Vie 02.05.2014
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Todo por un peso

Ni erotismo, ni deseo, ni placer en la representación de los cuerpos gordos. La gordura suele ser tratada como un problema a corregir y, en nombre de la cuestión de salud, la discriminación encuentra vía libre. Aquí algunas películas raras, excepciones a la regla.

› Por Diego Trerotola

Hace como diez años, antes de que el programa televisivo Cuestión de peso estuviese al aire, una productora me llamó para intentar reclutarme para la primera temporada. No recuerdo el nombre de ella, pero todavía puedo repetir su argumento cuando pregunté los objetivos que tenían para invitar a la gente a un reality show donde debía competir para bajar de peso: “Es que los gordos son discriminados”. Lo dijo como, en general, la gente bienintencionada dice las cosas, con un tono algo lastimoso y un dejo de bronca, un tono supuestamente solidario, haciendo saber que comprende el sufrimiento de la víctima. Obviamente puse el grito en el cielo. Y le respondí que tenía una idea para otro programa: se llamaría “Cuestión de color, religión y orientación sexual” y trataría de afrodescendientes, judíos y homosexuales a quienes iban a enseñarles métodos para que dejen de ser quienes son y así no sufren más la discriminación. Hubo un segundo de silencio del otro lado de la línea y apareció el “no, pero lo que pasa es...” estirando una frase mientras buscaba argumentos para salir del lugar en el que ella misma se había situado: el de castigar a la víctima en lugar de al victimario. Al discriminado se lo corrige, domestica, estandariza mientras que no existe ningún plan para quienes discriminan. Claro que en seguida apareció el tema de la salud, excusa principal que tiene el programa para insistir con el tema de bajar de peso, pero es claro que no se trata de eso: Cuestión de peso se basa en el look, el eje ideológico de este reality show es la exhibición de la gordura como algo que hay que erradicar. La competición para bajar de peso es un relato de la represión sobre el cuerpo, sobre el volumen, sobre el deseo de la carne voluptuosa. Un tribunal médico y también el ojo de la cámara juzgan a cada participante. Es un programa que, además, como debería corresponder a la ideología disciplinaria, está en horario familiar, apto para todo público, porque ahí el erotismo ni se va a asomar, porque no es posible. Puede haber gays o lesbianas, pero nunca serán figuras explícitamente eróticas, porque sus cuerpos no se corresponderán nunca con esa posibilidad. Protección al menor, represión a la gordura. El erotismo es diet, o no es.

Panza abajo

Con argumento de típica película de Navidad, en Santa Cláusula (1994) el padre divorciado Scott Calvin (el rubicundo Tim Allen) se vuelve gordo y viejo a causa de un hechizo y tiene que encarnar obligadamente a Papá Noel. Al final de la narración, después de cumplir con toda su tarea navideña de reparto de regalos, su esposa le dice que tendrían que tomar vacaciones, y Calvin acota un último chiste: “Tenemos que ir a un lugar donde no haya playa”, refiriéndose a que su nueva gordura creada por el hechizo no es apta para ser exhibida a flor de piel. ¿Los gordos no deben mostrar sus panzas en las playas? La cláusula social, firmada por la mirada moralista, impone el pudor de las carnes profusas, que se transmuta en vergüenza para las personas que tienen un físico excesivo, sobredimensionado, obeso, rollizo, voluminoso. Tendrán otros adjetivos, más o menos gentiles, pero lo cierto es que los rollos y la panza son como un órgano obsceno. Tapar al gordo y la gorda que hay niños. Y eso se redimensiona en el contexto de la cultura gay contemporánea anclada en un físico delimitado por la lógica del gimnasio. Hubo un caso flagrante de censura al gay gordo, bastante solapado y desconocido. Porque pocas personas pudieron ver la sitcom en la que el obeso gigantón John Goodman interpretaba a un padre que, tras estar casado con una mujer y haber tenido un hijo, reconoce su orientación gay. La sitcom se llamó Normal, Ohio y fue filmada en 2000. Con el nuevo siglo parecía que todo iba a cambiar: sería la primera serie de TV protagonizada por un personaje gordo abiertamente gay que se reencontraba con su familia. Digo que pocas personas vieron la serie porque sólo se exhibieron siete de los trece capítulos que fueron grabados: se canceló antes de terminar su primera temporada y en ningún país se pudieron ver los capítulos restantes ni el piloto; tampoco se editaron en DVD. En el último capítulo emitido, Goodman tenía un romance con el ahora gordito Dan Aykroyd, comediante conocido por Cazafantasmas: ése era uno de los pocos ejemplos de representación de dos gordos enamorados que dio la historia del cine y de la televisión a nivel mainstream. El primer episodio fue visto por doce millones de televidentes, tuvo mucha publicidad y Goodman recibió el premio del público al mejor comediante de nueva serie. ¿Por qué se canceló? En ese momento, una hipótesis se podía leer en foros de una Internet en expansión, previa a las redes sociales: “Ver a John Goodman haciendo de gay no funciona. Vi el primer episodio y casi vomito”. “Elegir a John Goodman como gay, ¡por Dios! ¡¡¡El es el estereotipo de macho sexista y ordinario, no un hombre gay!!! Si hubieran elegido a cualquier otro, el show podría haber funcionado... ¿¡Qué estaba pensando el querido Johnny!?” La respuesta a la pregunta de ese mensaje puede darla el propio John Goodman, que comentó a la revista The Advocate, que lo puso en tapa anunciando la serie, que no le preocuparía que a su hija de diez años le gritaran: “Tu padre es puto”. Los prejuicios no son parte de la mente del querido Johnny, pero sí de los televidentes. Le bajaron el pulgar a la panza de Goodman: ya no se trata sólo de homofobia, también es un caso de gordofobia. Nadie se queja demasiado sobre sitcoms o series de TV como Will & Grace o Queer as Folk, protagonizadas por gays flacos, musculosos; el problema parece ser que tanta carne gay junta es un exceso. Se permite una cierta cantidad de kilos homosexuales por serie. El resto es debidamente repudiado.

Erotismo heavy

Hoy, parecería que los problemas de acceder al goce de la representación del cuerpo gordo como erótico y sexualizado están resueltos: con poner “gordo” y “porno” en Google seremos direccionados a videos celebratorios del sexo explícito con físicos que no siguen la reglamentaria métrica de los cuerpos de modelo de pasarela. Sin embargo, ese género vive de la fragmentación, sin plano detalle de genitales en acción no hay pornografía, lo que pocas veces se lleva bien con la posibilidad de contener cuerpos excesivos, poder representar la plenitud del exceso de carne. La verdad es que, en los últimos años, unos pocos cineastas surgieron con una mirada más atenta, sibarita y hedonista, de los gordos: los principales son el francés Alain Guiraudie, especialmente en su película El rey de la evasión (2009) y el alemán Axel Ranisch que con Dicke Mädchen (2012) tal vez haya logrado la más consistente representación de la epifanía del cuerpo gordo por fuera de la estilización y la imposición de virilidad de la mayoría de la cultura osuna. Porque el título original en alemán significa “muchachas pesadas” (en inglés se llamó Heavy Girls) aunque está protagonizada por dos varones gordos. Y la película tiene algo bastante primitivo del descubrimiento del placer del cuerpo gordo, convirtiéndose en un musical casi cavernícola sobre el goce homoerótico de la carne panzona, con un epifánico momento solitario donde el protagonista danza el Bolero de Ravel en bolas. Con una cámara documental que reniega tanto de la estilización como del realismo, Ranisch mira al cuerpo gordo como un sortilegio de la realidad, sus personajes tienen una presencia física imponente, fusionados en una performance nudista revolcados en el barro a la orilla de un río, su erotismo es laxo como la panza floja, nunca es fálico a pesar de exponer la genitalidad. Hay algo de volver a un bucolismo, una visión ensoñada de la naturaleza, que no ponga coto a la libertad de la carne: la película es la construcción de una playa que no sólo contenga a los protagonistas desmarcados del erotismo físico hegemónico, sino también donde Santa Claus pueda veranear sin tapujos y a John Goodman le dejen inflarse de felicidad cuando alguien le grite puto.

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