Viernes, 1 de agosto de 2014 | Hoy
A LA VISTA
En Neuquén fue desbaratada una red de trata que funcionaba hace más de diez años. La proxeneta y las víctimas eran travestis. ¿Qué vulnerabilidades y prejuicios afloran cuando víctimas y victimarixs son trans? ¿Cómo aprovechan los medios la figura arquetípica de la “travesti delincuenta”? Pero sobre todo se impone la pregunta de cómo desenredar el engranaje de la esclavitud del siglo XXI, negocio híper rentable, que para funcionar se vale de complicidades, actores ocultos y violencias naturalizadas.
Por Dolores Curia
“Cuando llegué desde San Juan, por consejo de unas amigas, yo tenía 22 años, era muy pendeja, inexperta. La conocí a Marcela. Me prometió que iba a poder hacer buena plata acá y después volverme a San Juan. En Cipolletti Marcela tenía arreglo con la policía para poder cobrarnos a nosotras y que nadie hiciera nada. Imaginate una chica joven: estás sola en otra provincia, te agarra una que te dice que vas a ganar plata y que ella te va a proteger, que te entiende porque pasó por lo mismo que vos. Y no tenés a quién recurrir. Ella les mandaba chicas a la policía, todos paraban a saludarla. Venían los violentos asquerosos de los policías y decían ‘quiero coger con aquélla’. Había chicas preciosas, casi adolescentes, y tenías que ir o ir. Había chicas que lloraban porque no querían ir con los tipos, que son prepotentes, que se piensan que porque tiene un uniforme te pueden pasar por encima y tenías que ir con uno, con dos o con tres al mismo tiempo. Teníamos que atender gratis a todos sus amigos a cambio de que nos dejaran trabajar en paz. Y ella también los atendía.” Estas palabras son de una de las víctimas de la red de trata desbaratada parcialmente hace pocas semanas, que no da su nombre por el peligro que supone esa exposición y por las amenazas que ha recibido aun después de las detenciones y a pesar de que la cabecilla de la red y sus tres “lugartenientes” estén ahora a miles de kilómetros, en una cárcel.
Lxs cuatro se encuentran procesadxs con prisión preventiva por regentear esta red en Cipolletti y Neuquén. El número de las víctimas es impreciso, entre 8 y 14, según se le pregunte al juzgado, a la fiscalía o a las noticias. La proxeneta captaba personas, en algunos casos menores de edad, de provincias vecinas a través de Facebook o del boca en boca de otras ya sujetas a la red. Les cobraba una plaza para trabajar en las rutas nacionales 22 y 151, cercanas a la ciudad de Cipolletti. Les alquilaba una pieza en su casa o las forzaba a vivir cerca de ésta. Las controlaba (por teléfono, en persona, a través de terceros), las obligaba a hacer tareas domésticas no remuneradas en su casa y como derecho de piso para trabajar en la ruta, además de la plaza, les cobraba multas arbitrarias, las amenazaba, las golpeaba. La proxeneta y sus dos “colaboradoras” son travestis. Las víctimas, también. Al grupo de los indagados se suma el marido de la proxeneta, acusado de participar en el diseño del esquema de explotación y de amenazar a las víctimas. Los delitos: explotación económica de la prostitución ajena, trata de personas, reducción a la servidumbre y lesiones graves. Pensando en las colaboradoras de este caso, tanto aquí como en las historias de trata de mujeres cis, se reproduce la lógica de la doble condición: las mismas personas pueden pasar de víctima a victimaria, madama, proxeneta.
Como toda historia de trata, pero en este caso de trata de travestis, queda expuesto cómo los grupos sociales desplazados de los privilegios quedan a merced de todas las formas posibles del abuso de poder. Cómo un sector logra imponer sus reglas sobre los cuerpos y las vidas de los otros. Y lo hace, en este caso, con un plus de sujeción emocional: “Ella controlaba la zona de Cipolletti –recuerda otra víctima–. En un momento empecé a alejarme. Conocí chicas en Neuquén y me quedé ahí, que no es más que cruzar un puente, empecé a trabajar con aviso en el diario por teléfono y ella empezó a amenazarme para que volviera. Te trataba de hombre, te pegaba donde más te duele, te decía ‘puto de mierda’, ‘barbudo’, pero al rato te decía que te quería y te iba a cuidar. Así te empezaba a someter con palabras, le agarrabas miedo pero al mismo tiempo la veías como alguien que te ayudaba. Empecé a visitarla y me hacía seguir pagándole a ella aunque yo estuviera trabajando en Neuquén. Para ‘protección’, me decía. ¿Para protegerme de ella sería? Y que si no le pagaba a tiempo, me iba a quemar la casa. Hasta que lo hizo. Además de mandarme a dar palizas, me quemó la casa. Hice las denuncias y nada, nunca nada.” Ante la ausencia de otros lazos de contención (familiar, estatal), la esclavitud es maquillada en clave de protección, cobijo, única alternativa en un mundo que cierra todas las puertas en la cara de un colectivo históricamente maltratado. De eso da cuenta otro testimonio anónimo: “De a poquito Marcela te iba trabajando por tus puntos débiles. Sabía por qué lados podía sujetarte. A mí me agarraba por el tema de mi familia, con la que no me llevaba bien. Me decía que ella era mi familia. Esas cosas que sinceramente a una le duelen. Te psicopateaba. Yo ya este último año no la aguantaba más, me enfermaba de todo, incluso ataques de pánico. Para mí la cosa ya iba llegando a algún final”.
La investigación se inició el 25 de mayo por un aviso a la fiscalía, luego de que una mujer trans ingresó al Hospital Bouquet Roldán, de Neuquén, intoxicada. Su relato hizo suponer a los médicos que podía tratarse de una víctima de trata. Es decir, no hubo denuncias por parte de las víctimas sino una sospecha, una hipótesis y una investigación que llevó a cabo la fiscal María Cristina Beute, con la asistencia de la Procuraduría de Trata y Explotación de Personas y del organismo de rescate de la Provincia de Neuquén. “Que la denuncia viniera de un practicante del hospital que sospechó porque la escucharon a la víctima decir cosas borracha no es tan usual y habla de un proceso de sensibilización por parte de algunos operadores públicos sobre el tema de trata”, explica Beute, quien ya no está a cargo de la causa por cuestiones de jurisprudencia.
Así como estas tramas se pueden empezar a desarmar a partir de la decisión de actuar de personas clave, la trata no es tampoco un mal abstracto o fantasmagórico, sino uno de los mayores negocios de este siglo, con agentes muy concretos. ¿Qué lugar ocupan en este drama de uso y abuso los llamados “clientes” y la prostitución como producto cultural que presenta a la violencia sexual como inevitable o mal menor? Es por donde se lo mire un modelo de esclavitud eficaz, porque se esconde detrás de discursos de libre albedrío por lo menos sospechosos. ¿Y si, además, esas víctimas son travestis? ¿Cuáles son los prejuicios adicionales que entran en circulación? No hubo aquí la usual captación mediante una oferta para trabajar de camarera o modelo sino para ejercer la prostitución en una zona rentable. ¿Cómo operan los medios cuando se encuentran con una de sus figuras preferidas, la “travesti delincuenta”? Parece ser una imagen de la que es muy difícil no aprovecharse. Mientras se cargan las tintas sobre ese punto, es preciso recordar que la identidad de género no es agravante cuando las víctimas son mujeres u hombres trans. ¿Debe ser un dato a subrayar acerca de la persona que delinque?
A algunas la proxeneta les retenía el DNI o no las dejaba renovarlos. Sostenía la rienda mediante un sistema de endeudamiento cuyas reglas de juego la víctima desconocía. La deuda constante era afectiva (“Yo te rescaté de la calle cuando tu familia te había echado a la mierda, te di casa, comida y trabajo, ¿y así me lo agradecés?”) y también económica, por medio de un sistema de multas arbitrarias. Como no era posible saber de antemano cuáles eran las situaciones que desataban su ira, la multa económica o la paliza podían aparecer en cualquier momento. Marcela las obligaba a llamarla “Mamucha” o “Mamá”, se refería a ellas como a sus hijas, entre ellas debían llamarse “hermanas”. Se enojaba si entre ellas desarrollaban algún vínculo que no la incluyera, si no la visitaban semanalmente. Cuando a fines del año pasado se conoció el caso de Paloma León en Mendoza, que escondía detrás de la fachada de una cooperativa un sistema de explotación similar, Marcela se esforzó por todos los medios en probarles a sus hijas que aquí no pasaba eso, pero la plaza la seguía cobrando igual. “Vos le contestabas mal o le hacías un chiste y te multaba con 150 pesos por noche durante una semana. Hacía una reunión todos los viernes y teníamos que ir todas. A la que no iba a la reunión también le cobraba multa y a la comida de la reunión la poníamos nosotras. Ella con el marido comían prácticamente gratis. Viví en su casa y fui casi una esclava, tenía que trabajar, cocinar, limpiar, casi no me dejaba bañar ni dormir. Me tenía que ir los sábados hasta el otro día porque ella tenía que estar a solas con su marido y yo le tenía que dejar la plata para sus gastos. Luego yo me puse en pareja y se molestó mucho por eso. Ella mandaba decirnos cosas o amenazarnos con una golpiza. Y no era sólo una amenaza, yo me ligué varias palizas”, cuenta una de las primeras en escapar, que hasta la detención de Marcela todavía seguía pagándole la plaza aunque ya no estuviera bajo su mando.
Si la red funcionaba desde hace más de diez años, ¿por qué tantas voces juran ni sospechar de su existencia? Marcela es sin duda la cara visible de una red mucho mayor de complicidades. Era muy conocida en la zona. Había sido entrevistada varias veces por medios locales por ser la travesti más antigua de Cipolletti. Cuenta una de las víctimas que “de hecho, tanto se conocía su brutalidad, su personalidad tosca y mandona, que en la zona todo el mundo la identificaba como He-man, a través de Facebook o de donde sea despotricaba contra jueces, policías y políticos que no le caían bien, tenía cierta inmunidad, o decía tenerla. Decía que tenía entre sus amigos a jueces, políticos y policías”. Si Marcela era vox populi, ¿por qué entonces tardó tantos años en salir a la luz la modalidad de su actividad principal? Algunos habitantes de la zona hoy se refieren a la red como “secreto a voces” o “una mafia”. Del brazo policial de esta historia nadie se ha animado a decir palabra. Las víctimas, los militantes y los trabajadores judiciales prefieren clausurar con frases como “no hay pruebas de ello”, “mejor de eso no hablemos”, “no me preguntes por ahí”, “yo te contaría más, pero me metés en un kilombo”.
La coacción, se sabe, puede tener hilos mucho más sutiles que el encierro. Marcela no ejercía su dominio dentro de un espacio cerrado, donde se hubiera hecho más evidente el regenteo. “Hay métodos mas económicamente exitosos que la reclusión –confirma la doctora Beute–. Cuando tenés a alguien encadenado, sabés que si le sacás la cadena, va a salir corriendo. Eso no es muy rentable. El problema para la investigación es que cuando no hay un lugar concreto tenés que desentrañar el vínculo. Entonces lo que materializa la explotación es la plaza. Solamente pudimos resolver este obstáculo cuando obtuvimos los testimonios. Igualmente dentro del grupo hubo una situación de desgaste. Hubo una decisión por parte de algunas de terminar con esto. Si bien no llegaron a denunciar, todas hablan de quiebre emocional generalizado.” Cada vez que uno de estos casos se da a conocer, es inevitable no pensar en las tramas secretas del mundo prostibulario, siempre, mucho más complejas y más perversas que su cáscara. A pesar de que la proxeneta, su marido y sus dos manos derechas se encuentran detenidxs, hay dos personas que todavía recorren la zona intimidando a las víctimas. Flavio Rapisardi, que de vacaciones en el sur se cruzó con esta historia, relata que “lo que ahora nos preguntamos todos es qué pasa con el después. Muchas de estas chicas entran en contacto con las organizaciones locales por primera vez. Muchas han quedado en la calle, ya que vivían con la tratante, hay una chica golpeada que necesita muletas. Y el apoyo psicológico para todas ellas va a ser indispensable. En este momento estamos trabajando con Attta Patagonia, la Federación Argentina LGBT y la Mesa Nacional por la Igualdad, en implantar la idea de que no hay por qué vivir así, ni hay por qué pagar la plaza. Conseguimos subsidios para tres y vamos por los otros. En estas semanas hemos logrado que el intendente de Cipolletti se comprometa a cuidarlas, ya que todavía siguen recibiendo amenazas. Hizo un anuncio público de que tendrán protección”. El después encierra interrogantes, expectativas sobre un futuro que para algunas podría empezar a abrirse a otras opciones, pero también una gran paradoja: que la misma policía que antes trabajaba con Mamucha ahora ha quedado al cuidado de sus hijas.
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