Vie 30.08.2013
soy

Los hermanos sean unidos

Sólo hay una silla y una puerta. Un hermano y una hermana que entra con la noticia de que mamá se calmó, que ya no grita. Ellos dos no saben quién fue Edipo, ni saben del encierro de las hijas de Bernarda Alba, ni se imaginan lo que comparten con ellos. Ellos, los dos protagonistas de Pollerapantalón, están bien. “Todo está bien.”

› Por Lucas Gutiérrez

El se mueve temeroso y ella tiene un cuerpo agresivo. Afuera, una gripe mata a los hombres, adentro hay que cuidarlo a Manu. Leonor tratará de esconder los rasgos masculinos de su hermano, así tenga que desmentirlo, violentarlo y poner cada retazo de su locura sobre él. Lo irá protegiendo por más que quede expuesto su propio anhelo: todos quieren ser hombres.

Pollerapantalón nos ubica no en butacas sino dentro de la psiquis de esta pareja hija-hijo que irá develando traumas primitivos. Leonor y Manu. Nena y nene. Masculino y femenino. Mamá y papá. La cocina de una casa que se derrumba, los protege de la muerte que los espera afuera; adentro, Bárbara Massó y Mauricio Vila se hunden hasta encarnar visceralidades freudianas, pasiones edípicas, odios fraternos en este universo perverso-amoroso que les plantea el director Lucas Lagré. En la obra no faltará el humor. “Un humor extraño, no es un humor fácil”, dirá con ojos grandes Lagré. Los hombres deben ser fuertes “como mamá” y las mujeres hermosas “como papá”, decretará Leonor, y Manu será reflejo, par, parejita, de esas dicotomías y binarismos irrefutables.

A medida que la hermana se descubra nos irá mostrando lo que el psicoanálisis denominaría una “mujer fálica”. Autodesignada en un lugar de autoridad, irá descalificando la masculinidad de Manu, se irá apropiando de ese falo conceptual, despojándolo de ser un “él”. Es acá donde las prendas irán dialogando con nuestra percepción. “No sé bien qué somos sin la ropa puesta”, dirá ella. Cambian sus ropas, no se travisten, sólo construyen –replican– identidades. Pollera y pantalón, piezas de valor simbólico, también un disfraz, una cáscara que se irá perdiendo para desnudar sentimientos y mambos. Esa mujer fálica quedará expuesta gracias a una dramaturgia benévola que no busca “buenos y malos” sino que se hunde en sus miedos e inseguridades: “En el fondo, Leonor sólo es una nena chiquita que quiere que la quieran, que la miren”. Todos queremos que nos miren...

En Pollerapantalón, si los personajes están comiendo, no veremos ni el objeto ni la acción. Pero sabemos, creemos, que están comiendo. No hay utilería. Es que seguimos dentro de la cabeza de ellos dos. Y así opera la mujer fálica, desmiente sin negar, no hay acuse de lo que está desplazando. Este operar esquizoide donde los personajes instauran verosímiles –”comé”–, los juegan un rato –”qué rico”– y luego lo abandonan para seguir –”en esta casa hay olor a muerte”–. La iluminación y la música serán parte de la construcción, mostrarán la situación más allá de lo dicho. Con los sentidos seguiremos decodificando la trama, las luces nos harán ver lo que realmente pasa bajo esas ropas. La música y los sonidos darán pie a los cortocircuitos de esas neuronas quemadas por la presión que cargan los protagonistas. Hacia el desenlace, pocos estaremos observando, ya estaremos viviendo cada uno de los juegos propuestos. Ella se desespera, no sabe qué hacer. Mamá grita desde su lecho de enfermedad, mientras que de “papá no se habla”.

La obra nació en el festival de teatro El Porvenir. En ese entonces se mostró una primera parte, una fracción que culmina con la frase de ella: “Falta lo mejor”. Promete y cumple. Los diálogos siguen resonando una vez fuera del teatro, en la propia vivencia. Y la nena –si es que es una nena– del afiche nos mira sonriente, pidiendo que le pongamos la ropita que le corresponde. Ropitas para recortar y encajar según lo correcto; ropitas entre las que llamativamente no hay pollera, ni pantalón. Todos queremos que nos miren.

Pollerapantalón. Domingo a las 20.30. La Tertulia, Gallo 826

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