› Por Ignacio D’Amore
1988, Puerto Rico. Una boricua deliciosa seduce primero a un chongo, luego a otro. En la discoteca, esa noche, tocan los Pet Shop Boys. El triángulo concluye ya de mañana, con los dos jóvenes enmarañados entre las olas, a las piñas, o casi a los besos. Ella camina por la costa y los ve desde lejos. Ambos muchachos abandonan la playa, dos perdedores: ella prefiere estar sola, con otros. Y entonces el deseo homoerótico surgido en el mar, en cámara lenta y luz cobriza, deja de ser una posibilidad para convertirse en un hecho cuando en la última imagen del video vemos reflejados en los anteojos de uno de los Pet a los dos puertorriqueños, ya otra vez de noche, yéndose sumamente juntos con una fogata de fondo.
La edición norteamericana de Rolling Stone dedicó por aquella época una reflexión respecto de este video, Domino Dancing, afirmando que los Pet abusaban del imaginario homo y lo explotaban en su beneficio. Desde entonces, en ese país se los consideró como un grupo de “música gay”, prácticamente eliminados de las radios y los charts. Casi quince años más tarde, una réplica posible del dúo británico a la homofobia reinante en la industria musical se dio con “The Night I Fell in Love”, del álbum Release (2002). Allí, Neil Tennant adopta el papel de un joven fanático que consigue conocer a su ídolo rapero en el backstage de un show, para finalizar la velada encamados en la mansión del astro. Aunque no se lo nombre directamente, los Pet se refieren a Eminem, el rapero yanqui hipermachista, homofóbico de alto octanaje que por aquellos años condenaba el amor gay en su música y clips. En entrevistas, Eminem invocaba su derecho a representar personajes en sus letras (entre ellos, y con alta frecuencia, el de mataputos), cosa que Tennant también hizo para devolverle el cachetazo. Meras ficciones entonadas.
En el mundo PSB las cosas y personas casi nunca se mencionan directamente, como en el caso de Eminem que recién comentamos, cuyo nombre puede deducirse a partir de referencias en la letra (aparecen Dr. Dre –su productor– y “Stan” –uno de sus hits–). No obstante, cuando los Pet se dedican a enumerar, entonces sí las cosas y personas tienen nombre y apellido. Name checking de marcas fashion en “Paninaro” (¿hay algo más gay que esto?); estrellas y sitios clave del under londinense en los ’70 y ’80 en “Requiem in Denim and Leopardskin”; razas y cruzas caninas en la desoladora y cínica “I Want a Dog”. En este caso, Neil pide un chihuahua que lo reciba en su departamento ajustado, aunque en la tapa del single aparezcan, ambos Pet, con el minúsculo yorkshire terrier de Chris sobre fondo de eléctrico amarillo, una de las franjas cromáticas de la portada de Introspective, donde “I Want a Dog” aparece.
Produjeron, casi como divertimento, una canción para la escandalosa sitcom british Absolutely Fabulous, preferida por los trolos de ese país y de cualquier otro. Sobre una base eurodance hasta el colapso, Neil hace coros mientras se disparan sampleos de frases pronunciadas por Jennifer Saunders y Joanna Lumley, las dos mujeres puto protagonistas de la comedia. Una vez más, las marcas de alta costura, los himnos de las discotecas gay, las revistas de moda; el name checking como forma de discurso y statement poético. Algo similar hicieron al remixar “I’m Gay”, tema compuesto por los creadores de la incorrectísima serie cómica Little Britain para uno de sus sketches.
En el b-side “Bet she’s not your Girlfriend”, de 1991, los Pet Shop Boys reproducen una de esas relaciones compuestas por una chica muy linda y un chico muy puto, especie de amistad confusa (para los demás) como las hay de a tantas. El gay lifestyle funciona entonces como fuente de información e inspiración: los Pet hablan de lo que nos pasa a los homosexuales. Nos hablan de y a nosotros. La llamada “cultura gay” actúa como origen y como destino de la producción cultural, en un flujo dinámico que habilita un feedback de influencias musicales y estéticas, de referencias, de situaciones.
Y así como el puto y su amiga inseparable existen en el universo PSB –y también a la vuelta de cualquier esquina–, otras situaciones provenientes de ese imaginario y de ese historial terminan siendo canciones. “Can you Forgive her?”, dramática apertura del discazo Very (1994), se impone con un sopapo de teclados inicial y da paso al dilema de un chico que siente culpa por ser homosexual, permitiendo que su novia lo hostigue por ello. Otro b-side memorable, “The Boy who Couldn’t Keep his Clothes on” (1997), podría funcionar como continuación de esa historia: una mariquita tapada que no puede faltar a la discoteca, instalada arriba del parlante más alto, que va sacándose la ropa beat a beat. Irrumpe la novia a grito pelado y amenaza con tirarle las cosas a la calle y contarle todo a la madre. Es más: existe una exacerbada versión, la “Banji Girlfriend Beats”, que consta de un dub del tema con la voz de la peligrosa novia banji superpuesta (en la jerga gay, se llama banji a quien nació en el ghetto).
Ya en “I Want a Lover”, del debut Please (1986), delinearon cuál sería su campo de acción: el dancefloor gay. En aquel tema expresaban la urgencia de necesitar un amante cuando sobreviene la mañana solitaria en una discoteca. Es éste el ámbito central de la discografía Pet: allí se los baila, sí, pero también es en ese sitio donde se producen las situaciones que inspiran su música. Por cada himno al estilo de “New York City Boy” o el cover de Village People “Go West” existe una confesión en la pista de baile, una observación pop certera, como “Flamboyant”, “It’s a Sin” o “Being Boring”. Los posters que empapelaron esta ciudad dicen una verdad: son héroes pop, son invencibles. Agreguemos: son héroes de lo que supimos llamar cultura gay.
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