Viernes, 20 de septiembre de 2013 | Hoy
SALIÓ
“Ahora mismo podía fugarse con ese extraño que lo había elegido por la calle para llevarlo a su paraíso de leche y besos tibios”, fantasea un chico, personaje de uno de estos libros. Ese gozoso ensueño es el espacio que domina en los ebooks de narrativa porno gay de la colección De Parado: Gustavito, de Callero; La gira, de Martín Villagarcía, y Las lunas de Urania, de Marcel Pla.
Por Eduardo Muslip
Se trata de una estética de la felicidad: propone un “paraíso” en el que los otros están allí para dar y recibir placer, los cuerpos y el ambiente son tibios y protectores, el accidental o buscado encuentro sexual hace sentir a los protagonistas que son los “elegidos” de un siempre benevolente azar, lo carnal permite tanto el goce del presente como las fantasías de fuga a otros espacios.
Uno de los títulos de esta colección, que dirige Mariano Blatt, es Gustavito, de Callero, que reúne dos cuentos largos: el que da al nombre al libro y “El día que cogí tres veces”. En ambos, lo sexual ilumina una escena realista, la vida en una ciudad mediana de provincias. El erotismo está presente en las descripciones de los cuerpos y de la intensidad en el sexo, en el modo de presentar el paisaje o los objetos, y en un tono oral con una fresca y terrenal dimensión poética que hace que lo erótico sea una experiencia también de lenguaje. Ese erotismo está en la descripción de una “crespa cabellera de pendejos”, en la del motor del taxi que queda “cimbrando como un animal nervioso” o en la mirada sobre el entorno natural. Todo en Callero se siente como un soleado paisaje después de la lluvia: “La costa había avanzado verde y tupida sobre el río, que era un hilo brillante corriendo entre las islas”. Es el mismo mundo el de los dos relatos, a pesar de que los eventos son distintos: “Gustavito” es una historia de iniciación y aprendizaje, la de un chico cuya rutina de ocio con sus amigos es interrumpida por lo extraordinario, que toma la forma de un señor uruguayo en auto; en “El día que cogí tres veces” no hay iniciación sino sólo lo que parece un día entre otros de un profesor de Literatura, pero que arroja un balance particularmente feliz. Se da el cruce entre los tiempos de ciudad pequeña y la velocidad que proporcionan las tecnologías: el profesor se prepara para recibir a un amante mientras arregla asuntos familiares con su celular, desayuna unos mates mientras prepara unas clases y “hace unos tejes en manhunt”. El protagonista de este relato no parece necesitar ya aprender nada, a lo sumo hay algo que se “activa” en él, como todo lo que la naturaleza despierta en primavera.
La gira, de Martín Villagarcía, está ambientado en Buenos Aires, y narra una noche de sexo, drogas, música, una gira que empieza en la pista de una discoteca céntrica y termina en una moto que se pierde en la ciudad. Si en Callero el estímulo parece deberse a la activación de una fuerza de la naturaleza, en Villagarcía el estímulo surge de los espacios y elementos típicos de la noche gay urbana. “La música se estaba poniendo buena y la pastilla me empezaba a hacer efecto”, leemos, y lo que sigue es un recorrido por la ciudad, tanto por espacios públicos como por los ámbitos privados que se abren al deseo del protagonista. Los estímulos de drogas, alcohol y lo sexual mismo irrealizan el recuerdo, que se propone también como gozosa alucinación, aunque las alteraciones perceptivas nunca impiden el registro y goce de los otros y del propio cuerpo ni, por supuesto, la narración de los hechos. Como corresponde al género, el fervor de la anticipación del cuerpo del otro se corresponde con el placer vivido en el encuentro en sí; la ciudad es un espacio amable que siempre devuelve al narrador a nuevas e igualmente felices experiencias. Discotecas, dark rooms, motos, casas particulares son cuadros de una historieta que muestran locaciones para el disfrute, una secuencia que expresa tanto las fantasías del narrador como los tatuajes de los cuerpos con los que se topa, expresan las fantasías de sus poseedores.
Las lunas de Urania, firmado por Marcel Pla, se propone como un relato de ciencia ficción: androides buscan convertir a los humanos en “máquinas de coger”. Ese marco da naturalmente paso a relajadas escenas de disciplinamiento, a las que recurre con frecuencia la pornografía visual gay. Por supuesto, el contexto represivo no lleva al sufrimiento; estas narrativas convierten todos los lugares, incluso las distopías futuristas de la ciencia ficción, en espacios para el placer. A pocas líneas de la presentación de un trivial androide, aparece la figura prometedora –y cumplidora– del instructor. Y en el medio de la instrucción ocurre todo lo que puede ocurrir: el protagonista puede enamorarse de otro “esclavo”, puede recordar en detalle escenas de la adolescencia compartidas con el líder de un campamento escolar. En el medio de la escena futurista surgen referencias culturales y hasta geográficas frescamente anacrónicas que parecen restos diurnos en medio de una escena de sueño: un poema de Goethe, música de King Missile o David Bowie, la película Escape en el siglo XXIII, la Colonia Camet.
“Nunca te olvides de que sos un objeto de lujo”, le dice un androide al protagonista; en todos estos textos hay algo de lujo, de derroche, de exceso. Son objetos de lujo los muy distintos cuerpos que encontramos: el corpulento señor uruguayo con auto caro que se levanta a Gustavito, el adolescente de un barrio popular que trabaja en un quiosco y que brinda a la vez servicios sexuales, los distintos habitantes de la noche porteña con los que se cruza Martín en su “gira”. Como marca de ese exceso están en todos estos textos las frases que explicitan lo máximo, lo superlativo, que la literatura en general tiene vedadas: se permite afirmar que estamos ante las sensaciones físicas más intensas, ante todo lo que nunca se había vivido antes en el terreno de sexo. Y a pesar de que en ese terreno se pretende alcanzar lo absoluto, se deja espacio también para todo lo otro que lleva a la felicidad, todo lo que señala, diría Callero, un futuro “imposible y hermoso”, o incluso los hermosos recuerdos de lo resultó posible.
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