Angelina Jolie interpreta a Maléfica, contrafigura de La Bella Durmiente y símbolo de la elegancia y la maldad en el cine, que ahora estrena historia propia.
Ya hemos hablado demasiadas veces de lo mucho que nos atraen las villanas. Tiene que ver con la idea de una mujer que se atreve a contradecir las normas y las buenas costumbres del patriarcado, y también con el deseo y la necesidad de imponerse como una descarga púrpura frente a una sociedad que las (nos) ha señalado, herido, desterrado. Las heroínas, las buenas de la historia, no son necesariamente tontas o aburridas, pero sí típicamente llanas en su impulso porque simplemente viven y dejan vivir al resto; las villanas, las mostras, pueden trascender el imaginario de muchas generaciones con un hechizo bien colocado o un castillo llevado a tizne con sus ocupantes dentro. Y lo mejor de todo es que, muchas veces, son así de malvadas porque pueden, sin necesidad de razones.
Ahora bien, ¿qué convierte a Maléfica en un hecho cinematográfico tan relevante? Por empezar, el casting imperfectible: Angelina Jolie, única verdadera estrella de Hollywood de su generación, en el rol de la villana más legendaria de Disney y, por ende, una de las más recordadas de la historia de la pantalla. Está también el trasfondo argumental, desde luego ausente en la película original de 1959, que explica cómo Maléfica se transforma en el ser pérfido y vengativo que termina por maldecir a una princesa neonata. Hay galán, hay 3D y hay looks desmayantes que recrean las capas pseudo medievales y la cornamenta infernal. Hay, increíblemente, pómulos sobre pómulos porque, como si con el par de Angelina no bastara, unas prótesis faciales al estilo Lady Gaga en “Born this Way” potencian el efecto de simetría facial gélida y mirada de incandescencia contenida de Jolie, emulando los trazos del cartoon original. Al parecer fue ella misma quien sugirió el uso de protuberancias en nariz y pómulos.
Maléfica forma parte de una oleada de remakes, precuelas y remixes cinematográficos que en los últimos años han sido estrenados con mayor o menor impacto y que hacen foco en las historias no conocidas en los films originales o en los personajes que, se supone, tienen menos adeptxs. La Reina Narissa que compuso Susan Sarandon en Encantada (Disney, 2007) combinaba los serpenteos agrios de las villanas de Blancanieves y La Bella Durmiente con la parafernalia camp que únicamente muchas décadas de producción y análisis cultural podían inyectarle a su performance. En el musical Wicked, estrenado en Broadway en 2003 y desde luego no menos camp, la trama de El mago de Oz es agitada para desentrañar los traumas detrás de la Bruja Mala del Oeste, en este caso con mucho mejor resultado que el obtenido en el desastroso film Oz: el poderoso, del año pasado.
Jolie, defensora de los derechos de las minorías glttbi y abiertamente bisexual, además de icono de la moda y la sofisticación, dota de finesse y salvaje atractivo el rol de la malograda hechicera que busca venganza. Ya sabemos cómo termina Maléfica desde que La Bella Durmiente se estrenó en 1959 (se vuelve dragón y la mata un príncipe), y sin embargo nos importa saber qué hay detrás de las túnicas negras y las astas sedientas.
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