Viernes, 16 de agosto de 2013 | Hoy
ENTREVISTA
Sofía Olguín, además de dedicarse a huir de las definiciones que pretenden encorsetarla en algún género –y por eso se presenta como un gay atrapado en un cuerpo femenino–, es el alma mater de Bajo el Arco Iris, la editorial especializada en literatura lgbttiq infantil integrada por escritorxs e ilustradorxs de Latinoamérica y España. Ya cuenta con diez textos que se pueden descargar gratuitamente de la web.
Por Paula Jiménez España
“Yo soy. Identificarme no sé”, dice Sofía Olguín, 23 años, escritora de novelas gays –exclusivamente gays– y cuentos para niños, y responsable en la Argentina de Bajo el Arco Iris, una editorial especializada en literatura infantil LGBT. “La fundé yo”, explica orgullosa. El proyecto empezó a vislumbrarse cuando una dibujante le ilustró siete cuentos suyos escritos a partir de una preocupación recurrente: la cantidad de noticias que le llegaban sobre suicidios de niñxs y adolescentes gays, lesbianas o trans. Algo hay que hacer, pensó. Al poco tiempo empezaron a llegarle textos de otrxs autorxs que hoy conforman el catálogo de Bajo el Arco Iris. “La idea es llegar a todos los jardines, a todas las escuelas –dice–. Yo no escribo esta literatura sólo para los hijos de familias homoparentales que crecen en un ambiente donde no hay ese tipo de discriminación. Escribo para los hijos de familias no homoparentales, para que no crezcan con los prejuicios que crecimos todos. Y también para el chico que se siente diferente porque le gusta el compañerito”, dice. Muchísimas bajadas tiene hasta el momento el material publicado por Bajo el Arco Iris y la idea de Olguín es que la editorial permanezca siempre virtual para poder llegar a lugares donde una distribución de libros en papel no llegaría. La manera que eligió Sofía de promocionar este proyecto, integrado por 16 escritorxs de toda Latinoamérica y otra igual cantidad de ilustradorxs, es no sólo la de darse a conocer por la web sino haciendo también una tarea manual: todos los días pega en las puertas de los baños de la facultad pequeños volantes donde se ve a dos chicos de la mano –la tapa del primer libro publicado por Bajo el Arco Iris– y en donde consta la explicación de que se trata de una editorial de cuentos infantiles LGBT. Allí figura la dirección del blog y su localización en el Facebook. Si lo hace militantemente, todos los días, es porque esos folletitos no duran demasiado. Alguien los arranca o quizá, quiere pensar, se los llevan para contactarse.
Para Bajo el Arco Iris, una de las mayores satisfacciones de este proyecto se las dio Eva, una activista española que les escribió agradeciéndoles la publicación del cuento “Bron y el dragón”, escrito por Nimphie Knox (el pseudónimo de Sofía Olguín) e ilustrado por Jimena Takewind, al que había accedido gratuitamente vía web. Se trata de una historia en la que una poción mágica convierte al príncipe en una princesa que luego enamora al dragón. Su alegría estaba más que justificada: David, el hijo trans de Eva –que antes se llamó, también, Sofía–, por primera vez podía leer un cuento en el que se realizaran sus deseos de transición. Hay infancias e infancias. Cuando a la editora se le pregunta por la suya, le vienen a la memoria pocos y confusos recuerdos. Uno es el de la clase de Expresión corporal a la que tenía que llevar un muñeco articulado. Sofía eligió una Tortuga Ninja. “Es que a las Barbies que tenía las reventaba –cuenta–, y como no tenía Kent, las mías eran lesbianas.” Sus Barbies, no ella. Ni entonces, ni ahora. Hace poco tiempo, la editorial española Stonewall le publicó su libro Todos mis sueños, tuyos, una extensísima novela en cuya tapa se ve a dos jóvenes en cueros en una escena indiscutiblemente homo. Tiempo después le hicieron una entrevista para universogay.com que el sitio tituló “Soy un hombre gay atrapado en el cuerpo de una mujer”. “Cuando era chica me decían varonera. A mí no me ponías una pollera ni a palos”, dice Sofía que, biológicamente, nació mujer.
Sofía Olguín es una estudiante avanzada de edición bastante enojada con la academia. Dice que no le gusta que se diga que Harry Potter no es literatura, por ejemplo, o que se prepare al alumnado para prestar servicios a las grandes empresas multinacionales en lugar de impulsarlxs a desarrollar su propia creatividad editorial. Sabe muy bien que si en sí mismo cualquier emprendimiento independiente es difícil, el suyo, por ser LGBT, lo es más. Y con su particular sensibilidad para reconocer los lugares comunes y combatirlos, Sofía Olguín, la editora, ha desarrollado un radar con el cual detectar el sexismo en la literatura infantil. Es el caso, por ejemplo, de un libro con el que se topó hace poco, dirigido a niñxs, en el que se les pretendía enseñar a comer bien, “pero en la historia el auto lo manejaba el papá, la mamá cocinaba, la nena decía ‘yo quiero hacer esto como la abuela’. Y eso es mayormente lo que hay”, cuenta. En su rol, Olguín ha tenido que lidiar hasta con lxs mismxs autorxs de los cuentos a quienes, cada tanto, se les chisporrotea alguna patinada homo, lesbo o transfóbica. “Tuve que rechazar incluso un cuento trans –dice–, aunque fue escrito por un hombre trans, porque no daba un buen mensaje.”
Todo lo publicado hasta ahora por Bajo el Arco Iris pasa por su ojo supervisor. Hasta aquí son diez los PDF online que pueden bajarse ingresando a bajoelarcoiris-editorial.blogspot.com donde están los links correspondientes. “Dos de esos PDF tienen cuentos de matrimonio igualitario. Lo trans es más complicado; una relación de gays es más fácil porque es un romance. Contás una historia de amor y ya está. Tenemos dos cuentos trans, uno es mío, está escrito en verso. El otro es para chicos de más de 13. No solemos poner explicación ninguna, si es gay, trans o lesbiana, o para qué edad están escritos. Este es el primero en el que está escrita la palabra transexual. Trata sobre un adolescente que quiere comenzar su tratamiento con hormonas. Martín se llama el personaje que terminará siendo Sol. Empieza cuando el personaje es chiquito y termina cuando comienza la transformación, de adolescente.”
Momentos traumáticos para Sofía: el uso del corpiño (“qué duro que fue –dice–. Me sentía humillada”), la primera menstruación, la Tortuga Ninja. Pocos, pero claves. Sofía Olguín rechaza todo lo impuesto, dice, desde lo cultural hasta lo biológico, una dupla maldita que parece querer coagularla en un destino ajeno. “Una vez me dijeron que tomando bayaspirinas se podía cortar y tomé tres seguidas. Menos mal que no fueron veinte. El período me molestaba porque era un símbolo de mi feminidad”, cuenta. Sin embargo, prefiere no definirse y toda terminología clasificatoria le parece demasiado tajante. O casi toda, porque la palabra gay le cuadra, por completo. En Todos los sueños, tuyos, Sofía escribió: “El me dio un manotazo en la nuca como proponiéndome que le hiciera un pete. Qué bueno, pensé. Qué bueno que podamos seguir boludeando así, haciéndonos bien los putos, que podamos estar juntos, aunque nos duela un poco”.
Este libro, totalmente inspirado, fue escrito, corregido y publicado en apenas un año. Es que con los dedos sobre el teclado y el Word abierto, Sofía expresa sentirse en su eje. Ella –decir ella suena raro– no puede escribir literatura si no es en masculino y en primera persona. Las veces que ha intentado hacerlo desde un personaje femenino se sintió irreal, acartonada. “Escribiendo como mujer no se me ocurre ninguna historia. Diego, el editor de Stonewall, cuando me hizo esa pregunta sobre con qué género me identificaba, dijo que al leerme se confundía porque plasmé muy bien el masculino en la novela. Varios lectores hombres me han dicho que se sienten identificados”, dice. “¿Por qué no escribís una historia heterosexual alguna vez?”, le preguntó su madre un día y Sofía le contestó “que ‘no, que ya todo está dicho’, le dije, ‘no tengo nada que aportar’. Yo me iba a llamar Pablo si hubiese sido hombre. Pablo... me siento un hombre gay, no una mujer. Y me atraen mucho los chicos afeminados. Pero, seamos realistas, ¿qué chico que me gusta va a querer estar conmigo?”.
–Es muy complicado. Yo no tendría problemas en estar con un chico trans. Pero si me gusta un hombre y él es gay, ¿qué va a ver en mí? Es algo que me entristece. Es difícil el tema de la genitalidad porque nunca va a ser la misma genitalidad de un hombre biológico. Me preguntan: “Si fueras chico, ¿serías activo?”. Y sí, lo sería. Obviamente que un chico gay no busca un hombre trans.
–Sí: se me burlaron en la cara. No es fácil porque se toma como un fetiche. El tabú del hombre heterosexual de ser penetrado es grande y ligado a la homosexualidad. Otro problema más.
–Totalmente, desde lo normativo. Con la vestimenta y ese tipo de cosas. Yo siento que es en la ficción donde me libero. Ahí estoy como pez en el agua. Sin censura, sin restricciones, ni barreras. Todos mis personajes son gays. Un sueño mío era ser bailarina no de ballet, sino de hip-hop, un estilo que le queda mejor al hombre. De hecho, me encanta verlos bailar, me digo: yo quiero ser así. En la novela que estoy escribiendo el protagonista es bailarín.
Sí, puede ser. Lo de ese escritor me resultó bueno. Cuando era ella se llamaba Melissa Popy Brite y se intervino a los 50 años. Ahora se llama Billy o Bobby. Me resultó bastante llamativo por la edad en que lo hizo. Quizá... más adelante, pensé.
–A veces tengo deseos de adoptar. Ahora siento que sí. Quizá porque estoy con un chico muy abierto a lo LGBT. Estar con una persona que no lo ve como algo extraño, que no se hace tanto problema...
–Es algo muy etiqueta. ¿Padre, madre? Hay mujeres que son las dos cosas al mismo tiempo. La única diferencia es que la mujer queda embarazada y lo tiene en su interior.
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