Viernes, 17 de enero de 2014 | Hoy
Anfitriona despampanante y obra de arte en sí misma. La partida de Charly Darling, ocurrida la semana pasada, opaca el reino del under y deja desahuciado a un montón de amigxs, admiradorxs, imitadorxs y a todo un clan de discípulas, ahora desmadradas.
Por Juan Tauil
El último cumpleaños de Charly Darling en La Barceloneta fue su despedida y, tal como ella imaginó, nos tuvo a todxs sus amigxs y conocidxs vestidxs de rosa, ya que para ella las fiestas de blanco son snobs y ordinarias. Con una convocatoria impresionante, lxs reinas y reyes del under entraban y salían de ese bar-antro mitológico para interactuar con un San Telmo que se preparaba para el inminente final del verano: fue un sofocante 6 de febrero. La música estuvo a cargo de sus amigos íntimos como Cristian Trincado, May Maclarent, Towa Hot, Pablo Martinny y Nito fueron los “pink djs” de la noche con el warm up del infaltable dj Traviesa.
Charly Darling nunca paró de trabajar en la noche porteña; era feliz encontrándose con la gente y no lo sentía como un trabajo. Pero ella secretamente prefería los eventos de antes, en lugares tipo boîte, donde se podía charlar, departir montadas sobre altísimas plataformas glamorosas, cubiertas de plumas y purpurina. “Ya no hay lugar para las personalidades, ni para lo distinto: ahora la homogeneización es lo que manda”, se quejaba muy seguido, claramente harta de estas épocas faltas de glamour. La Charly les echaba la culpa a las nuevas drogas de diseño, que exigen unas zapatillas y ropa deportiva, echando por el suelo el estilo y la sofisticación. Ella es hija del videoclip; su mundo era romántico, mágico, y su cuerpo era la herramienta y el escenario para que esa magia se desarrollara y que el público clubber pudiera ver algo más que una recepcionista en una fiesta: ella era toda una obra de arte.
La primera vez que vi a Charly fue en Bunker, en los ’90 –década adorada por ella– y estaba siempre acompañada por un poeta santiagueño, Beto, rubio de ojos claros como un ángel. El boliche se paralizaba cuando Charly –un “club kid” moreno de labios gruesos y cejas mínimas– tomaba el bafle más alto y bailaba “Vogue” de Madonna a la perfección. Entre ellas ya andaba la Barby, que para ese entonces era un marica con peluca mal peinada; también se podía ver a Flor de la V, espléndida en su juventud originaria sin cirugías y a Cecilia –una trava altísima y bella como una supermodelo sin una gota de maquillaje–, a quien nunca más volví a ver. De esas fiestas exclusivas de los miércoles en el primer piso, Miqui Berriós eligió a la Charly para llevársela a IV Milenio; un boliche que significaba un paso más adelante en sofisticación, histeria y música electroloca.
Su vida privada era muy tranquila, vivía con su madre a quien adoraba, compartía salidas al cine y les gustaba salir a comprar zapatos juntas. “En mi caso conviven el personaje y el hijo de familia todo el tiempo; cuando llego a mi casa no quiero saber nada con el maquillaje, me gusta leer o mirar una película”, me confesó hace unos años. El trabajo de una drag no sólo es recibir a lxs amigxs y habitués de los boliches donde trabajan –Charly trabajó en lugares como Morocco, Club 69, Palacio Alsina, Club Namunkura, Kim & Novak, Shamrock, Cocoliche– sino también pueden ser gogo dancers, modelos –posó para Nora Lezano, Jo Johannes, Gastón Taylor–, trabajar de musas de artistas –Darin Wixon, Gustavo Di Mario, Marcelo Bosco–, aportar ideas para producciones fotográficas, diseñar ropa, y a todo esto La Charly lo hacía bien, con un profesionalismo remarcable. Charly fue también maestra de la escuelita de drags, un emprendimiento que surgió sin querer y que entre su staff docente contaba con Isis, Iona, Towa y el empuje de La James, que daba publicidad a esto de “asesorar a las chicas que quieran entrar en este mundo”, según palabras de Fiona, amiga íntima de Charly.
Charly Darling –cuyo nombre emula a Candy Darling, musa de Andy Warhol– nos deja en una época en la que los boliches son cubos lavables donde se trata a la gente como pollos de criadero, donde los patovicas manejan los baños y los cogederos, las cortinas son de goma y no hay ya más luces cálidas. Ella supo cuándo irse, no sin antes regalarnos estas palabras: “Unx puede hacer lo que quiera en este mundo; hay que vivir y aprovechar, tenemos corazón y mente para hacer muchas cosas”. Ella sí que lo puso en práctica.
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