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Quiero reconocerles que no dejan de sorprenderme viernes a viernes, o al menos viernes de por medio, con datos, conceptos o voces de la comunidad a la que pertenezco como lesbiana que soy desde que soy. Por cierto, ¿se puede de verdad hablar de comunidad entre personas con gustos, visión política y consumos o imposibilidad de consumos tan pero tan diferentes sólo porque no nos reconocemos como heterosexuales? La cuestión es que jamás me sorprendieron tanto como este último viernes con la tapa sobre Asexuales y la propuesta de éstos, o exigencia, de incluir la A en la famosa sigla que a esta altura no sé si nos protege como un paraguas o nos hace sombra como lo mismo. Pensé primero que se trataba de un invento de Lux o de algún otrx delirante del equipo, pero ingresando en los links que la nota presenta me encontré con que efectivamente en ciertos lugares civilizados del mundo, como Inglaterra y España, la presencia A tiene una relevancia política importante. Las dudas: cuál es la condición para ingresar en la sigla famosa y cada vez más codiciada, si cada letra da cuenta de identidades menoscabadas en cuanto a sus derechos, y también si cada práctica o (no) deseo sexual conlleva la producción de una identidad. Porque si es lo primero, diría que ser asexual —o tener poco interés en las relaciones sexuales— no cumple con las condiciones y la saca bastante barata comparada con la gente que cuenta con otras A: el que no puede aprender a manejar un auto, los que no entienden cómo funciona un cajero Banelco o los que no saben jugar a juegos de computadora. Y cuando digo esto me pregunto si la sigla o los colores del arco iris no tienen un componente básico y esencial de reclamo. Reclamo de qué, me pregunto. De reconocimiento y de habitabilidad en este mundo. Entonces, ¿quién persigue a los asexuales? Busco y busco y sólo encuentro a ese maldito que nos persigue a tantos conocido entre otros motes más técnicos como “el qué dirán”, mas no encuentro. Mi carta parece irónica o quiso serlo al empezar a escribir y ahora ya va perdiendo el tono, dando lugar a demasiados signos de interrogación. Porque ya que estoy también me pregunto qué hace la Q (de queer, que se define en contra de toda identificación fija) en una sigla llena de identidades. En fin, resumiendo, lanzo esta pregunta a las plumas pensantes de SOY: ¿no estaremos haciendo el abecedario de nuevo con otro orden pero orden en sí, y encima más difícil de memorizar?
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