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La palabra filántropo, tan caída en desuso y relegada a excéntricos seres de siglos pasados, volvió al ruedo gracias a Bruce Bastian, conocido por ser el co-fundador del procesador de textos Word Perfect, ser dueño de unos cuantos billones y generoso en mecenazgo para asuntos artísticos. Hace un tiempito que su generosidad cambió de rubro. Durante una cena para juntar fondos de la campaña en contra de la propuesta 8 que pretende anular los flamantes matrimonios gays en California, se enteró de que grupos anti-gay ya habían recaudado un millón doscientos mil para gastar en carteles, canciones, escraches y esas cosas. Ahí mismo sacó su chequera y donó un millón de dólares para que no haya “marcha atrás”. Chequera no mata militancia sino que ayuda en tiempos en que la potencia del marketing decide por los ciudadanos. Además permite ventilar viejos rencores. Bastian, gay reconocido, muy joven debió renunciar a su fe cuando su orientación sexual no fue aceptada por la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días.
La versión local de una iniciativa por el estilo —León Ferrari donó a la CHA los 100 mil pesos de la indemnización que deberán pagarle tres fanáticos católicos por haber destrozado algunas obras— demuestra que no es necesario ser gay ni tener billones para abrir los ojos a la diversidad y romper el chanchito. Los 100 mil pesos de León, medidos con la divisa del sentido del humor, valen millones. ¿Cuál es el colmo de fundamentalista católico? Destruir una obra de León Ferrari para que nadie pueda verla y atraer con ese gesto a millones de curiosos. Romper una obra de León Ferrari para preservar los valores de la comunidad heterosexual cristiana y tener que dejar sus valores —100 mil— en la cuenta de la Comunidad Homosexual Argentina.
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