COLOMBIA A LA VISTA
Lillith Natasha Border Line, antropóloga, artista y activista colombiana, participó en las Jornadas de Estudios Visuales y Estudios de Género que se realizaron en la Universidad de Mar del Plata, donde planteó una pregunta urticante y una propuesta. Se define como “piroba” (insulto muy común en su país) y desde allí cuestiona si la disidencia está realmente abierta a la disidencia.
La punta del delineador negro se rompió justo cuando terminé de escribirle “puto” en la espalda. Lo único que sabía de ella era que había sido la primera mujer trans en acceder a un cargo público en Colombia. Eso que se hacía llamar “piroba” y que ahora había decidido vestirse de hombre. Cuando todos terminamos de escribirle en el cuerpo desnudo insultos que alguna vez habíamos usado o escuchado, como nos había pedido, Lillith leyó su ponencia titulada “Piroba”. Habló de la discriminación dentro de la sociedad lgbti que surge cuando alguien no encaja en las etiquetas establecidas que, asegura, se han vuelto más rígidas que, incluso, las heteronormativas.
–Una persona trans, o que dice que es trans, en este caso trans femenina, pero que no lo parece, al menos no al estilo hegemónico y convencional de la estética e imagen trans femenina. Una piroba es una persona trans que para el resto no es trans porque no tiene tetas, ni culo, no se inyecta, no se hormoniza, no cambia su nombre en los documentos, un hombrecito maquillado y peinado. Esa es la lectura y el significado que desde allí deduje para lo que sería mi identidad y mi lugar social y político desde ese momento: Piroba.
–Es anecdótico. Dentro de las múltiples acciones que implemento en mi militancia política y social, frecuentemente bajo a la zona en que mis pares trans ejercen la prostitución en calle –un sector del centro de Medellín conocido como La Perú–. Me detuve para conversar con una de ellas, que es amiga mía. En ese momento se acerca un cliente en auto y le dice que quiere tener sexo conmigo. Ella le contesta que yo no puteo, a lo que él insiste. Entonces otra chica trans que ve la escena se acerca indignada, y un poco enojada me dice: “Sabes qué, abrite de acá, piroba”. Piroba me llega como un insulto, un desconocimiento o un no reconocimiento.
Lillith es antropóloga y estudió artes escénicas. Actualmente trabaja en la Secretaría de Cultura Ciudadana de Medellín. Cuando en 2011 inició su carrera como funcionaria pública aún apelaba a la estética femenina, pero cuando estaba por asumir ese primer cargo sintió que su estética trans se había vuelto, para la gestión, una forma de propaganda política. Así fue como Lillith decidió, el mismo día de la toma de posesión del cargo, cambiar su imagen. Se cortó el pelo y comenzó a vestir ropa como hombre.
–La población lgbti se sintió decepcionada. No faltó quien dijera: “Claro, como ya lo logró...”, es decir, insinuaron que usé la identidad para llegar a ese cargo y que al lograrlo ya no me interesaba más parecer una trans. También se dijo que la Alcaldía me obligó a “masculinizarme” para poder ejercer mi cargo, que no es cierto, porque me seleccionaron básicamente por mi formación y trayectoria académica. Acá en la Alcaldía todos y todas me conocen como Lillith. Es más, ahora que me presento con esta imagen no he dejado de ser Lillith. Claro, es difícil para la gente cuando es obvio que no les encajas, que no te pueden clasificar o ubicar con certeza en un lugar.
–La academia sigue ensartada exclusivamente en los lugares comunes de “lo trans”: el cuerpo, la estética y la reasignación, están aún en el terreno de lo clínico, biológico, psicológico, psiquiátrico y psicopatológico, es decir, el trastorno. Poco se avanza en entender “lo trans” en perspectiva social, cultural y política. Promueven estereotipos de “lo trans”, modelos y maneras hegemónicas y correctas de ser “trans”. Quien no encaje en estos modelos es visto como una o un no trans, en mi caso como una piroba sólo por no ajustarme a esos modelos, por ser auténtica y libre, por ser yo y como quiero serlo.
–Es un asunto de reconocimiento. Si pareces tal vez te reconozcan. Yo no le apuesto a eso porque ya dije que no busco ni espero reconocimiento. Hace mucho rato me reconocí, me validé a mí misma. Me dije sí. En Colombia, la gente –mucha gente– está descompuesta por esta identidad mía de piroba. “Ay, no, eso suena muy feo”, “eso es un insulto”, etc. No entienden, ni aceptan ese lugar de enunciación y de reivindicación. Pero bueno, no salgo a la calle a buscar aceptación. El reconocimiento es importante, no es vital para mí ser reconocida como persona, pero como sujeto político sí, es obligatorio.
–Creo que la manera más viable es llamar a cada quien de la manera que quiera que le llamen sin preocuparnos u ocuparnos de su identidad. Un hombre heterosexual no dice “mucho gusto, me llamo Carlos y soy heterosexual”. ¿Por qué las personas lgbti deben hacerlo, por qué lo hacen? Al parecer hay una exacerbación de las identidades sexuales y de género diversas. Esto no será necesario cuando los marcos jurídicos y normativos cambien, se amplíen y el mundo –las personas– entiendan que esto no es pobre y estrechamente hombre/mujer o masculino/femenino y que, aun siendo así cada ser encarna o no encarna esa condición a su manera, que no hay moldes, que el abanico de posibilidades es enorme y que eso está muy bien.
–Sin nada de sencillez o humildad podría asegurar que a nadie más que a mí le interesa nombrarse y posicionarse (posesionarse) desde el lugar del insulto, es una identidad tan peyorativa en sí misma que es poco probable que otra persona lo asuma. En este sentido creo que no llegará a ser una etiqueta, más bien apuesto a que sea un lugar de reflexión, debate, incomodidad. Creo que piroba no puede ser rígido, espero que la academia no logre eso. Desde mi lugar apunto a flexibilizar esta mi condición, a jugar cada vez más con ella, a lograr que cada vez sea más difícil encasillarme. Como piroba me doy la libertad de ser, de no ser, de serlo a la manera hegemónica o a la manera contrahegemónica. De eso se trata, de no estancarse, de fluir. No hay que encajar, basta con ser.
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