Sin trabajo, sin paz y sin límites, el artista Sergio De Loof rompe las reglas de la pacata y estudiada exposición de Facebook y construye con su propio cuerpo un nuevo género: el diario no íntimo.
› Por Laura Ramos
La nueva obra del artista Sergio De Loof es su diario de París publicado en Facebook hace unos días minuto a minuto, mientras los acontecimientos (la tragedia doméstica) que posteaba estaban sucediendo.
Tres semanas antes, desde la casa de sus padres de Remedios de Escalada donde vive, escribía: “No puedo dormir” (miércoles, 4 am); “Nadie me llama para trabajar” (jueves, 2 pm); “¡Qué pobre soy!”. Leo García le mandó un mensaje de aliento, cientos de amigos le dieron consejos. “¿Alguien me puede pasar sitios porno gay por inbox?” ¿Un genio al borde del colapso?
De improviso, lunes 3 de marzo: “Me voy a París”. Cuatrocientos gusteos. “Unos amigos me invitaron a pasar dos semanas en su casa.” El 12 de marzo, una foto del Louvre bajada de celular. Una sucesión increíble de fotos impresionistas, borrosas e invertidas, de cuadros de Delacroix. 14 de marzo: “¿Quién está despierto? ¡Me desvelé!”. 15 de marzo: “Europa es muy careta”. 16: “Estoy en un suburbio, si salgo tengo miedo de perderme”. El músico Daniel Melingo, que trabaja en París, le pasa un teléfono. “¿Alguien puede avisarle a mi mamá que la extraño?”. Esa misma noche: “Dicen que no tienen plata para todos mis gustos”. Al día siguiente, dieciocho post revelan el desenlace. 14.20: “¿Tres vasos de whisky a quién molestan?” 14.21: “No me llevo muy bien con la gente de la casa”. 14.30: “Nadie me habla”. Esa noche, el post que conmocionó al Facebook: “El dueño de casa me pegó!!!!” Ciento cuarenta y ocho comentarios que se dan puñetazos entre sí, gusteos eufóricos, frivolidades, condescendencias. Un día después, desde el Aeropuerto Charles De Gaulle: “Me quise robar un perfume y me agarraron”.
Esta y todas las obras de SDL no dejan de conjugar en todos sus tiempos la máxima de Truman Capote: “Soy alcohólico, soy drogadicto, soy homosexual, soy un genio”. Pero De Loof le agrega “soy pardo”. Pardo perfumado con Chanel número cinco (robado).
De Loof vitae
Ahora vayamos para atrás, para el barrio donde reina el Gauchito Gil, unos cuarenta años en el tiempo.
No es difícil imaginar a SDL vestido de boy scout; el uniforme podría ser un diseño propio. Una infancia en un chalet suburbano, perros salchicha, un Valiant celeste, un profe de papi fútbol que enjabonaba a los niños en las duchas y con él se demoró más de la cuenta; monaguillo en la parroquia y patinador artístico en el club de Remedios de Escalada. Por las noches, mientras él jugaba a la escoba de quince con su abuela, sus padres bailaban jazz del ’40 en el living. Los domingos hacía collages con fotos de la revista Gente y los pegaba en las paredes de su cuarto (anticipo del desfile Haute Trash, hecho con bolsas de compras y revistas Vogue que le regalaron Teté Coustarot y Susana Giménez para que confeccionara vestidos de papel).
Todos hablaban de sus ojos negro azabache orlados por unas pestañas de terciopelo negro, como arañas pollito, que fascinaron, cuando tenía nueve años, al payaso de un circo que lo inició en sus artes. Esos ojos enamoraban a sus maestras y también al cura que lo confesaba y le daban brío para cometer diversa clase de infracciones, que su padre trataba de corregir corriéndolo por la manzana. Estudió en Bellas Artes, pero su verdadera escuela de moda fueron los cotolengos de Pompeya.
La revolución deloffiana explotó en 1989, en un desfile con ropa del Ejército de Salvación. Hizo desfilar a petisos y petisas, gordos y gordas, morenos, morenas, tatuados y rapadas: cien personas al mismo tiempo sobre la pasarela, que partía del bar Bolivia y cruzaba la calle México, cortada por él. (“Yo les pongo plumas a los negros, a los latinos, a los desclasados.”) Era una revolución, un Mayo Francés. Bolivia, su bar, residencia de artistas, propuso un nuevo modo de existencia y de producción artística. “Comíamos guiso de lentejas y nos vestíamos de colores fluorescentes, verde cotorra, rosa chicle.” Allí, y en El Dorado, y en sus desfiles en la Bienal de San Pablo, en el Goethe, en el Malba, es el rey (y el ama de casa) del trash rococó, su marca, su mueca. “Soy el diseñador de la gente fea y rara. Odio a los ricos, pero me encantan los palacios.” Esa paradoja es su diamante. Al HIV que contrajo hace catorce años lo considera un artículo vintage. De Loof, genio pobre y glam, “artista de los petisos y los negros”, dice que el arte pasa por la experiencia. (Nada parece político, pero en el 2001 presentó prendas confeccionadas con bolsas de arpillera y ropa hecha con basura.) Cuando postea que hace cuatro años que no copula, cuando publica “Sufro”, SDF quiebra el orden capitalista, rompe las leyes de urbanidad de Facebook, pone en jaque al sistema moderno de intimidad. Mientras espera a que alguien lo llame para trabajar, la respuesta trágica de este artista genial a la sociedad burguesa que le niega trabajo es la ofrenda de su vida.
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