A LA VISTA
Los manuales médicos que separan lo aceptable de lo anómalo siguen siendo el eje del tratamiento disciplinador que somete a las personas intersexuales desde su nacimiento. Aquí, una mirada crítica de las todavía vigentes “correcciones quirúrgicas”, que tan desfasadas como tétricas suenan en un país con una ley de identidad de género que promueve el respeto por las decisiones de todxs sobre sus propios cuerpos.
› Por Diana Maffía *
Nací en 1953. A comienzos del siglo XXI me tocó incorporar varios cambios en lo que respecta a las categorías tradicionales sobre la sexualidad. En los ’60, la píldora anticonceptiva permitió separar la sexualidad de la reproducción. En los ’80 las tecnologías de reproducción asistida posibilitaron la procreación sin sexualidad. El matrimonio igualitario separó la heterosexualidad de la familia. La ley de identidad de género separa los cuerpos sexuados del género asignado. La reforma del Código Civil, en su versión en debate, permitirá separar la maternidad por gametos, gestación y voluntad procreacional. En este contexto resulta una asignatura pendiente el tratamiento disciplinador de los cuerpos que reciben las personas intersexuales. Allí se hace patente que la institución que legitima el sexo de los individuos es todavía la médica. En el caso de los bebés intersex, endocrinología, pediatría, ginecología, genética, urología y cirugía calificarán ese cuerpo, como señalaba Foucault, desde el biopoder: los cuerpos pasan a ser controlados como normales o anormales e intervenidos por la medicina como patológicos. La definición de intersexualidad de un manual de endocrinología pediátrica, de ginecología o de genética va precedida de una explicación sobre cuál es el proceso normal de diferenciación sexual en los humanos y qué debemos entender como sexo biológico. La biomedicina ha distinguido tres etapas o niveles de diferenciación sexual: el sexo genético –células 46 XX o 46 XY–, el sexo gonadal –ovarios o testículos– y el sexo genital –vagina, vulva, pene, próstata– determinados en el período fetal. Durante la infancia, pubertad y adultez, hay que añadir el sexo fenotípico –caracteres sexuales secundarios–, el psicosexual y el sexo social.
Desde esta “normalidad” se define la desviación: puede aparecer un estado intersexual (alteraciones producidas en el proceso de diferenciación sexual normal, a partir del sexo genético, pasando por el gonadal, el sexo genital o fenotípico, producen estados intersexuales o intersexos). La apariencia genital externa puede ser suficiente para hablar de intersexualidad, exista o no disfunción orgánica. La variabilidad genital en este caso se problematiza y se medicaliza. La explicación biomédica del proceso de diferenciación sexual y de los problemas surgidos en esta secuencia transforma la variabilidad sexual humana en estadios patológicos de ambigüedad genital producto de errores en el desarrollo.
El pediatra psicoendocrinólogo John Money introduce en la década de los cincuenta la teoría en la cual defendía que la identidad de género es neutral en el nacimiento y en la infancia temprana y que posteriormente se determina por los genitales y la crianza. Dicho de otro modo, que la identidad de género sería exclusivamente el producto de la crianza y de la socialización. Money introdujo conceptos como el de “identidad de género” y el de “rol de género”: definió la primera como “la afinidad, unidad y persistencia de la individualidad de uno mismo como hombre o mujer, ya que es experimentada en la conciencia y la conducta. El rol de género es todo lo que una persona dice y hace para indicar al ego el grado en que uno es masculino o femenino (o, raramente, ambivalente); incluye, pero no se restringe, a la excitación y respuesta sexual. La identidad de género es la experiencia privada del rol de género, y el rol de género es la manifestación pública de la identidad de género”.
La teoría de Money y el avance de la técnica quirúrgica condujeron a los médicos a recomendar la cirugía “correctiva” en muchos recién nacidos intersexo. La idea era que, una vez asignado médicamente el sexo del bebé, hacer que los genitales se vieran estéticamente correctos y criarlo según género correspondiente, creyendo que crecería con la identidad de género asignada. Sin embargo, afirmaban que los dos años era la edad crítica en la cual se fijaba la identidad de género, sin posible vuelta atrás. Money, a mediados del siglo XX, procura tanto el diagnóstico como los protocolos de intervención en los casos de bebés intersexuales. El célebre caso John/Joan con el que inició estas intervenciones mostró décadas después el enorme sufrimiento que estos tratamientos hechos en el secreto y el silencio podrían acarrear en la vida de una persona. Ese daño se basaba en la convicción de que no era posible llevar vidas de hombres y de mujeres sin poseer las especificaciones “biológicas” de su sexo.
Los protocolos actuales para decidir el sexo que se asignará a un recién nacido intersexual responden a diferentes criterios: la anatomía de los genitales externos, el cariotipo, el tipo de gónadas que presente, los resultados endocrinológicos, las posibilidades de reconstrucción quirúrgica y la expectativas de los padres, aunque en última instancia, el propio criterio del profesional médico es el que inclinará la balanza hacia lo “femenino” o hacia lo “masculino”. La anatomía o la morfología genital será el marcador primero y principal para decidir el sexo futuro del recién nacido. Las historias clínicas y los manuales médicos sobre estados intersexuales utilizan términos como “megaclítoris”, “micropene”, “hipertrofía de clítoris”, “microfalo”, “pseudopene”, “situación cliteroidea de 2cm” o “clítoris peniforme”, para señalar apartamientos de las medidas promedio en los genitales externos. Estos protocolos diagnósticos falométricos reflejan una asociación entre genitales externos e identidad sexual que depende del presupuesto de complementariedad entre sexos (es decir, una sexualidad heterosexual y coitocéntrica).
Las pruebas diagnósticas intentan averiguar cuál será el futuro comportamiento sexual de esos genitales, teniendo como parámetro el coito hererosexual. Se trata entonces de comprobar si un recién nacido será “funcionalmente sexual” en la edad adulta. Las posibilidades tecnológicas serán en muchos casos las que decidirán el sexo definitivo del recién nacido. Cuando no se disponía de los actuales avances en cirugía urológica, fundamentalmente desarrollados a partir del tratamiento a personas transexuales, se asignaba “por defecto” el sexo femenino a bebés intersexuales bajo el presupuesto de que era menos frustrante. Las hormonas suplían las limitaciones de la cirugía. Cirugía y hormonas, todavía hoy, trabajan conjuntamente en el proceso de creación de cuerpos artificialmente sexuados. Algunas de las técnicas quirúrgicas más recurrentes son la faloplastia –para la “creación” de neopenes–, la clitorectomía –para la reducción de clítoris–, la vaginoplastia –para la “creación” de neovaginas– y la clitoridoplastia –para la construcción de clítoris–. Todo un arsenal de recursos para la medicalización de la ambigüedad anatómica, a fin de producir cuerpos aceptables para la ideología dicotómica.
Ya John Money, al describir el Síndrome de Insensibilidad a los Andrógenos (AIS), hablaba de mujeres con cariotipo XY que tenían una vagina en fondo de saco que no poseía la suficiente profundidad como para permitir un coito satisfactorio, y que por lo tanto precisaba ser alargada quirúrgicamente a mediados de la adolescencia o después de ésta. Algunas de las neovaginas se construyen a partir del colon o de injertos de piel de la propia paciente. La intervención no es compleja, pero el mantenimiento de esa intervención sí lo es, pues esa cavidad deberá dilatarse periódicamente para mantenerse “en condiciones”. En condiciones de practicar un coito heterosexual, se entiende. Los protocolos exigen también la extirpación de todo el tejido gonadal que no corresponda con el sexo asignado. Y a esto se agrega el tratamiento hormonal. En el caso de las hormonas masculinas producirán modificaciones en el timbre de voz, en el desarrollo y la distribución del pelo, desarrollo de la musculatura, crecimiento de la laringe o alargamiento del clítoris. Por lo que respecta a las hormonas femeninas provocarán, entre otras cosas, un crecimiento mamario y una redistribución de la grasa.
Estas intervenciones han sido calificadas como torturantes por documentos recientes de derechos humanos, y carecen de toda lógica en un país con una ley de identidad de género que reconoce el género autopercibido y no impone cirugías correctivas, sino que garantiza el acceso a tratamientos médicos, hormonales y quirúrgicos a solicitud de cada persona como parte de su salud integral. l
* (RAGCyTIIGEUBA)
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