Viernes, 17 de octubre de 2014 | Hoy
Semanas atrás, el genio de la moda francés Jean Paul Gaultier presentó su colección de despedida del prêt-à-porter después de más de tres décadas en el oficio. Fue el creador del (i)cónico soutien que Madonna usó hace casi veinticinco años e instaló la androginia en la pasarela. Lo despedimos con un repaso por sus aventuras y aportes al imaginario fashion.
Por Ignacio D’Amore
Cuando en 2011 la modelo transgénero Andreja Pejic participó en el desfile de alta costura de Jean Paul Gaultier (primera pasada con atuendo masculino, segunda pasada con atuendo femenino), hubiese resultado difícil suponer que los destinos de ambos personajes atravesarían, no tantas temporadas más tarde, un presente radicalmente diverso. En julio último, Pejic compartió su decisión de asumirse como mujer trans luego de haberse hecho famosa como modelo –hombre– de androginia soberbia, capaz de mimetizarse con lo que cada firma le pidiese, desde esmirriado surfer a diva despampanante. Gaultier, hace semanas apenas, hizo público su alejamiento definitivo del prêt-à-porter, es decir, de las colecciones con las que influyó con peso taxativo en la moda del vestir urbano de las últimas tres décadas.
Especialista en sacudir géneros –en más de dos sentidos–, Gaultier trabajó siempre a partir de una intención de irreverencia, de agitar alegremente los rubros y estatutos sacros del mundo de la moda. Así es que, al alba de los ’80 y a lo largo de esa década, consiguió instalar en el decir fashion conceptos que hoy son naturales, necesarios: la lencería como pieza visible e integral de la vestimenta cotidiana femenina; las prendas híbridas, como el vestido de corte sastre, logradas a partir de la deconstrucción juguetona de tipologías; la mímesis de hombres y mujeres andróginxs, dueñxs de un estilo y una silueta muchas veces permutables e incluso combinables; el interés supremo por la distinción de lo individual, por la exaltación de todo lo que existe de personal en cada unx. De esto último pueden dar fe los elencos de modelos nada convencionales que han poblado sus desfiles y los nombres de las celebridades que aceptaba vestir.
Desde que presentó su primera colección promediando la década del 70, Gaultier tradujo en sofisticación rebelde aquello que le resultaba atractivo de la moda que aparecía en la calle. Combinó elementos o prendas que en principio nada tenían que ver entre sí pero que, bajo su tutela, funcionaban a la perfección y potenciaban su significado particular en uno distinto. Por ejemplo, en aquellos primeros años mostró vestidos con tutú que abrigó con camperas motoqueras negras laminadas en tachas, mientras que en otro de sus shows imaginó un mareo de variantes del motivo bretón de líneas horizontales (conocido típicamente como marinero) en diversidad de grosores y densidades. Este intercalar de azul marino y blanco en franjas, vuelto moda para las burguesías chic por Chanel seis décadas antes, se transformó en uno de sus sellos y lo lució en formato sweater para el retrato que en su momento le hicieron los fotógrafos Pierre et Gilles.
Trabajó también con los componentes de la lencería femenina, desde los materiales hasta los detalles de confección, aunque aplicados a prendas de uso cotidiano. Sacó a la ropa interior de su papel de reparto y le dio el protagonismo que aún hoy conserva, y transformó al corset en una herramienta de liberación más que de opresión del género femenino. Es con seguridad el corsage de satén champagne que Madonna usara para abrir su escandalosa Blonde Ambition Tour en 1990 uno de los momentos cumbre en que moda e industria pop pactaran nunca más separarse. A mitad de la segunda estrofa de “Express Yourself”, la popstar madre se quitaba un blazer negro tizado, a través de cuyo entalle calado asomaban las puntas del soutien en pespunte milimétrico.
A mediados de los ’80 introdujo la falda masculina e insistió con la idea hasta su última colección de prêt-à-porter, no restringiéndose al modelo clásico que los escoceses lucen en colores que atestiguan su linaje. También intentó instalar una línea de maquillaje masculino hace casi una década, famosamente fallida en su tirada inicial y reeditada tiempo después con cierto éxito. Llegó incluso a expandir su repertorio a un terreno poco (jamás) transitado por otros diseñadores de su estatura: la conducción de un talk show. A mediados de los ’90, encabezó varias temporadas de Eurotrash, un programa británico de culto dedicado a comentar todo aquello que su nombre define.
La colección con la que abandonó semanas atrás la línea que lo hizo famoso fue, más que nada, un gran festejo disfrazado de desfile temático. Ambientado como un concurso de belleza, las modelos aparecían en tandas bajo categorías al estilo de “Miss smoking”, de impecable sastrería, o “Miss esposa de futbolista” (sic), cambalache de jeanería con géneros étnicos que no hubiese quedado fuera de sincro en algún bloque de Eurotrash. La corona del certamen terminó disputada por dos chicas que lucían variantes del famoso vestido/corset.
Con motivo de su alejamiento del prêt-à-porter, dijo Gaultier que el ritmo frenético entre colecciones lo había agotado y que prefería destinar toda su energía creativa a la línea de haute couture, que aún conserva. Las pasarelas que son las calles ciertamente extrañarán su fresco poder de observación y su insolencia de niño eterno.
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