LIBRO
› Por Adrián Melo
¡Que vivan los putos! es el festivo, dicharachero título de la antología de relatos seleccionados por Facundo Soto y Washington Cucurto que se presentan como pertenecientes al género trash. Tal como nos advierte Soto desde el prólogo, si el género policial —y sobre todo el policial negro— suele mostrar en sus crímenes y en sus delitos las miserias y las bajezas del mundo capitalista, el género trash viene a cuestionar los estilos de vida y los ideales de la familia heteronormativa, occidental y cristiana.
Y a ello parecen apuntar las historias de reviente, de violaciones y de sexo salvaje, de pornografía, de sadomasoquismo, de pedofilia, de desbordes y de alcohol y porro, al son de la música de Dead Kennedys y los personajes border, rapados, punks, con aliento a tinto barato, monstruosos y reventados que pueblan los distintos cuentos, y que constituyen una verdadera celebración de la carne a lo Rabelais. Hay en el espíritu del libro —que hace honor a su título— un ambiente de fiesta, de cancha de fútbol, de orgía en donde hasta el más chongo se vuelve el más puto, de alegría incluso ante lo más sórdido, una celebración de lo bajo: los bajos fondos, lo marginal (porque desde lo marginal suele expresarse mejor la alegría), el bajo vientre, los fluidos, el semen, los genitales, sobre todo las pijas largas y las conchas generosas.
El libro se abre con el poderoso relato “Rojaiju”, en donde Peter Pank hace surgir los monstruos de uno de los espacios más temidos y más vergonzantes de la adolescencia gay: la clase de Educación Física. Verdaderos reductos donde sobrevive la humillación de lo diferente, en el cuento las víctimas de la homofobia se convierten en victimarios, en zombis voraces, sedientos de carne y sangre, que parecen redimir con su cruel y sangrienta venganza las afrentas sufridas por generaciones. Pero, a la vez, Pank describe una de las historias de amor más dulces y bellas entre zombis gays, una cópula desenfrenada y tierna en el cementerio que devuelve a zombis y vampiros el costado subversivo que parece haber perdido desde que apareció la saga de Crepúsculo.
En “Esperma”, Facundo Soto teje su historia a partir de un mito urbano imaginario: la historia de Salchicha, el muchacho que tiene HIV y que “hipnotiza a la gente con su verga pesada y brillante, los hace tragar su leche y coge sin forro”. En “El Ruso”, de Martín Villagracia, un par de skins consuman su racismo violando al negro de mierda, pero los tres se descubren gozosos, llegando a las vetas supremas del placer. En “¿Cómo sobrevivir a tu madre?”, de Dolores Curia, el ambiente de los osos y los cazadores entra a una típica familia disfuncional de clase media. Y así se suceden también las historias eróticas entre la mujer de un delincuente y una mujer policía tortillera (“Esa troncha trenza de cana”, de Gabriela Bejerman); se erotiza el mundo de la vejez de la mano de Diego Trerotola (“Guitarra criolla”) o los ambientes paradisíacos de Río de Janeiro son relegados en función del placer de ser esclavo en un ritual sadomasoquista en el relato de Pablo Pérez (“P de puto y prisionero”).
El libro se cierra con las brillantes intervenciones de Glauco Mattoso y la celebración de la escatología y el fetichismo a los que nos tiene acostumbrados, y con una serie de poemas de Washington Cucurto que celebran el mundo de los chongos que juegan al fútbol (“Vi hombres arrojarse al pasto para que otros / se arrojen detrás de ellos, es tan lindo el amor / corrompido, prohibido, escondido en las pacaterías / del mundo. Cosas así hace el amor para sobrevivir / en el mundo, y eso es tan lindo. / Es así, querido Laercio, el fútbol es un deporte / de hombres que se quieren. / Pasolini, lo sabía bien y disfrutaba, / entre hombres, en medio de la calle; / el recio y el habilidoso”), de los muchachos de barrio (“Cuando jugamos fútbol, me pego a tu cuerpo / con el dulce pretexto de quitarte la pelota”) y los insta una vez más (porque sabe que a ellos les va a gustar) a volverse putos: “¡Oh, automotriz, viril mundo, por qué no te inclinas / ¡y te vuelves deliciosamente puto! / ¿No te aburres de ser hombre todo el tiempo?”.
Presentación del libro ¡Que vivan los putos!, (Eloísa Cartonera.) Sábado a las 20, Hotel González (Estados Unidos 1237, 2º piso).
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