Viernes, 2 de mayo de 2014 | Hoy
DOCUMENTAL
Las que juegan al fútbol no son mujeres (¡machonas!, ¡lesbianas!) se podría decir parafraseando a Monique Wittig. A mucha honra, los dos equipos que protagonizan el documental Mujeres con pelotas no sólo la mueven, sino que patean tipos y estereotipos.
Por Clara Laura Gualano
“La vida, como el potrero, tiene el pique desparejo/ algunas te caen al pie, las otras se corren lejos”, reza el tango. Y si a Lionel Messi la pelota le cayó cerca es porque desde la cuna le aplaudieron la habilidad para el jueguito que lo perfilaba –según esa ansiedad tan incontrolable de los padres de los niños-promesa– como una súper star del deporte. Hasta hay un video en YouTube de Lío jugando de chiquito como el de Maradona en el potrero. Ahora, ¿vieron ustedes alguna vez esa misma ansiedad paterna (¡o materna!) siguiendo con la cámara el jueguito de la nena? Bien lo explica, consultado para el documental, el periodista deportivo y ex seminarista Gastón Recondo, cuando dice que para jugar bien al fútbol hacen falta los genes (sí, genes) XY, porque si no el deporte se torna aniñado y poco estimulante. Ahora, si a la nena no se la filma desde chiquita, después de grande quiere todo el protagonismo para ella, que la filmen, que la graben, no se conforma con una medalla y un cuadrito. O por lo menos esto les sucedió a las chicas de Las Aliadas de la Villa 31, protagonistas del documental Fútbol con pelotas. Las muertas, el segundo equipo aquí retratado pertenece al grupo de Fútbol descolonizador. Tampoco son chicas de club, juegan en las plazas de Chacarita no enrejadas y además formaron una agrupación denominada Comando Antipajeros. Dos realidades distintas para estos equipos unidos por la misma pasión.
“A toda la hinchada se le notifica que la histórica y mítica relación monogámica entre el hombre y el fútbol ha sido rota. Las minas en jugada magistral hemos robado la pelota y enhebrado un centro de ensueño dentro del área chica de la cultura patriarcal que concluyó en impecable y certero gol de cabeza y al ángulo.” Así comienza el manifiesto Fútbol Descolonizador. Jugar en el descampado evoca el potrero que miraban con la ñata contra el alambrado cuando los pibes se apropiaban de ese objeto de deseo (¿o de transferencia?) que es el balón. Ahora todos los martes se autoconvocan en Plaza los Andes de Chacarita. Venidas de espacio de socialización común ligados al feminismo y a la militancia de género, recuerdan al pasar que alguna hétero amiga de una amiga vino a jugar alguna vez. Aunque la relación del erotismo entre chicas y fútbol no es uno a uno (“unir lesbianismo y deporte puede ser tomado como un argumento de discriminación”, dicen) quizás a veces salgan gritando de la cancha “¡las chongas somos lo máximo!”.
Si imaginamos un videojuego donde las chicas van venciendo obstáculos, el primer nivel fue tomar las calles y descolonizar el juego. El segundo arremetió contra la lengua del conquistador, esa perversa que en cualquier contexto les grita: ¡pero qué lindo culo, mamita! Cuando se dieron cita el año pasado para uno de los festivales-torneos que organizan, a un tipo que andaba por ahí se le ocurrió provocarlas intentando una masturbación en un banco de la plaza frente a todas las jugadoras que, sudando la camiseta, se le paseaban en frente con short y manguita corta. No sabemos fielmente cómo terminó ese hijo del patriarcado, pero lo que sí sabemos es que su hazaña de machito precipitó el nacimiento del Comando Antipajeros, una agrupación que reúne a muchas de las integrantes de Fútbol Descolonizador –y a otras que se conectaron vía Facebook– para hacer pintadas y escraches con consignas tales como: “Si puedo hacer una torta, puedo hacer una bomba” o “Si el patriarcado es una verga, hagámoslo concha” o “No quiero tu apoyo”. En la última semana el elogio del culo femenino realizado por el jefe de Gobierno de la Ciudad, Mauricio Macri, les atizó el fuego. “No nacimos para provocarte, tu estupidez nos provoca. Macri pajero. Basta de acoso callejero”, salieron a stenciliar en los paredones.
El documental Mujeres con pelotas –dirigido por Ginger Gentile, una estadounidense que se fascinó con la historia de Las Aliadas, y Gabriel Balanovsky– lleva a este equipo a dar una artística vuelta olímpica por el mundo. Lejos de aparecer victimizadas, las integrantes sueñan con un futuro en el que nuestro país cuente con clubes especializados en fútbol femenino y en el que los oficiales empiecen a invertir más dinero en el entrenamiento de niñas desde las inferiores. Si bien Boca, River, San Lorenzo, Argentinos Juniors, por nombrar sólo algunos, cuentan con equipos, la falta de profesionalización hace que sus integrantes no perciban un sueldo –ni hablar de los cachés que se pagan a la primera división– y trabajen de cualquier otra cosa a la par del entrenamiento. Desde la ignorancia y la desfachatez, las declaraciones de los hinchas de fútbol, periodistas deportivos y hasta autoridades de la AFA revelan una sarta de prejuicios que quedan disueltos en las mismas escenas que los ilustran: mientras ellos se jactan de enunciar que el fútbol femenino puede ser muy técnico pero nunca será tan habilidoso como el masculino, que es aniñado y que la contextura física no les da, la cámara se pasea entre una serie de gambetas ilustres ostentadas por jugadoras que levantan polvo y polémica al ritmo de la cumbia.
La villa está caliente. Desde sus ventanas enrejadas, sus casas coloridas y siempre iluminadas, y sus reggaetones altisonantes, los vecinos observan a las once jugadoras detener el mundo con la gamba derecha, pisarla y en un microsegundo dar un pase a la compañera. “¡Conchuda!”, “¡Chupapijas!”, se gritan de un lado a otro de la cancha que queda en el corazón de la 31, frente al Centro Asistencial Padre Mugica, y lo que para una burguesita cualquiera sería un insulto imperdonable, para ellas es el calor del compañerismo. La lengua del conquistador que grita el insulto, en este caso, fue apropiada. No es la palabra sola la que hiere la honorabilidad del cuerpo, porque a veces a un insulto se le responde con la fiereza de un insulto mayor, sino otros estigmas más profundos que pesan sobre la dignidad: “A mí el fútbol me sacó de muchas cosas que yo no quiero hacer, como drogarme o robar”, cuenta Cuni (22) mientras cae el sol y se ven los rascacielos imperiales desde el centro de la villa. Desde hace años, todos los martes y jueves Mónica Santino –que las dirige como la mejor DT de la vida– atraviesa esas callecitas con un bolso cargado de pelotas y pecheras bordó y fucsia y las insta a jugar pese a todo: a sus maternidades jóvenes, a sus maridos demandantes, a las imposiciones de limpiar y ocuparse de tareas “femeninas” que les imponen padres y hermanos y a los varones de la villa que reclaman la cancha para sí cual si fueran los dueños de la tierra.
Si jugás al fútbol bien, sólo sos una buena futbolista, no tenés que ser ni torta, ni bi, y no importa a quién se la pongas o quién te la ponga, lo importante es que puedas meterla en el arco de la contraria. Ahí barremos todos los mitos posibles: el lesbifútbol existe en la mente perversa de quien asocia las pelotas colgando con la pelota girando sobre el césped y el roce de los cuerpos con el erotismo entre chicas. De treinta jugadoras que rotan en Las Aliadas la mayoría tiene novio, transa, o chapa, y sólo algunas salen con chicas que conocieron, muchas veces, ahí mismo en los partidos. Para Analía (20), que pertenece a la comunidad peruana, enunciar que tiene novia es un acto de coraje mayor que meter un gol de chilena. Andar de la mano con otra por la 31, o besarse, sigue siendo exponerse a los insultos, aunque ahora, dicen, se ven más chicas juntas que antes. Para reconocerse entre sí –cuenta otra– hay que observar si en la muñeca lleva puesta la pulsera multicolor, en ese caso es del palo. Ese código está reemplazando al rapado lateral, del cual ya nadie se fía porque se popularizó demasiado. En la villa, donde el tatuaje, la cadenita y el corte de pelo dicen mucho de la tribu o del palo que curtís, las señalizaciones están a la orden del día. La alianza entre pares para la defensa, el erotismo o la diversión se signan con un código común que muchas veces las aísla como si fueran rejas, pero otras tantas las protege con ese calor que da la familia unida en torno de una pasión común.
Fútbol con pelotas se estrena este martes en pantalla gigante en la
cancha de la Villa 31 y este jueves
en Espacio Incaa Gaumont.
En Facebook: Martes de Fútbol Descolonizador y Comando Antipajeros
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