› Por Facundo R. Soto
La obra comienza en el campo, es curioso pensar que Copi después de vivir un tiempo en Uruguay se radicó en París con sus padres desde los once años a los diecisiete, después volvió y escribió toda su obra en Francia; sin embargo la ambientación rural la conoce a la perfección. La obra transcurre y crece, hasta desembocar en una Buenos Aires glamorosa, llena de campaña y esplendor, donde Tita Merello es la estrella del Nacional; pero del otro lado está la decadencia, el engaño y la corrupción. El trabajo que hace con el tiempo, la lluvia que se transforma en tempestad, y el sol que aparece cuando Don Wenceslao llena de leche a su china (la amante, no esposa). Wenceslao, un hombre grande, curtido por los años, con un amor acá y una amante allá, construido por un Lorenzo Quinteros casi irreconocible, apropiado del personaje a la perfección. Una mujer, Mechita –Andrea Jaet– presuntamente asesina, a la que no le importa nada, avanza hasta el centro del toque de queda. Mechita es perseguida por su medio hermano, Rogelio, Luis Longhi, un peón de campo, bueno e ingenuo, que se deja engatusar por las mentiras del amor. En las obras de Copi los hombres son mujeres; las personas, animales; los bebés nacen de una rata, en La sombra... aparece un loro concentrado, divertido, caracterizado por Mosquito Sancineto, tan logrado que merece un premio, además siempre dice la verdad: Largui piernas peludas pija blanda. Wenceslao pija de palo. El caballo y el mono, Ernesto Zuazo y Alejo Bertin Cardozo encajan perfectamente en el campo donde se desenvuelven. Llena de humor, casi como una comedia de Almodóvar, pero criolla y en La Pampa, escrita por un argentino parisino, da como resultado una sensación de entretenimiento y beatitud como pocas veces se ve en el teatro contemporáneo. Una línea de tristeza, reproche y tensión atraviesa la obra como un avión tirada por caballos, pero caballos humanos, como en la obra de Copi. Una puesta impecable, con una escenografía austera pero efectiva, a cargo de Marcelo Valiente, donde el reverso de las puertas pasa de ser el horizonte del campo a una confitería nocturna o un baño. Una pieza del ’78, estrenada en el Festival de Rochelle, joven, luminosa, pied noir, con la producción del Teatro Cervantes, dirigida por Villanueva Cosse, hace de esta delirante y consistente obra un clásico, en continua transformación.
La sombra de Wenceslao, de Copi.
Dirección: Villanueva Cosse
Teatro Nacional Cervantes
De jueves a sábados a las 21.30, domingos a las 21. Hasta el 7 de septiembre
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