Vie 02.05.2014
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Se armó la gorda

› Por Magdalena De Santo

El programa más saludable de la televisión argentina, Cuestión de peso, viste a cada gord* con una remera blanca que estampa en letras negras muy grandes los kilos que se cargan. La primera operación del reality show es la animalización del sujeto. Con número en el pecho, se trata de convertir al ganado –cerdo, vaca o hipopótamo– a un legítimo humano. La fórmula: bajar de peso para subir en la jerarquía social. La lucha por acceder al tratamiento está en la base. La espectacularidad motivada por la exhibición de grasa se tiñe en el aumento de técnicas de normalización médicas. Sobrevaluado, el “tratamiento” funciona como centro de la escena, paraíso clasista al que aspirar. El propósito a seguir de los no obesos es exterminar la denominada enfermedad “obesidad” mediante el juicio, culpa y castigo. Las paradojas cínicas del poder: crear la enfermedad para generar los dispositivos de su erradicación. Los “permitidos”, en el sistema de control médico que ofrece el tratamiento, son la fisura que hace del relato del programa se sostenga. Los “permitidos” son la puesta a prueba de una voluntad gord* vituperada y, también, la legitimación de lágrimas, diarreas, atracones de culpa en el que reposa el aumento de raiting y consumo. Entonces, espera con cabeza gacha subirse a la balanza. La solemnidad es el único estado emocional admisible. No caben risas, las luces titilan, los números de la balanza se revuelven. El rostro de papada amplia se desfigura. Es viernes y engordó dos kilos. Debe ser expulsado pero con disciplinamiento: el monstruo no se dejó corregir, pues que al menos entienda de moral. Segunda operación: el sujeto animalizado es, al mismo tiempo, infantilizado sistemáticamente. Claribel Medina, portadora del poder de dar voz arremete: “Lamentablemente, lo pudo el boliche, en lugar del compromiso con su tratamiento”. El joven mira el piso y calla. La no obesa sigue dando a su tele-audiencia un discurso ejemplificador. “Penoso, lamentable, pero real.” La felicidad momentánea del gord* tiene un precio alto: volver a ser ese deshecho sin reconocimiento público. Sin embargo, aunque nadie lo celebra, este gord* ríe sutilmente frente al instrumento de tortura.

El ojo de amo engorda

La tortas gordas de la nación, uníos, no hay nada que perder, diría un manifiesto. Es que los casilleros para describir lo humano incluyen un montón de “anormalidades”: homosexuales, hermafroditas, negr*s, minúsválid*s, clase obrera, y también, podríamos agregar, obes*s. Todas esas identidades se convierten en sustantivos molestos cuando capitalismo industrial y heterosexualidad compulsiva avanzan como sistema de regulación personal, con sus complejos procesos de disciplinamiento médico, escolar, jurídico, e, incluso arquitectónico. (No es casual que l*s gord*s resulten molestos a un sistema productivo que aspira a minimizar costos; no entran en el mobiliario pinipon ni en los departamentitos para pigmeos.) Las identidades se empalman, conviven, y en el imaginario tortón de décadas anteriores era muy fácil asociar lesbianismo con fealdad, siendo la gordura el indicador exultante de dicha monstruosidad. Orgullosas y corajudas, muchas lesbianas sortearon los mandatos físicos de la belleza femenina y del trabajoso cuidado sobre esculturales cuerpos, y se erigieron afirmativamente en sus carnes. Así, cánones de belleza y salud corporal fueron disputados por muchas que se despreocuparon de la mirada aprobatoria del macho hegemónico. Las tortas generaron una contra-estética erotizadamente gorda para sus amantes y compañeras. ¿Pero qué pasó? En estos tiempos de totalitarismo mercantil casi no se encuentran muchas tortas gordas orgullosas que quieran hablar. En esta línea, Canela Gavrila se pronuncia: “Ninguna lesbiana habla de gordura. Y yo soy gorda por amor a la buena vida pero tampoco teorizo mi gordura. Yo como canelones. De todas maneras, si algo sabemos las lesbianas, es hablar sobre el silencio. El hecho de que no haya nada sobre el tema, dice un montón”. ¿Y te jode que te digan gorda?, le pregunto. “Me jode que un boludo lo use de insulto. Después no me molesta para nada, amo a las gordas, adoro mi cuerpo. Mi actual novia es una gordita hermosa que adora como yo comer, beber, drogarse y hacer todo al extremo.” En ese sentido, Laura Contrera, responsable del fanzine local Gorda! (gordazine.tumblr.com), dispara: “Creo que la línea a recorrer estos años tiene que ir de la mano de lo queer y los transfeminismos, pero haciendo hincapié en que además de la diversidad sexual, es hora de celebrar la diversidad corporal”.

Breve historia de la acción grasa

El movimiento de derechos civiles de los Estados Unidos, a comienzos de los ’60, generó las primeras condiciones para que el activismo gord* surgiera y emigrara rápidamente a tierras británicas. El feminismo de la segunda y tercera ola, especialmente, junto con distintas subculturas sexuales, desde la cultura de osos hasta heterosexuales fetichistas, dieron lugar a lo que hoy se conoce como activismo fat. El activismo gord* es hij* directo del feminismo, pero no de cualquiera. Se trata de aquel que en los ’70 en Los Angeles se sostuvo de la mano de lesbianas radicales. En medio de la liberación sexual que esa década prometía, un grupo lésbico bajo el nombre The Underground Fat irrumpió en la escena californiana para desmitificar esos ideales de “buena salud y belleza”. Fundado por Sara Fishman y Judy Freespirit –que murió el año pasado–, reconocieron que el temor de la cultura norteamericana hacia las grasas es un temor a las mujeres sensual y sexualmente poderosas, y que la pérdida de peso no es otra cosa que un genocidio identitario. El colectivo The Underground Fat en 1973 publica el manifiesto de liberación gorda que esclarece –en un diálogo anticipatorio con Cuestión de peso– algunos puntos: “NOSOTRXS nos declaramos enemigxs de las llamadas industrias ‘reductoras’. Estas incluyen: clubes de dieta, salones para adelgazar, granjas para gordos, doctores para la dieta, libros de dieta, comidas dietéticas y suplementos, procedimientos quirúrgicos, supresores del apetito, drogas y máquinas para perder peso. NOSOTRXS exigimos que esta industria acepte sus responsabilidades sobre las falsas promesas, que se den cuenta de que sus productos son dañinos para la salud pública, y que publiquen estudios de largo plazo además de eficacia estadística de sus productos. Hacemos esta exigencia sabiendo que el 99 por ciento de los programas de pérdida de peso, cuando son evaluados sobre un período de cinco años, fallan totalmente. NOSOTRXS repudiamos la mitificada ‘ciencia’ que falsamente expone que nuestro cuerpo no es sano. Esto causa y justifica la discriminación contra nosotrxs, unido a los intereses financieros de las compañías de seguros, la industria de la moda, la de pérdida de peso, la de la comida, la farmacéutica, además de los campos de medicina y psiquiatría”. Así, de manera afirmativa, The Underground Fat fueron las primeras en crear nuevos sentidos de ser gord*: incentivaron la resistencia, el orgullo de una identidad –distante de la patologizada obesidad– que se tradujo años más tarde en una cantidad de estrategias de empoderamiento. Luego, llegaron l*s queer (much*s de l*s cuales se iniciaron en los feminismos anteriores) y los “estudios de la gordura” en todo el mundo anglosajón. Estos, actualmente, se dedican a combatir la gordofobia que propagan “las industrias reductoras” bajo el aumento de una contra-cultura gord*. Con investigaciones y pautas para saber responder ante la inquisitiva medicina, el activismo gord* abraza la autogestión de fiestas, talleres de autodefensa, boxeo, natación, yoga, y danza para cuerpos grandes y saludables. En suma, abandonan el ideal de medicalizado del bypass gástrico –cuya tasa de mortalidad va en aumento– y hacen boliches bien amplios para que de tanto saltar se le arruine el caldito a Cormillot.

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