Además de juguetes, en estas fechas, las vidrieras se atiborran de muchas de las prohibiciones y las expectativas que el mundo adulto le da de mamar al infantil. ¿Cuántxs se quedan afuera del paquete normativizador de la niñez? ¿Cuántas chances tendrán esta vez los Reyes Magos de colar, en un universo maníacamente dividido en rosa y celeste, los colores del arcoiris?
› Por Dolores Curia
“Que a toda Barbie siempre, necesariamente, le corresponde un Ken es la queja más escuchada entre mamás lesbianas y papás gays. Y es cierta. Pero los juguetes masivos no sólo trasmiten heterosexualidad obligatoria: tampoco existen en ese mundo los pueblos originarios. No vas a ver nunca un muñeco o muñeca con rasgos tobas, ni afros, ni personas en silla de ruedas, ni con síndrome de Down. Si decimos que los juguetes dejan afuera la representación de la diversidad, a esa diversidad no hay que olvidarse de pensarla en sentido amplio.” Así abren el juego María Luisa Peralta y Romina Pereyra, mamás de Tupac, quienes hace cuatro años se vienen entrenando en rastrear juguetes que esquiven los clichés y las opciones pobres y aburridas que el mercado infantil dicta a la hora (cada vez más prematura) de tipificar los géneros. Un encauzamiento que empieza en el mercado juguetero, se materializa dividiendo aguas en la vidriera y se encarna cada vez que un adulto regala un juguete, inevitablemente envuelto en preconceptos y valores de uso.
A principios de los setenta, padres y madres alrededor del mundo protagonizaron una ola de cultura popular basada en un ideal de la educación infantil no sexista, que incluía formas más andróginas de vestir a sus hijxs y la elección de libros, música y juguetes en lo posible neutrales frente a los estereotipos de la-cocina-para-la-nena-y-los-ladrillos-para-el-varón.
Un evento pivote en esta saga fue, en 1972, cuando la revista feminista estadounidense Ms. publicó un cuento futurista de Louis Gould titulado “X: Una fabulosa historia de niños”, que describe la vida de una criatura sin referencias ni pistas sobre su género. Otro hito fue Libres para ser vos y yo (Free to be...You and me), el disco, libro y especial de televisión, masivo y elogiado por la crítica, de Marlo Thomas y Letty Cottin Pogrebin, con el aporte de nombres famosos como Michael Jackson y Diana Ross. El libro todavía se edita y se consigue en Amazon y el especial de TV, de 1974, se puede ver entero en YouTube.
No sorprende que todas las respuestas negativas al florecimiento de la educación infantil unisex, por esos años, estuvieran casi siempre formuladas en términos homofóbicos, como cuando en 1970 la periodista Barbara Wyden pensaba que los papás de pelo largo emperifollados y las mamás de pelo corto en pantalones que le transmitían valores neutros en términos de género a sus hijos eran “un síntoma de que en sus familias hay un desorden y necesitan ayuda”. ¿Suena anacrónica la discusión? Sí, y, sin embargo, basta con avistar vidrieras infantiles para comprobar cómo hoy la línea rectora sigue siendo la de la demarcación tajante de lo que se entiende (inclusive desde la gestación) por feminidad y por masculinidad como dos polos incontaminables.
El machismo y la homofobia en los productos pensados para niñxs se trasmite a través de una idea particular y ficticia de complementariedad (mamá + papá) y de funciones destinadas a conducir la identidad de lxs niñxs a los casilleros de género que les correspondan.
A esta altura, la rosificación (créase o no, existe como concepto sociológico) del entorno de las nenas prácticamente desde la cuna sigue siendo la ley de la que se apartan sólo algunas excepciones. “Es muy fuerte la pelea que hay que dar contra los roles que se les imponen ya desde el jardín con los objetos y los discursos que los acompañan, según los cuales hay juegos y juguetes prohibidos para uno u otro género. Por suerte veo en mi hija libertad y variedad: un día tiene ganas de jugar con Tinkerbell (Campanita) o Monster High y otro se copa mirando Ponyo, una película que habla de la versatilidad de las identidades y en la que el dato de que el papá de la protagonista sea super cross no es conflictivo. Así como un día mi hija se disfraza de hada y otro de Hombre Araña, un día se enamora de su compañerito Martiniano y otro, de Catalina. Hoy los nenes y las nenas están ávidos de representaciones de la diversidad existente y, como maestra puedo decirlo, ni la escuela ni la industria están a la altura de las circunstancias”, lanza Maricel Santín, que también es escritora infantil y no ha encontrado hasta ahora editorial que se arriesgue con sus cuentos de temas lgbt para chicxs.
En 2001, Disney dio en el blanco al renombrar a sus heroínas animadas más populares como “Princesas de Disney” y lanzando una línea de productos para nenas de tres a seis años que resultó record en ventas y que deja sentir sus efectos hasta hoy. “Hace poco tuvimos discusiones con otras mamás lesbianas sobre el valor de las princesas. Nosotras nos plantamos en contra y algunas nos decían que estábamos queriendo negar la feminidad. El furor de las princesas es dramático, no porque sean femeninas sino porque trasmiten una idea de feminidad desvalida —ya sabemos todo lo que implica ser una princesa— y dejan tapadas otras feminidades”, dice María Luisa Peralta.
En cuanto a las discusiones dentro de la militancia lgbt y feminista sobre la delgada línea entre educar en la diversidad y dogmatizar la infancia, opina Eugenia Lara (integrante de la Asamblea de Mujeres del MTD Lugano): “Mi niñez fue en una familia hétero de clase media donde me daban a leer la Para ti. Entonces para criar a mi hija, que hoy tiene 12, también tuve que hacer yo una ruptura en la medida en que me fui acercando al feminismo. Me divertía cuando Zoe era muy chiquita y se dibujaba con pito. Pensaba: ¿¡no estaré sobrecargándole la cabeza con tanta teoría queer para niñxs!? No es algo que una lleve adelante sin dudas. ¿Qué pasa si por eso dejamos de escuchar sus deseos? Si de afuera vienen princesas, no les voy a cerrar la puerta. Todo entra y suma. Así como vemos dibujitos, también miramos juntas las películas que presenta Marlene Wayar en el ciclo de Encuentro”.
Aluminé Moreno —directora de la Comisión de Mujer, Infancia, Adolescencia y Juventud de la Legislatura de la Ciudad— también se suma a la discusión: “Como madre de dos niñas que quiere evitar los modelos genéricos (y fracasa estrepitosamente muchas veces) creo que no se trata sólo de problematizar el sexismo en los objetos (que lo hay y mucho) sino pensar en otros juegos y usos con los juguetes que nos rodean. Hay mucho consumo progre (de clase media, cool, de juguetes artesanales y políticamente correctos) que está bien intencionado pero que es sólo un nicho del mercado y no afecta la vida de la gran mayoría de lxs niñxs, que consumen juguetes chinos de plástico. Con esos juguetes también se pueden plantear juegos que promuevan relaciones de género transformadoras”.
Las historias folclóricas de las princesas son prácticamente universales; está claro que antedatan al nacimiento de Walt Disney. Pero la particularidad contemporánea sobre la que alertan algunos pedagogos es la transformación de la fantasía de princesas en commodity y sexualización de la cultura de las niñas. Más advertencias caen sobre el potencial de los juguetes producidos masivamente para guionar el juego imaginativo. Una niña con un disfraz casero de princesa es más libre de inventar su propia historia que una con un disfraz de Disney de Ariel o Jazmín que ha visto la película decenas de veces. “Siempre son más interesantes los juguetes que no son nada y pueden serlo todo, los que no tienen una forma determinada ni reglas y sirven para construir cosas. Ayudan a simbolizar y combinar, dos funciones de la evolución cognitiva y afectiva que hay que estimularles a toda edad. En esa línea existen desde las piezas más rústicas hasta Legos tecnics, que pueden robotizarse y moverse por control remoto. Así, lxs chicxs ponen en juego varias inteligencias y la persecución de sus deseos”, explica Beatriz Caba, pedagoga y presidenta en Argentina de la Asociación Internacional por el Derecho del Niño/a a Jugar, y cierra: “Ya lo dijo el educador italiano Francesco Tonucci: ‘El mejor regalo para un niño es un kilo de barro, no es nada y puede ser todo’”.
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