Viernes, 13 de diciembre de 2013 | Hoy
Domingo, dos de la tarde, el sol raja el pavimento de San Telmo. La cita a plena luz es en Tierra Violeta para participar del Taller Drag King, coordinado por Alba Pons Rabasa, la española, miembro de la asociación barcelonesa Interferències, que vino a traer un derrame viral de masculinidad paródica apostando a que cualquiera que experimente el taller, luego, siga por ese mal camino.
”Hazme tu King.” ¿El qué? “El King. Vístete de varón, ponte un paquete entre las piernas y fuma como macho. Ocupa el espacio. Todo ese lugar puede ser tuyo, abre bien las piernas, siéntate cómoda y deja caer el peso de los hombros. Hazme al tipo que tu imaginación rápidamente reconoce, ese que no te gusta, el esterotipo popularizado, el que tu cabeza dispone.” El heterochongo. La propuesta es ir a los polos, a los inexistentes ideales, a esa masculinidad esterotipada que no vemos burlar tan seguido en la tele pero que consumimos cual agua sin gasificar. Encarnar alguna masculinidad para autoevidenciarnos el proceso construido de nuestras feminidades.
Para la caída del sol habían nacido Ramiro, técnico de computación que juega all day a la play. Cacho, el barra brava. Julio, trans en proceso de reconocimiento. Edmundo, un bohemio. Mustafá, turco negociante. Kelo, rapero fuma charuto. Andrés, pintor de brocha gorda. Mario, gerente de un matadero. Félix, un pibe trans de 18 años bien metrosexual. Y otros músicos afeminados.
Un power point corre rápido, nadie está muy interesadx en pensar con la cabeza la performatividad de género, queremos del otro saber, del experiencial. Sin embargo, de golpe, la imagen de Diane Torr nos detiene la ansiedad. (¡Qué potencia tienen los mitos fundadores!) Los chismes cuentan que la Torr un día fue a la instalación de un amigo en Nueva York y uno de los actores que debían presentarse se ausentó inesperadamente. La artista, sin dudarlo, se clavó un bigotín y cubrió la carencia. Rauda, recibió los aplausos y salió a tomarse un taxi. Dicen que sin advertirlo llegó como Martin a otra muestra. A la suya. A la de Diane, que ya no era ella misma. En la muestra nadie la reconocía, sus amigas la trataban distinto y la horda snob coqueteaba con su King de mirada penetrante. Así, se instaló el Rey. Torr accede entonces a la primera máxima ontológica del King: la identidad es relacional.
Parece ser que Diane descubrió el efecto diferencial de ser tratada como varón y sintió la necesidad de estudiarlo en profundidad. Pasó horas mirando transeúntes, cual Lee Strasberg, hasta capitalizar todos aquellos movimientos que le permitieran armar el primer taller Drag King en 1989. Su técnica, básicamente teatral. Descomponer las acciones aprendidas (caminar, hablar, reír, sentarse, mirar, beber, comer) en unidades más pequeñas: tener conciencia de la distancia entre las piernas, amplitud de la boca, movimiento de cejas, velocidad de los brazos y todos aquellos signos culturales que conforman los géneros hegemónicos, esos que muestran que la masculinidad y la feminidad es cualquier cosa menos natural.
Está claro: actuar alguna masculinidad no nos convierte en varones. Estamos frente a una práctica voluntaria que no aspira a comprometerse con la complejidad real que implica transicionar a otro género. Se trata de sentir qué pasa con el cuerpo cuando el centro de la pelvis empuja, las curvas se pierden y la barba te tapa la mitad de la cara. Este es un taller, que si bien no es de teatro, lo toca con la punta de los dedos.
Y ya, luego de este cacho de teoría y algunos ejercicios básicos de integración, la materia prima se expone sobre la mesa. No sólo chalecos y camisas a rayitas celestes, sino delineadores negros, fajas, forros, algodón y tijeras. Nos lanzamos precipitadas sobre los elementos. En pocos segundos, casi todas estábamos en tetas para ayudarnos mutuamente a ocultarlas. Un flaco trans nos compartió una especie de sudaderas muy fuertes que él mismo había cosido. De varios talles y colores, estas fajas del primer mundo presionaban los pechos transpirados a triple costura. Vertiginosamente, desplazamos la protagonista delantera a la entrepierna: nos metimos un pene de algodón contenido en látex. Como aditivo, un par de medias para emular los testículos. El paquete nos queda pequeño. “¡Más grande! –nos incita Alba–, ¡más, más!” Y rellenamos los preservativos de algodón hasta que se acabó.
Ya todos travestidos, la española explica el maquillaje King. Primero, dibujar con delineador negro la específica barba. Hacerle un sombreado porque después hay que pegarle pelo con gomina, laca o pegamento. Corté trocitos muy muy pequeños de un mechón propio (evita irritaciones o alergias). Quiero ser prolija, pero la emoción me empuja al arrebato y meto toda la cara en el papel que sostenía milímetros de mi pelo en polvo. Atrás mío una se (des)identifica con sus padres, otra con su hermano. Yo en cambio, llena de bigote veo en el espejo a Mario Bross. Somos niños jugando a ser grandes, apareció mi King. Saluden a Mario.
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