MI MUNDO
El Centro Cultural Puerta Abierta, lugar de esparcimiento para jubiladxs lgbtqi, se ha convertido en un punto de encuentro amoroso, erótico y de levante entre señoras.
› Por Paula Jiménez España
Del techo cuelga un proyector que apunta a la pared blanquísima. Es fácil imaginarlas a ellas, señoras mayores, sentadas sobre unos cómodos sillones, mirando una película durante el cine debate o tomando un té y charlando, cruzaditas de piernas. No viene tan fácilmente, sin embargo, la imagen de esas mismas mujeres que promediando los sesenta o setenta años se pasan la noche bailando, a las que hay que llevar en auto hasta la puerta de sus casas a veces, cuando se pasan de copas, o hablando del sexo que tuvieron o el que tienen, un sexo pleno, que se vuelve más desinhibido y despreocupado que en la adolescencia. Y no hay que ser Einstein para darse cuenta de que la razón por la cual no es fácil imaginarlas vitales, sensuales y divertidas es el purísimo prejuicio. “Muchas de estas personas se han pasado 50 o 60 años siendo invisibles y cuando llegan acá a veces tienen miedo de tocar el timbre porque nunca fueron a una organización gay lésbica. A veces se dan tres vueltas a la manzana antes de decidirse. El shock, cuando entran, es que sienten que son personas normales. Dicen ‘éste/a soy yo, por fin encontré mi lugar’”, explica Graciela Balestro, una de las dos impulsoras de Puerta Abierta, el ya famoso centro cultural y centro de jubilados inaugurado en 2009, que convoca, sobre todo, a un público de adultxs mayores predominantemente femenino, aunque no exclusivo: todas las semanas se realiza también un grupo de reflexión para gays, y una vez por mes para lesbianas y gays integradxs. La otra impulsora es Silvina Tealdi, su pareja. Juntas, hace catorce años (los cumplen el 21 de septiembre) comenzaron con algo que empezó siendo un grupo de reflexión para mujeres y terminó como esto que es hoy: un multiespacio en el que se proyecta cine, se baila, se charla, se da asistencia social y psicológica para hombres, mujeres y trans de la tercera edad y hasta se organizan cenas de felices fiestas para que nadie en el momento más triste del año se quede solx. Como si fuera poco, a este ambicioso proyecto en el que nada parece faltar, esta misma noche se suma la inauguración de un teatro.
El número es alto. A esta puerta ya la han traspasado durante casi década y media 4 mil personas (el registro es prácticamente exacto, afirma Graciela), cuyas vivencias individuales sirven para derribar esos mitos que ponen a esta franja etaria del lado del desecho. Lejos, lejísimos de esto, muchxs de ellxs llegan buscando, abiertamente y por vez primera el amor, el sexo, la diversión e incluso, si cuadra, casamiento. Es el caso de Marta, una mujer de 67 años que tras haber silenciado ante todo su entorno no sólo su lesbianismo sino también su viudez después de veinte años en pareja, recordó cómo se pasa la vida, cuán presto se va el placer y se decidió, finalmente, a abrir la puerta. “Vino. Y vino por insistencia de un amigo suyo, gay, que asiste al grupo de reflexión para varones que damos en Puerta Abierta. Llegó con gran dificultad –cuenta Graciela– porque tenía una discapacidad motora y nosotras estábamos en otra sede donde había una escalera altísima. De todos modos, ella ponía toda su energía y venía una vez por semana. Tardaba como veinte minutos en subir. Se empezó a sentir cada vez mejor. En julio se casó con una mujer de 50 años que conoció acá y nosotras fuimos testigos del casamiento.” Sí, 50 años, una piba. Porque no se vayan ustedes a creer que, por tratarse de un centro de jubiladxs, en Puerta Abierta no se dan los intercambios generacionales. Por experiencia con los grupos de lesbianas mayores, Silvina y Graciela están en condiciones de asegurar que no siempre las más grandes miran a sus congéneres sino que, en general, las prefieren más jóvenes. Este es uno de los temas que salen en las charlas; el otro, el preferido, es el sexo. “La sexualidad siempre es bastante tabú para todas las edades. Decir lesbiana lo es y hablar de sexualidad también –cuenta Silvina–. Lo que nosotras tratamos de hacer es empezar a hablar y romper con prejuicios, y cuando ellas hablan, se sienten más liberadas. Y cuando venimos hablando de muchas cosas y no tanto de sexualidad, me preguntan: ‘¿Cuándo vas a hablar de sexualidad, que estuvo tan linda la charla del otro día?’” Explica Graciela: “El mito es que los viejos no cogen. Al contrario, nosotras vemos que es una edad en la que se vuelven a sentir con muchísima fuerza, como en la adolescencia. Y además bajan las represiones; están más allá del bien y del mal. Es mentira que bajan las hormonas. Los últimos años de tu vida los vivís muy bien si estás en compañía”.
Graciela es psicóloga y Silvina, concelours. Ambas, además de atender a sus pacientes en Puerta Abierta y de haber capacitado un equipo para trabajar terapéuticamente con adultos mayores lgbtqi, van por las provincias dando charlas sobre el tema, a las que muy pocas veces concurren gays o lesbianas dispuestxs a visibilizarse delante de la comunidad local; muchxs de ellos están ahí, como simples oyentes, curiosxs que aunque se mueran de ganas, ni piensan abrir la boca. Su situación es, igual que la de muchxs porteñxs, la del silencio sostenido, una sólida estructura que les otorga falsa identidad y que no imaginan poder derribar totalmente. “El otro día, Olga, una mujer que después de doce años sola conoció a una chica acá, nos preguntó a qué hotel podían ir en Rosario. Le recomendamos uno y le dijimos ‘pidan cama matrimonial’. Cuando volvió nos contó que la habían pasado bárbaro. Y le pregunté: ‘¿Pidieron cama matrimonial?’. ‘No –contestó Olga–, no me animé.’ Porque ser lesbianas, todavía para ellas, es algo que está mal”, cuenta Silvina. Con ciertas dificultades para sentirse identificadas con la palabra L están las que suelen optar por llamarse gays a sí mismas y también están las otras, las que ni siquiera eso. Pero es claro que no se trata de teoría queer: para desmantelar los lugares fijos de identidad primero deberían animarse a pensarse fuera de las obligaciones heteronormativas y el asunto no les resulta sencillo. “Pero la cuestión no es apurarlas sino escucharlas, respetarlas y dejarlas que hagan los cambios a su tiempo”, dice Graciela. A veces los tiempos se hacen largos, por supuesto. Como los de Susana, que pasó larguísimos meses diciéndoles a sus hermanos que los martes a la noche iba al gimnasio. “No te van a creer porque estás gorda”, le dijo una vez Silvina. Es que lo que hacía los martes lejos de los fierros y las abdominales era comer, beber y charlar en el grupo de reflexión donde conoció a la mujer de la cual se enamoró después de mucho tiempo de soltería. Si bien salir del closet no es fácil para nadie, menos parece serlo para estas personas que pasaron toda su juventud y su adultez en esa especie de protosociedad previa a 2010. Un dato curioso: a partir de la sanción de la ley de matrimonio, cuentan las responsables de Puerta Abierta, la mayoría de las chicas que se pusieron en pareja en el centro de jubilados, se casaron. Es como si dijeran: me costó tanto que ahora salgo con bombos y platillos. Y ésta es, asimismo, la idea de por qué en el día de la fecha se inaugura un teatro: para hacer ruido no sólo en las familias, en la vida personal y en los históricos grupos de amigxs sino también en la sociedad. “Activismo a través del arte –explica Graciela–. Yo creo que ahora estamos en un momento importante: ya hemos hablado de lo que nos pasa y ahora salimos a actuar, a mostrarnos. Ya nos empoderamos de lo que somos y ahora vamos a mostrarlo.” Para ella es hora de que las adultas mayores dejen su odioso rol de actrices de reparto y empiecen a contar sobre las tablas las historias que las reflejan: “Ahora queremos hablar de la abuela enamorada de otra mujer”, dice. El próximo paso de Puerta Abierta es el sueño lésbico más veces profesado, pero jamás cumplido: la creación de una comunidad que contenga a estas mujeres ahora o en pocos años, durante la vejez. Una suerte de geriátrico donde puedan expresarse libremente sin tener que ocultar nada de su pasado o en el cual puedan compartir, por ejemplo, una cama matrimonial con sus parejas o donde se pueda seguir bebiendo, bailando y teniendo sexo a piacere sin tener que mentirle a una enfermera.
Puerta Abierta queda en Alberti 1052. Hoy a las 19.30 inaugura el teatro. [email protected]
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