Vie 10.01.2014
soy

Vida nueva

Ilse Fuskova sabe del carácter mutable de las identidades y que el cosmos se despliega así como la sexualidad. Fue la primera lesbiana en hacerse pública a través de la pantalla, en 1991, al participar del almuerzo ritual más pacato del mediodía televisivo local. Se sentó a la mesa de Mirtha Legrand con la biblia de Adrienne Rich bajo el brazo y logró un pico de rating memorable al hablar, con lecturas y naturalidad, de lo que en la medieval TV de los noventa era tabú: la existencia lesbiana. Hoy, a los 84 años, está más abierta a la transformación que nunca. Además, se enamoró de un varón por primera vez desde los 56 años, edad en la que se divorció de quien había sido su marido durante tres décadas. La mujer que lleva en sus entrañas gran parte de la historia del movimiento lgbti nacional hace tiempo que expandió su causa hasta incluir la del cuidado del planeta entero y –por qué no– del infinito y más allá.

› Por Paula Jiménez España

Cuando en el 2009 la entrevisté por primera vez para este suplemento, ella explicó muy bien lo que pasaba con la información nerviosa durante la vejez: la lentificación en la sinapsis, debido a la disminución en la producción de neuronas en lxs adultxs mayores, da lugar a un tipo de percepción diferente, que no es posible durante el torbellino de la juventud. En este sentido, siempre, hasta el último momento, se está pasando por una renovadora experiencia vital. Cuatro años más tarde, el tema volvió a surgir: “Un día fui al Inadi para protestar porque debería haber un espacio para quejas sobre el maltrato a la tercera edad. Para mí es un tema importantísimo. Hoy mismo, Edgar me mandó una parte del libro de Susana Sommer que acaba de publicarse. ¿Cuál es la situación de la gente después de los 60? De eso quiero hablar. Yo siempre repito la edad que tengo, 84, para mostrar que podés interesarte y crecer hasta el final. Claro que si te sentás delante de la televisión no va a pasar nada de eso. Qué destino horroroso irse atontando. Yo estoy muy al tanto de todo. Presente, quiero decir. Me uno a los grupos de los acampes, por ejemplo”.

–“¿Qué acampes, Ilse?” –le pregunto. Entonces, de su cartera chiquita y cruzada, saca un sobre de plástico verde, muy lindo, que compró especialmente para mí, y del interior del sobre desenfunda folletería que desparrama sobre la mesa. Los volantes son de la ONG Internacional Conciencia Solidaria y dicen: “Basta ya. Minería metalífera a cielo abierto y de radiactivos”, o “Los agrotóxicos matan. Capítulo argentino”. Ilse Fuskova apoya una mano sobre el papelerío, aplastándolo, y como quien va a jurar sobre una Biblia, dice: “En la plaza del Congreso hay chicos acampando contra Monsanto.”

¿Y tenés vínculos con esos chicos?

–Sí. Yo en estos últimos cuatro años aprendí muchísimo del trabajo político de Conciencia solidaria: minas, la protección de glaciares y ahora contra Monsanto, que quiere ser el dios de la semilla. Estos chicos no son universitarios, pero están abiertos a comprender que el planeta es una cosa mínima, que venimos de estructuras estelares, por eso la pregunta sobre dónde estoy o quién soy todo ser pensante se la hace en algún momento.

Ilse no lo dice, la palabra queer no sale de su boca, pero acaso esa pregunta desconfiada frente a las identidades fijas ¿no se le parece?, ¿y no será esta teoría el único lugar posible, estelar, de pertenencia? Las recientes hipótesis que circulan por la web y que postulan la existencia en la tierra de conciencias más evolucionadas ¿no abrevarán de la misma ruptura con el pétreo corazón de la cultura que la lucha glttbi? Quizá, sin igual rigor teórico, pero en un punto ambas teorías se atreven a decir lo mismo: las identidades son hijas de la incerteza, del movimiento, de la fugacidad de las estrellas.

“Tengo varios amigos que de varones han pasado a mujeres, hay más que mujeres que han pasado a varones. Según mi grupo, en 1988, empezó un nuevo ciclo en este planeta donde la energía femenina predomina. Todo el movimiento de feminismos en el mundo es más o menos de esa época. Hubo un comienzo revolucionario en la Argentina que después se apagó, pero ahora estoy conociendo agrupaciones de lesbianas muy aguerridas, que producen unos textos antipatriarcales increíbles”, continúa Ilse.

No cabe la menor duda, la pasión con que Ilse se refiere a todo lo que le interesa, es decir, a todo, crece todavía más cuando el tema elegido es una lucha política. Como a las Madres y a las Abuelas de Plaza de Mayo, es difícil imaginar dónde esta mujer –que también fue azafata y periodista– habrá puesto toda esa energía antes de comenzar a militar en el movimiento GLTTBI.

“Además de ponerla en mi familia, la puse en la fotografía –contesta–. Grete Stern y Horacio Cóppola fueron mis amigos. Hice mi primera muestra con fotos de los intelectuales de aquel momento y también sobre los niños de isla Maciel.”

¿Tu interés por las temáticas sociales apareció primero en la fotografía?

–Ahora que lo decís, me doy cuenta de que sí.

Y fue moviéndose desde lo más particular a lo social y ahora a lo universal...

–El mío es un interés por la sobrevivencia humana.

En “El hombre orquesta”, la entrevista publicada el 1º de noviembre de este año en Soy, hecha por Dolores Curia a Edgar De Santo, el director lo mencionó. Cuando la periodista le preguntó en qué estaba trabajando por aquellos días, él respondió que se encontraba “compilando parte de la obra plástica y fotos de Ilse Fuskova para un documental que está en proceso sobre las militancias en los ’90 y 2000 en la Argentina”. Apenas unas líneas atrás el hombre dejaba sentada su posición frente a las relaciones en esta época: “Creo que hoy es más importante correr el eje de los discursos típicos sobre la diversidad a un planteo más ligado al estatuto de persona (...). Lo que quiero decir es que hoy no es suficiente decir ‘Soy gay’. Creo que hoy eso ya no define tanto”.

El espiral del amor

Al día siguiente de la entrevista suena el teléfono; es Ilse para decirme que el nombre de Edgar puede figurar en la nota. Le acaba de preguntar a él si quiere y dijo que sí. Hablan todos los días. “Sin d al final –me pide–. Edgar. Y es importante porque su padre insistió mucho en el Registro Civil para que le permitieran inscribirlo así, en homenaje a Poe.” Sin duda, lo voy a recordar. No pondré la d. Es importante. Es importante como todo lo que tiene que ver con él. “Estoy con un hombre gay –me había confesado en el bar la noche anterior–. Me pareció maravilloso encontrarme con ese mundo suyo, con sus cincuenta y dos años, con sus hijas. Tiene una forma de hablar, una mirada, una ternura, que me conquistaron. Y yo no opuse resistencia. Cuando cuento esta historia la gente se sorprende, cree que estoy chiflada, que la edad me ha confundido. Para mí lo que vale es tener la libertad de poder encontrarse persona con persona.”

Se conocieron en Casa Brandon, en un ciclo de poesía. Con su porte, su barba, sus ojos claros, aquella noche él, micrófono en mano, leyó “Carumba” (una serie de poemas que a Ilse le parecerían preciosos). Para Edgar era una meta: quería conocerla y aprovechó el evento social: le pidió a su amigo, el activista y periodista Gustavo Pecoraro, que la invitara. Al otro día la sorprendió llamándola por teléfono y proponiéndole que fuera a ver su película, Andrea. Desde entonces, esto fue en septiembre, ella se ha quedado a dormir varias veces en su casa, en La Plata, y él en la suya. Tienen muchas cosas en común, dice Ilse, el arte, la poesía, el interés por los temas de género y las sexualidades. Sus identificaciones históricas, él como gay y ella como lesbiana, son una más de esas cosas que comparten. Una diferencia que por definición los alejaría, paradójicamente, los acerca. “Sentimos mucha atracción a pesar de la diferencia de edad. Y se superó para mí de alguna manera el hecho de estar con una persona lesbiana. Ahora lo que me atrae es lo que puede haber entre dos personas. Ese es mi planteo y también el de él.”

El director, guionista, bailarín, actor y escenógrafo Edgar De Santo es la primera pareja con un varón que Ilse Fuskova –lesbiana de 84 años, pionera en el activismo público argentino– tiene desde su divorcio con quien fue, durante tres décadas, su marido. Después de aquella larguísima relación vino otra, la histórica.

La primera adelantada

Claudina Marek la vio en aquel famoso almuerzo de Mirtha Legrand y la llamó por teléfono. Corría el año ’91 y Fuskova se visibilizaba ante una teleaudencia pacata y conservadora como una mujer que a los 56 años, con hijos y todo, había decidido, tras su separación, llevar una vida lésbica sin ocultárselo a nadie. La joven Marek, también divorciada y de treinta y pocos años, quedó maravillada con esa descendiente de checos tan libre y encantadora como nunca dejó de ser. Fue buscada por ella, amada por ella, juntas viajaron tres veces a Europa, escribieron el libro Amor de mujeres –reeditado por última vez en 2013–, convivieron por más de veinte años y un tiempo atrás, cuando ella tenía más de 80, se separaron. Pero para la luminosa Ilse la edad no es un problema: según ella nada está quieto nunca y la continuidad de su destino, la de todos los destinos, es una sucesión de cambios que afecta cada partícula de la vida y sigue el movimiento incesante de las estrellas. “Hace poco se creía que había seis o siete, hoy se sabe que hay millones de vías lácteas como las que conocemos y que constantemente se están expandiendo. Somos parte de un universo que no tiene límites. Y nuestra conciencia se está abriendo también. Lo más evolucionado, según la mirada del grupo donde estoy, es el reino vegetal, tan es así que las flores tienen una capacidad de curación increíble. Mi grupo no trabaja con flores de Bach, sino con flores de la reserva ecológica o de Córdoba. Yo dejé la otra medicina y me estoy manteniendo sana a base del elixir de las flores.”

¿Y cuál es el grupo donde estás, Ilse?

–Uksim, que en el idioma intergaláctico significa Amorosamente recibido.

Uksim es un Centro de Servicio Planetario con sedes en Sudamérica, Centroamérica, EE.UU. y Europa. En nuestro país tiene su lugar central en Córdoba, más exactamente en la Quebrada de la Luna, entre los cerros Uritorco y Pajarillo, en las cercanías de Capilla del Monte. Es allí donde Ilse viajó dos días después de nuestro encuentro, para incorporarse a las actividades grupales. Normalmente ella asiste a las reuniones de la sede de San Telmo, que es la que le queda más cerca de su casa, en el barrio de Monserrat. “Una vez por semana meditamos, cantamos mantras, estamos en silencio –explicó Fuskova–. El silencio compartido entre nosotros se hace fuertísimo. Diez personas que aceptan quedar una hora en silencio mueven una energía poderosa.” Daniel Gagliardi, referente principal de Uksim en la Argentina, dice en su libro Mensajeros del Fuego: “Los servidores no esperan el futuro. Se dedican a vivirlo en la actualización eterna del presente. Nada les tomará por sorpresa; su vida está abierta al pulsar de lo inédito”.

¿Cómo ligás este momento planetario con tu realidad personal que vive semejante cambio?

–Bueno, todo de alguna manera está unido, no veo contradicción. Yo en los años ’50 tuve la suerte de tener de profesor en la escuela de periodismo a un filósofo que nos hablaba de Teilhard de Chardin, un sacerdote católico que se ocupó durante diez años de buscar los primeros signos humanos en el desierto de China. Y daba misa en esa soledad. En los años ’20 él tuvo intuiciones profundísimas de que el planeta iba a estar envuelto en una red que él llamaba “noosfera”, una red de comunicación. Lo supo ya entonces y es lo que tenemos ahora. Yo, por mi parte, tuve libros que me buscaron a mí para que me enterara de cosas. Lo agradezco profundamente. Me encuentro con realidades que venían anunciándose.

El mismo amor, la misma lucha

“Hoy en día el gran poder no está en un gobierno, sino en las organizaciones internacionales –dice Ilse–. Nosotros, como activistas, tenemos relaciones con diputados y diputadas que están abriendo el cerebro. Yo me sorprendo porque Nito Artaza es el que ha avanzado más. Y me sorprende porque él se ganó la vida con las mujeres en pelotas, pero ahora es senador y se compromete muchísimo. Estos de las minas no dejan ningún beneficio a este país. Juntamos muchísimas firmas en la calle.”

La militancia de ustedes en los ’90 también fue de un cara a cara con la gente y era un enfrentamiento contra un poder sin rostro, que en el fondo es el mismo...

–Sí. En aquella época Claudina y yo estábamos muy unidas a los gays, éramos íntimas y fuimos muy criticadas por las feministas. Pertenecíamos a ATEM y no les gustaba mucho nuestro trabajo con ellos. Sin embargo, hicimos cosas tan buenas: nos encadenamos frente a la iglesia, hicimos marchas con Carlos Jáuregui disfrazado de medieval frente al Ministerio de Defensa. Cosas que disfrutábamos, escenas de desafío. ¿Querés saber cuál era el motivo de mi militancia? Abrir un espacio de vida para grupos que estaban absolutamente vistos como enfermos y perversos. Yo tuve el privilegio de poder presentarme como lesbiana orgullosa y crear un espacio para que otras mujeres también militaran y pasara todo lo que pasó del ’91 hasta hoy. Y hoy estoy por el mismo motivo: por el tema de la vida, pero para todos los seres humanos de este planeta. La gente no quiere entender. Parece que dejé el pequeño espacio lgbtt, para irme a jugar al golf. Pero yo estoy en una tarea que también es por la vida. No sabemos si Carlitos Jáuregui, si estuviera vivo, no andaría en algún tema como éste.

¿Y cómo ves la situación actual del movimiento Glttbi?

–Después de veinte años de lucha hay muchas cosas que se consiguieron. Estamos muy afirmados como movimiento. Pero creo que todavía quedan espacios, no pienso que una maestra pueda decir que es lesbiana tan abiertamente, porque la echan como hicieron con Claudina. Sí es muy común ahora que los alumnos tengan dos madres y ya no es escandaloso. Es un logro increíble.

¿Te sentís criticada por tu círculo de lesbianas por el hecho de estar de novia con Edgar?

–Es muy reciente y no sé qué estarán hablando. Por lo general, la gente que se entera se alegra. Pareciera que cuando se caen ciertas vallas eso produce alegría, ya no estamos en el momento de “afuera de acá no se puede dar un paso”. Hay unos versos de Gioconda Belli que hablan sobre la vejez y dicen algo así como que mi corazón y mi mente harán tic tac hasta último momento.

El poema de la nicaragüense se llama “Desafío a la vejez” y dice exactamente esto: “Cuando vengan mis nietos/ a sentarse sobre mis rodillas/ enmohecidas por el paso de muchos inviernos/ sé que todavía mi corazón/ estará rebelde tictaqueando/ y las dudas y los anchos horizontes/ también saludarán/ mis mañanas”.

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