Vie 26.04.2013
soy

San Pablo, República lgtbi

› Por Diego Trerotola

El trazado del mapa gay friendly en la inmensidad de San Pablo marca la calle Frei Caneca (“Gay Caneca” en la jerga marica) como centro del yiro paulista. La parada obligada en la ruta es el shopping del mismo nombre que la calle, que cumple diez años de su colonización, porque en 2003 la comunidad lgtbi organizó una besada colectiva como protesta, porque un guardia de seguridad había echado a una pareja gay que estaba a los besos. Cortando la avenida Paulista, Caneca es una rua chic y una molestia para sus reaccionarios vecinos de alta sociedad, tanto o más incómoda de que la Marcha del Orgullo también se despliegue multitudinaria y festiva por esa misma zona.

Sin embargo, la conquista más importante de la visibilidad urbana en San Pablo circula por un barrio más humilde, que rodea la Plaza República, especialmente sobre la calle Dr. Vieira de Carvalho, que sirve de puente entre parques. Aunque el yiro se da las 24 horas, durante la tarde llega allí una multitud que ocupa las veredas: si bien un par de bares convocan con la banderita del orgullo, nadie quiere estar detrás de ninguna puerta. Todxs a la calle, a rotar, especialmente quienes no son parte de la comunidad gay chic: gordxs, viejxs, ridículxs, pobres, incluso quienes hacen terrorismo de género, van por ahí y se mezclan con vagabundxs de la zona. La afluencia, que creció en el último lustro, hace que casi todas las noches tropicales se corte espontáneamente un carril de la calle, porque la vereda no logra contener tanta diversidad.

Cerveza o trago en mano, casi todo está a la vista y en movimiento, aunque hay ciertos lugares aglutinantes: Soda Pop, atendido por Pedro Junior, un papá oso con remeras y tatuajes almodovarianos; un bar mayoritariamente lésbico en una esquina con vidrieras que dejan espiar toda la joda de su interior; un boteco de chongos reos y trans de glam callejero. Muchas noches, un par de octogenarios caen con sus sillas plegables para instalarse en la vereda, para no perderse el espectáculo queer de contemplar, rozar y ser tocados por un gentío que el siglo pasado se ocultaba en sótanos.

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