LUX VA A RECITALES DE CHICAS
De boliche en boliche y de cantora en cantora, en un viaje lisérgico, gastronómico y musical que se alargó hasta el mediodía, a nuestrx cronista no le faltó donde hincar el diente, ni dejó torta sin probar.
El sms de Zulma Ducca decía: “Lux venite now que está por empezar el reci”. No me tomé ni el tiempo de responder, directamente me monté a la línea A y bajé en Medrano, no sin antes calzarme unas buenas calzas, un calzado y unos lindos calzones. “¡Aleluya, aleluya!”, gritó la Ducca cuando me vio subir las escaleras de la casa de su amiga Mirna, envueltx yo en mis pieles sintéticas, con mi vincha animal print y esa brillantina que me pongo en el pelo y que me queda tan fantástica. “¡A brillar mi amor!”, continuó la pelirroja de La Plata con esa voz caudalosa, de chica al rojo vivo. Pero evidentemente no era yo la destinada a brillar ese sábado porque fue ella la que se subió al escenario y en un santiamén arrancó con una versión del vals “Flor de lino”, donde mechaba versos del gran portugués de Tabaquería. “¡Pessoa, Pessoa!”, aposté desde mi silla, contentísimx de haber dado al fin con el nombre del poeta. Y entonces la acordeonista Laurita Boscariol levantó la vista de su instrumento y, mirándome desde la profundidad de sus ojos calmos, me dijo: “Lux, ¿si te callaras un poco?”. Tenía que servirme un buen trago para olvidar el mal trago, así que me dirigí a la barra, abrí la garganta como las mismísimas puertas del infierno y dejé pasar un vodka quemante como el demonio. Volví con todo al salón y me la encontré a Mirna moviendo las caderas y bailando una rumbita flamenca que me voló lo que me quedaba de cabeza. “Haceme la segunda, Lux”, me ordenó la bailaora y sin solución de continuidad me encontré a su lado haciendo un taconeo con mis borceguíes rojos, que percutieron tanto en el departamento de abajo que a los cinco minutos llegó la policía y clausuró la joda por ruidos molestos. “No importa –dije yo–, la noche está en pañales”, y me los llevé a todxs al recital de Tonolec en Niceto. Cuando llegamos, Charo Bogarin cantaba el segundo tema con su registro de Pachamama sinfónica y enseguida nos empezamos a mover al ritmo del qom electrónico. “Yo no estoy postrada a tus pies”, estribillaba la Charo mientras nosotrxs, sumergidxs en una suerte de éxtasis ayahuasquense lisérgico, nos empezamos a tocar las distintas partes en el fragor del baile. Fue en el momento en que el dúo hizo su ya tradicional hit “Indio toba” cuando la cosa explotó y nos entregamos desinteresadamente a las artes de Morfeo (Morf-arte). Estábamos tocando el cenit con los codos cuando, de pronto, el show finiquitó. “¿Y ahora qué hacemos, Lux?”, preguntó la Boscariol, valorando mi extraordinaria capacidad para remontar lo imposible. “No te preocupes, Laurita –le contesté–, la noche está en shorcitos y ahora mismo nos vamos al cumpleaños de Alejandra Fenochio. Andiamo.” Así fue que los veintiocho que éramos subimos a siete taxis y desembarcamos media hora después en La Boca para celebrar el onomástico. “Lux de mi vida –me espetó Fenochio–, ¿me podés explicar dónde meto ahora a toda esta gente?” Palabra va, palabra viene, la cumpleañera se empezó a alterar y alterar y alterar, pero, de pronto, la voz impresionante de Madame Ivonne tapó la suya con perfección lírica. Sí, era un ángel, no un tenor, cantando “O sole mio”. Todo el mundo se quedó boquiabierto y yo, en medio del hechizo, aproveché para comerme un par de porciones de pizza amasadas por la misma Fenochio y servirme un tinto que, sobre la base del vodka y otras yerbas, me empezó a marear un poquito. “Sacame a tomar aire, Zulma”, le rogué a la cantante que, tomándome de un brazo con fuerza sansónica, me depositó en una hamaca paraguaya del jardín. No cantaban los pájaros del amanecer al abrir mis ojos y recordé que en Villa Crespo otra fiesta me esperaba. “Si me apuro, llego para los dulces”, pensé consciente de mi estómago, que estaba empezando a languidecer. No me pregunten cómo –porque no les voy a decir–, pero menos de una hora más tarde María Laura, la reina de la fiesta de Villa Crespo, me abría las puertas del departamento de la calle Loyola. “¡Lux queridx viniste! –me dijo–. Espero que esta vez no hayas tenido el mal gusto de caerte con veinte más como hiciste el año pasado.” “Tranquila, amiga –le contesté–, ya no soy esx que era.” “Entonces entrá”, dijo, y al instante escuché una voz ultrarreconocible cantar el tangazo “Yo no sé qué me han hecho tus ojos”. “¡Lala García, Lala García!”, repetí con el mismo fervor con que un rato antes lo había hecho al decir “¡Pessoa, Pessoa!”. “Bajá la voz, desubicadx”, me ordenó una desconocida que al lado mío se relamía los labios tragándose hasta el último resto de un deliciosa porción de lemon pie. Pero la hora había pasado y en las mesas sólo quedaban vasos vacíos. Sí, Lux, me dije: demasiado tarde para tortas.
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