Viernes, 26 de julio de 2013 | Hoy
PD CARTAS A [email protected]
Ultimamente es así: llega el domingo con esa manchita de la promiscuidad aún tibia entre los calzoncillos. Un cuarto desordenado y la luz entrando sin compasión por las persianas. Luego, levantarse con lo que queda de fuerza, sacudir el pantalón y mirar sin asombro el empaque vacío del condón que cae desvergonzado junto a un par de monedas que ruedan debajo de la cama. Revisar los bolsillos y sólo encontrar residuos de nicotina, una pastilla quebrada de chicle y un arrugado papel en el que encuentro, además del número telefónico, casi siempre una corta nota que suele decir: fue una noche increíble, por favor llámame, atte Leonardo/Javier/Andrés... Entonces vienen pequeñas ráfagas a mi cabeza: la entrada a un motel del centro, la habitación de paredes rosadas, el televisor proyectando pornografía y una figura desnuda que se precipita sobre mí, para juntos caer sobre un duro colchón, es todo lo que sucede siempre. Hoy voy hasta la pequeña biblioteca que poseo y meto el papelito de turno en un libro de poemas llamado “Mi noche con Federico García Lorca”. En la primera página del libro hay una dedicatoria de su autor que creí haber olvidado: “Por todas nuestras noches por venir”, Jaime Manrique, febrero de 2001. A eso resumo el amor en los últimos años, frases breves escritas en libros, muros, hojas, tarjetas. Algunas perdurables, otras que sin remordimiento se van a la caneca con el angustioso tedio dominical.
John Harold Better Armelia
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