se tiene que reír incluso en las tragedias y machacan con eso de que el teatro sea para toda la familia. ¿Por qué? Hay temas y cuestiones que siempre permanecen a oscuras. Aunque al mismo tiempo no exista nada más truculento que la propia familia.

Y la familia argentina, más todavía.

–Además, el teatro dicho universal siempre va a ser argentino.

¿Cómo decís?

–Mi gran amigo y maestro Roberto Villanueva decía que todo teatro es argentino, incluso Shakespeare. Presente puro. La resignificación finalmente logra que no se vuelva algo importado o arqueológico. Tampoco se trata de que los personajes se llamen Juanita o Juancito Caminador, pero hay algo donde va a ocurrir que finalmente la gente se sienta ante un tema propio. El paisaje anclado en nuestras experiencias. Alberto Ure era capaz de tomarse un año sabático sólo para leer sin parar. Jaime Kogan fue el primer fuego que de verdad escuché crepitar. Ubicaba la escena en un espacio desde el cual realmente la tierra temblaba. En esa línea, creadores como Laura Yusem, Tina Serrano o Lorenzo Quinteros no se encuentran tan fácil. Son imposibles de soslayar, como Batato, Urdapilleta o el grupo que hicimos Marathon en los ’80: Leal Rey, Mónica Galán, Arturo Maly. Un camino insondable.

¿Acaso no hay recambio?

–Ciertos mundos como el de Ciro Zorzoli me interesan porque son profunda y brillantemente misteriosos. Su puesta de Estado de ira, anterior a Las criadas, es el mejor ejemplo de lo que digo. Guillermo Cacace, que realizó un Stefano admirable. Ojalá las repongan.

El cine te espera.

–Por suerte sí. Una de las películas es de cuentos y relatos al mejor estilo Szifron, que a mí me parece un genio. Tiene un humor tan profundo que se vuelve trágico. La película es un vendaval y el cuento que voy a hacer se llama “Las ratas”. No voy a contar nada: sólo decir que es en verdad avasallante, una gran producción. También filmaré a las órdenes de Eugenio Zanetti otro largo que se llama Amapola. Transcurre en nuestro país desde los años ’66 a los ’82, época de las más interesantes, atravesada por esa canción que le da título. El guión es bellísimo, ojalá salga así. Tengo varias escenas con Geraldine Chaplin, lo cual ya me seduce.

Para mí, la nota ya está casi lista. ¿Vos querés agregar algo más?

–Sí, claro, esta pasión casi infernal que tengo con la poesía. Me cuesta creer en un actor que no ame lo poético, porque al fin de cuentas la actuación es, por sobre todo, síntesis. Y no existe síntesis mayor que en un poema. De Adelia Prado, Alfonsina, los que fueran. ¿Te puedo hacer una confesión?

Por supuesto.

–Personalmente, a mí me costó muchísimo estar con vos, entrar juntos en los temas cotidianos, porque siento que los poetas son sagrados. Sin ellos, la vida se volvería intolerable. Hace cuatro décadas que nos conocimos, aunque siempre hay en mí cierto pudor ante un poeta. Esa zona intangible...

Pero, ¿cómo, Richard Burton?, ¿no íbamos a casarnos?

–¡Es verdad, Liz! Al fin voy a poder decirte: “Hola, buen día, ¿cómo estás? ¿Querés algún otro diamante?”.


Rita Cortese va a estar cantando todos los sábados de marzo a las 21.30 en Salta y Resto, Salta 755.

Entrada: $ 80. Reservas al 4381-7164.

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