LUX VA > A KLISHé
La única cronista capaz de encontrar lo guatemejor de Guatemala en una sola noche se interna en una disco-telo y sale como siempre: peor de lo que entró
“Has recorrido un largo camino, Lux”, me digo cuando llegamos a Klishé, la disco gay de la segunda ciudad de Guatemala (sí, dije Guatemala, el país, no la calle, ¿o se creen que la vida empieza en San Telmo y termina en Palermo?).
Estoy, concretamente, en un pueblo guatemalteco de doble nombre, Xelajú o Quetzaltenango, según la tradición lingüística que te atrape más: maya o náhuatl. Me atrapa todo, me ilusiono y me aventuro con el doblez. ¿Quién acaso no busca toda su vida a un guerrero autóctono que lo acune en sus brazos? ¿El nombre de la disco será una mezcla de kitsch y clisé? pregunto, y me señalan a los gritos: “¡Acá hay unx porteñx bruta!”. “¡Oxímoron!”, les grito y sigo para adelante. Klishé vende buenas bebidas y de calidad, pero yo elijo probar el guaro Quetzalteca, un litro de aguardiente añeja a un dólar americano (su uso puede ser perjudicial para la salud, reza su etiqueta). Barato y perjudicial –qué poder de síntesis– y me mando tres botellas del elixir que los maestros mayas usan para sus rituales. Klishé podría ser como cualquier otra disco gay perdida en el mundo, que abre sus puertas a partir de las 22 de jueves a domingo, pero, para sorpresa queer, es mucho más que el único sitio donde se reúnen todos los muchachos raros del barrio. Mínima, íntima y decadente, su decoración está llena de espejos al mejor estilo telo, amplificando nuestra visual hasta el infinito. En los sofás del pequeño lounge me encuentro con dos compañeros de hotel. “¿Vos también sos?” “Sí, sí, es una epidemia, estamos en todas partes.” Sigo bebiendo, ahora de lo que me ofrecen mis nuevos compañeritos: a Centroamérica le gustan los chupaderos y beber fuerte. Es por el calor, me explican, y será la abundancia del etílico en mi sangre, pero esa frase adquiere mágicamente sentido. En mi afán por explorar el mini Klishé, me pego en la frente con el caño de pole dance en el centro de la pista. ¿A quién se le ocurre colocar el caño en el diome del dance floor? Fantástico, ahora me llevo un chichón como souvenir, o chinchón como se le dice acá. “¿Estás bien?”, me pregunta una figura etérea, rubia y morena, contra la que caí, sin querer, en el rebote mientras ella ejercitaba su danza de vientre, tan internacional ella. Virgen de Guadalupe en ropa interior y calcitas que se mueve al son de Calle 13 con Mala Rodríguez no tiene fuerzas para levantar mi osamenta. Mejor, se suman los dos Adonis que no sólo pueden bailar salsa sino también lambada y reggaetón, la danza nacional de Guatemala. ¡Quiero bailar! Los mellizos pudieron con mi osamenta, pero no pueden con mi especial concepción del ritmo. Llaman a Marvin, negro bajito y fortachón, me hace dar vueltas alrededor de la disco como una Sílfides. Yo creo que voy muy bien y él me dice al oído: “Estás toda chingada, vos, aflojate querés, vos”. Y cuando yo me aflojo, ya se sabe lo que pasa, así es que de un revoleo mi imagen atraviesa como Alicia los espejos de la disco. Sin un rasguño sigo bailando y me sale todo menos ese paso llamado “dile que no”. “No es casual, no es lo mío”, le explico a Marvin. Y Marvin me entiende todo. Aviso: tal vez me quede aquí, no sé si vuelvo la próxima semana. Salvo que el efecto del guaro, sagrado y milagrero, se baje en algún momento. o
Klishé, 15 Avenida, 4-01 Zona 1 Primer Nivel, frente al Correo. Guatemala
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