Francisco Sfeir nació en Neuquén y tiene 20 años. El 17 de agosto salió elegido en la preselección del concurso de belleza osuna, Sr. Woof 2013, organizado por el grupo Casa Brutus. Su siguiente objetivo es participar de la elección del Sr. Woof de Argentina. Como si respondiera a los clásicos requerimientos de los concursos donde se pide hobby, profesión y lecturas, cuenta mucho más que eso: cómo llegó a convertirse en el buen mozo que es hoy, el papel de su abuela, su hermana y su novio en todo esto y cómo combina su pasado de mujer y feminista con su presente de oso trans.
› Por Pablo Pérez
La primera vez que Francisco se dragueó como varón fue en Neuquén, durante una cena que organizó una amiga. Eran ocho personas que, después de cenar, para divertirse, hicieron un taller de drag king.
–Fui con mi hermana Johana y con un amigo trans. Mi hermana es una solidaria curiosa potente. Yo en ese momento no tenía ni un pelo. Salimos de ahí muy entusiasmadas y fuimos a la casa de mi abuela, con la que tenemos muy buena relación. Le contamos y ella dijo: “¡Ah, bueno, hagámoslo!”. Y nos dragkineamos las tres. Imaginate, una mujer de setenta y pico de años. Fuimos a comer a un bolichón que había por ahí. Somos muy compañeres.
–Sí, porque yo no me considero como hombre ni como mujer, es más como con la “e”. Porque me nombro mujer como marica, pero con la “o” como trans.
–Con mi hermana descubrimos algunas técnicas mientras estábamos jugando: hacerte una sombra oscura, que iba a ser la barba, depende de la barba que vos querías, con sombra de ojos negra o gris. Después nos poníamos... creo que es rímel, eso que te levanta las pestañas, y como tiene varios pelitos daba una cuestión de pelo. Y arriba de eso nos sacábamos un mechón de pelo y lo cortábamos chiquitito, y nos lo pegábamos con un pegamento para maquillaje teatral.
–Un preservativo con algodón o con una media, depende de qué paquete quería cada una.
–Es casi gemela, somos re-parecidas, nos llevamos menos de un año. Nos criamos juntas, todo juntas. Y es la más sensible de la familia con estos cambios. Está todo re-bien con mi familia, pero mi hermana mayor estudia Medicina, así que cuesta un poco, siempre está queriendo buscar una explicación biologicista. No tiene la culpa solamente ella sino toda su formación. Yo no sabía cómo decirle que era trans. Estábamos estudiando tipo cuatro de la mañana y le digo: “Ro (se llama Romina), ¿a vos te gustaría tener un hermanito?”. Y me mira y me dice: “¡No! Me estás jodiendo. ¡Mamá está embarazada!”. “¡No, estúpida! ¡Se ligó las trompas hace diez mil años!”.
–No, es ambiguo. Yo no tengo ningún problema con la persona que fui antes y que sin embargo sigo siendo. Mirá (me muestra un tatuaje en la muñeca izquierda que estaba tapado por una muñequera de cuero). Dice: “Nací mujer”. Y después seguirá. “Nací mujer. Estoy siendo tal. Y así.”
–Claro. A veces, depende de los contextos políticos donde tenga que nombrarme, como varón trans. Pero no es una identificación fuerte. Yo ya venía con muchas cosas. Estaba militando en la colectiva feminista La Revuelta, famosa allá en Neuquén, y yo ya conocía lo transexual, lo travesti, lo transgénero, siempre por fuentes médicas. Un día recibimos una llamada en el teléfono de La Revuelta. Era una mujer que decía que tenía un hijo/hija trans. Fuimos a ver qué onda, en qué la podíamos ayudar. Y era un chico trans que nos contó su experiencia y para mí fue como recibir diez mil piñas a la vez en la cabeza, porque su experiencia era la mía, eran mis vivencias. Por ejemplo, yo nunca me imaginé mi cara cuando fuera grande. Las proyecciones de vida eran como hasta ahí nomás.
–Sí, sobre todo era a nivel trabajo y profesional. Pero es difícil la pregunta. Porque, ¿cuándo te diste cuenta de que querés ser lo que sos? En realidad me di cuenta de que no quería ser lo que venía siendo, tal vez. Y es ahí donde empezás a cambiar.
–Diecisiete. Primero lo conocí a él. Y en el taller de drag king conocí a Bruno y también a Morgan. Salimos re-enloquecidos, yo haciéndome la barba de George Michael, bailando con una guitarra que me habían prestado. Antes de eso sentía algo en el pecho, en el sentido de que podía más, otra cosa, pero nunca terminaba de darle la vuelta de tuerca. Y con estas experiencias sentí que la tuerca daba la vuelta entera. Todo bien con la persona que fui antes, que soy ahora. Mis viejos siempre hablan de dos personas, y a veces yo también, porque se me pega. Pero también está bueno reconocer que aprendí un montón de la persona que era. ¡Estoy hablando en tercera persona! Pero es cierto que sin ella no soy.
–De chonga, chonga mal. Ni siquiera de hombre. Ahora que estoy del otro lado, si se puede decir, fue una adolescencia de puto.
–¡Para nada! Justamente. Antes tenía más fuerza. Ahora no tengo fuerza para nada. Antes les abría la puerta a todas las personas que se me cruzaban. Ahora pienso: “Abrítela, vos”. No quiero tampoco encuadrar ciertos comportamientos.
–Sí, sí, sí. Insoportable. Alguien atinaba a sacar un pucho y yo ya tenía el encendedor preparado. Me faltaba la riñonera, es lo único que me faltaba. Pero después lo tenía todo.
–Sí, en realidad hasta que no me sentí seguro, en la calle, dentro de la masculinidad que me ponía la otra gente, era toda una performance lo que yo hacía. Después de dos inyecciones de testosterona, la barba la tenía así de gigante.
–Sí, porque, justamente, este pibe trans de Neuquén vino a pedir ayuda para empezar todo este proceso. Y ahí es donde escriben a todos los médicos y médicas que ellas conocían, hasta que una chabona le contesta que justo estaba haciendo una capacitación en Alemania sobre personas trans y que cuando volviera a la Argentina podía tratarlo. Empezó primero él. Y cuando hice todo mi proceso, me presenté en el consultorio y empecé yo.
–No. Porque tampoco es un cambio tan irreversible, lo único irreversible son los pelos, el agrandamiento del clítoris, que de eso no me quejo. Después si la dejás de tomar, se te va.
–Sí, totalmente. No digo que sea la hormona en sí sino todo esto de la hormona que también hace cuestiones químicas en el cuerpo, pero también con el placer de hacer lo que uno quiere, de verse como alguna vez lo soñó. Me generaba una intriga y una excitación que después se desarrolló en un montón de pajas por día.
–No. Salía con una chica, pero cuando me empecé a hormonar no quise saber nada con nadie. Sentía que tenía que explicarme algunas cosas que me estaban sucediendo para poder vincularme con las demás personas. Y además estaba necesitando acompañamiento trans, compañeres trans, no hombres y mujeres comunes y corrientes.
–La cosa es así. Yo dejé de relacionarme más o menos con el mundo, encima ya tenía dieciocho años y estaba cursando las materias de Abogacía en la Universidad de Comahue. Y contactándome con un montón de amigos trans, hablando todo el tiempo por Internet, me contó un amigo que se iba a hacer un encuentro de trans masculino-femenino en Bahía Blanca, esto fue hace más o menos dos años. El me ofreció sacarme un pasaje para que nos reuniéramos ahí, y cumplió. Ahí conocí a mi actual pareja, que es otro chico trans. Y como buena ex torta, a los seis meses me vine a vivir con él.
–¡Es un chiste políticamente incorrecto! “¿Qué lleva una torta para la segunda cita? El cepillo de dientes.”
–Cuando me empecé a nombrar como puto y a buscar y entender toda esta cultura putesca, descubrí la cultura de los osos y me obsesioné. Mi pareja es un verdadero chubby y yo soy un oso. Me puse a mirar películas y todo lo relacionado con su cultura, una cultura difícil, sobre todo cuando uno está contento de ser trans, disfruta de su cuerpo, no lo quiere cambiar o no lo quiere cambiar del todo y todavía más cuando está todo bien con ser gordito y peludito, pero si no tenés pija es como que algo te falta.
–Sinceramente yo tomo lo que me da cada cultura, lo que me parece rico y en algún momento quiero formar parte de verdad, lo quiero hacer ahora. Estoy intentando desde hace un año entrar al mundo de los osos.
–Eso es lo que me salvó, ese aspecto de la cultura osuna. Algunos pibes trans quieren ser fisicoculturistas y tener los raviolitos marcados. Yo no quiero eso, soy puto, soy oso y me gustan los osos.
–El año pasado había querido participar, pero llegué tarde. Y además a ellos los complicaba que se presentara una persona trans. No solamente a Brutus: también a la comunidad de osos a la que ellos pertenecen. Este año vi un día que se acababa el plazo para mandar las fotos y las mandé. Me respondieron algo que me dejó pensando: “Jajá, Fran, un oso trans. En qué aprieto nos ponés. ¿Cómo te quedó el moño? Bueno, nos vemos. Besos”.
–No tenía ningún moño puesto, te aclaro.
–Me sentía como Edipo ante la esfinge diciéndome el acertijo para poder entrar. “¿Y ahora qué les contesto?” No entendía nada. Les contesté: “Los osos trans somos lo máximo. Nos vemos el 17”.
–Sí, pelos tengo, no tengo más porque sólo me hormoné nueve meses (me muestra los pelos del pecho).
–¿A qué te referís? Si la pregunta es si me voy a poner a hacer educación física, no.
–Lo estoy repensando, porque me encantan, las re-disfruto, pero llevar faja todo el tiempo es un bajón, mirá lo que es, me cago de calor, encima que soy peludo y que sólo por el hecho de existir transpiro, es un asco. Me incomoda mucho.
–Demasiado. Entonces estoy como en esa disyuntiva. ¿Cuánto cedés? Nosotros vamos viendo qué podemos ceder y qué no con respecto a la sociedad en la que vivimos y en la que queremos vivir. Hay una modificación corporal que me atrae mucho, que acá en la Argentina no se hace porque no hay médicos que la sepan hacer, que es la metaidoplastia. La cantidad de clítoris que tenés afuera es la misma cantidad que tenés adentro. Si tenés un clítoris de cinco centímetros, tenés un clítoris adentro de tu cuerpo, de cinco centímetros. Con la operación se sacan afuera esos centímetros. Pueden además hacerte testículos o no. Esa me gustaría, sin testículos. Pero igual no es algo esencial en mi vida.
–(Risas) Te queda un solo clítoris grande. O un pene: si tenés un clítoris de cinco centímetros y le sumás cinco centímetros más, te queda como un pene. Yo le digo superclítoris. Qué loco sería, ¿no? Coger con un puto y que diga: “Me penetró con un superclítoris”.
–Por suerte ahí conocí a Víctor, que salió segundo, fuimos los únicos que salimos con el culo al aire, con suspensores de cuero. Es un copado el chabón, me re-cagué de risa. Porque toda la muchachada estaba allá, lejos, y yo en el camarín con los osos. Fue toda una performance presentarme ahí. Nunca había mostrado el orto en un lugar público. En realidad todo mi tabú corpóreo no estaba en mi clítoris, ni en mis tetas, sino en el orto.
–No sé, estoy reconciliándome. No solamente tengo un culo gordo sino además un culo de una persona trans, y una persona trans que hace mucho que no toma testosterona.
–Sí, todo lo que es la musculatura y la distribución de la grasa te cambia.
–Porque no tengo plata para comprarla.
–La obra social que tenía allá en Neuquén me la cubría al 70 por ciento, pero cuando vine acá perdí todo eso. Ahora no tengo obra social, porque en mi trabajo todavía no me pusieron en blanco.
–Mi viejo es profesor de informática y también arregla computadoras. Como buen macho, arregla todo lo que sea de electrónica. Y mi vieja es licenciada en un millón de cosas.
–Mi viejo es hermoso. Lástima que no es puto.
–Queda como medio Edipo, ¿no?
En el momento de la entrevista no se me ocurrió, pero el complejo de Edipo es el del hijo que se enamora de la madre. Y el de la hija con el padre es el complejo de Electra. ¿Habría que inventar un nuevo complejo? ¿El complejo del varón puto trans que se enamora del padre?
–Con mi viejo hablamos mucho de sexo, miramos películas porno juntos, no nos masturbamos porque sería demasiado, mi cabeza no me da para tanto tampoco. Pero me re-cabe tener esa conversación que supuestamente tienen los hijos con los padres, y encima éramos cuatro hermanas... y bueno, seguimos siendo, porque bastante marica salí. Con mi viejo nos tiramos data. Y con mi vieja también es así, hablamos mucho de sexo. Y también sobre la cuestión del estudio, mi vieja es la que insiste en eso “está bien que seas trans, pero tenés que estudiar sí o sí”.
–Me encantan las chongas, pero las chicas... Le esquivo a la heterosexualidad. Descubrí el orgasmo, por así decirlo, con mi novio. Hasta ese momento yo era como esas butch que cogen vestidas.
–Igual no creo que mis viejos sean tan piolas porque nacieron así. Tuve la suerte de que ellos se dieron la posibilidad de escucharme, pero no es solamente su mérito. Yo también hice pedagogía con ellos. Cuando salí del closet como lesbiana, a los doce años, antes me había internado a leer diez mil cosas sobre cómo poder decírselo a mis viejos. Y esa relación tan fluida que ahora tenemos existe gracias a eso, a que yo busqué la manera de contárselos y ellos estuvieron abiertos a escucharme.
–Es la mamá de mi papá. Es la mujer más hermosa que existe en este Universo.
–Es jubilada. Era docente en escuelas especiales, así que tiene un amor y una paciencia extraordinarios. Ella es con la que discutimos, pero no discutimos mal, nos tomamos un vino o alguna otra bebida alcohólica, nos fumamos un pucho y empezamos a discutir. “Bueno, ¿qué tema? ¿Discutimos aborto?” Ponemos el tema aborto sobre la mesa y discutimos toda la noche. Eran viernes o sábados que nos juntábamos a discutir y a sacar conclusiones. Ella es una persona que disfruta mucho de la lectura. Le di a leer La Venus de las pieles y hace poco le regalé La guerra de las mariconas, de Copi. Ella me instruye y yo la instruyo a ella, tenemos una relación hermosa. Y con el resto de mi familia, también, genial. Tengo una hermana más chiquita, de 13 años, que es como la entrada en razón de la niñez en mi familia. En un momento mi vieja se resistía a llamarme Francisco, y cada vez que a propósito me llamaba Dana, mi hermana todo el tiempo le marcaba que la estaba pifiando. Ella me desterró del trono del más chico. Tuve alto complejo con eso. Tenía todos los mimos para mí y ahora llegaba ese engendro nuevo. Pero bueno, lo superé, creo.
Mientras Francisco me cuenta su vida, pienso que tiene muy linda voz, cálida, dulce, pausada, matizada además por su inteligencia y su sensatez.
–Cuando era chico yo tenía la voz de pito y me re-traumaba. Durante años intenté forzar la voz para hacerla más masculina.
–Sí, me cambió un montón, yo también tenía voz de pito. Pero ya la había cambiado antes, después de haber visto The L Word y, como toda torta, quería parecerme a la chonga linda hermosa que se cogía a todas, quería copiarle la voz. Me salió y después de la testosterona devino esto; y ahora quiero tener la voz más aguda.
–No sé, es algo que extraño. Pensar que antes podía llegar a cantar como Whitney Houston con sus agudos, era re-lindo.
–¡Totalmente! ¡Y ahora no me sale! ¡Maldita testosterona! Y bueno, ya fue, ya fue, me gusta mi barba, me gusta mi barba.
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