A LA VISTA
Hace tiempo que el fundamentalismo (sobre todo el islámico) se encuentra en la mira de la izquierda y de la derecha. Todos nos unimos en su contra, con trazo grueso. Pero vale la pregunta: ¿qué individuos, qué particularidades son aplastados bajo ese rótulo? ¿Cuántas reflexiones, mea culpas y aberraciones se simplifican bajo el grito de “¡Soy Charlie!”?
› Por Flavio Rapisardi
¿Je suis ou je ne suis pas Charlie? Desde el asesinato de doce personas por presuntas ofensas al Islam en la revista liberal de izquierda Charlie Hebdo, la sensibilidad media argentina —tan rápida al escozor ante el dolor de los demás (Susan Sontag dixit) mientras sean rubios, europeos, es decir, como dicta el imaginario tilingo que cree describirnos— reaccionó casi convocando a una nueva marcha para cantar La Marsellesa en la Recoleta. Facebook y Twitter fueron un campo minado: opiniones, debates y alguna puteada. Dejando de lado las teorías conspirativas, que de tan ficcionales ya no podemos dejar de sospechar sobre lo real que allí adviene (recordemos cómo la serie Rubicon, que relataba la participación de la NSA y agencias tercerizadas en supuestos atentados islámicos no fue soportada por espectador*s yanquis y fue levantada luego de 13 capítulos), repasemos opiniones, recorramos su historia, reubiquemos los sentidos que produce ese humor. Charlie Hebdo tiene una historia de crítica a todos los fundamentalismos religiosos: cristiano (en sus variantes), judío (en sus variantes), islámico (en sus variantes). También una clara posición pro vida, es decir pro aborto, ya que oponerse a la interrupción voluntaria del embarazo es condenar a muerte a millones de mujeres. En sus tapas y en sus páginas nadie duda de que circulaba un río de ironía “crítica” al decir de Richard Rorty bajo la forma del humor, ese ¿género? que cuesta tanto tratar de convertir en objeto de reflexión cuando grupos vulnerados son objeto de sus retóricas narrativas y visuales.
Cuando googleé los ejemplares de Charlie Hebdo me vinieron a la memoria Satiricón y Humor, dos revistas que supieron colar palazos a la dictadura, pero que también reproducían un machismo y una discriminación hacia el colectivo lgbt que daba para preguntar: che muchach*s, ustedes de tan crític*s, ¿no sabían nada de Stonewall, el FLH, Perlongher, la persecución franquista a las maricas catalanas o las brutales palizas a gays y trans en las comisarías? La excusa del “contexto”, el “momento histórico” y similares ya me hartan: cuando distintos grupos son marcados, discriminados y hasta exterminados (a Daniel Feierstein le debemos estas reflexiones), no usemos a la “Historia” como blanco al que le endilgamos responsabilidad. En nuestras terapias sabemos que eso se llama neurosis y en la cultura, irresponsabilidad, cuando no fascismo.
Mientras mis dedos posteaban o tuiteaban por el tema, me acordé de un libro: La lengua del Tercer Reich. Apuntes de un filólogo, de Victor Klemperer. Lo cito textual, ya que en primera persona cuenta una situación que a él, como intelectual judío en la Alemania nazi, le tocó vivir: “Nos anotamos en una excursión sorpresa. Dos autobuses llenos, unas ochenta personas, el público más pequeño burgués imaginable... En Lübau, parada para tomar un café, con actuaciones cabaretísticas... El presentador empieza con un poema patético al líder y salvador de Alemania... La gente se mantiene en silencio, apática, y el aplauso de una sola persona al final... Luego, el hombre cuenta una historia... Una señora judía pide que le ondulen el pelo. ‘Lo siento, señora, pero no puedo.’ ‘¿Cómo que no puede?’ ‘¡Imposible! El Führer aseguró solemnemente en el boicot a los judíos, y eso sigue siendo válido a pesar de las leyendas negras que circulan por ahí, que en Alemania no se le debe tocar el pelo a ningún judío...’ Risas y aplausos durante minutos. ¿No puedo sacar una conclusión? ¿No son el chiste y su acogida importantes para cualquier análisis sociológico o político?” Fin de la cita.
En este marco de posts y tuits, los liberalismos de izquierda y el ateísmo militante que festeja solsticios el 24 de diciembre sin saber que está reviviendo un rito mitraico, es decir, la religión de las sanguinarias y machistas legiones romanas, sostienen que está bien la crítica a todas las religiones y todos los fundamentalismos. Separemos, condición inicial de todo análisis. Nadie duda de la crítica a los fundamentalismos, ni que Charlie Hebdo les dio palos al catolicismo y al judaísmo ortodoxo, pero lo hizo en el marco de un país católico y en una geopolítica en la que Israel, ahora “Estado judío”, masacra pueblos sin ningún tipo de respeto a los derechos humanos. ¿Justifico aquí la ablación de clítoris y la burka? Bajo ningún concepto. Sólo me parece que hay que estar atent*s sobre qué se convierte en objeto de humor y qué no. ¿Hacemos humor con la bota o con el/la aplastad*? Las críticas de Charlie Hebdo contra el fundamentalismo islámico son necesarias; la pregunta es: ¿de qué modo esas críticas no refuerzan la conformación del Islam como la nueva barbarie contra la que se mide el Occidente “moderno”? ¿Se pueden leer las tapas de Charlie Hebdo donde critican todos los fundamentalismos en el mismo registro en el contexto (sí, contexto) actual?
Yo estuve en Ginebra con motivo de la revisión de la Conferencia de Durban, donde se revisaba la aplicación de la resolución que varios países, entre ellos el nuestro, habían suscripto en Sudáfrica. Allí, en el paquete edificio de las Naciones Unidas, vi cómo el bloque europeo, que hace rato quiere hacer naufragar esta conferencia (EE.UU. e Israel ya se fueron en su inauguración por no soportar la presencia palestina) porque su profundización implicaría, por ejemplo, avanzar con la reparación a Africa por las secuelas del sistema esclavista, se retiró del recinto cuando el delirante ex presidente iraní Mahmud Ahmadinejad iba a hacer uso de la palabra y Holanda, cabeza de la vanguardia de retiro, decía que no quería convalidar a un presidente “homofóbico”. ¡No en mi nombre, estimado continente! Sólo la presencia del bloque de América latina y el Caribe, Africa y Asia aseguraron que no cayeran las negociaciones de una conferencia enclenque, pero que es algo mejor que nada. Y al negacionista Mahmud le respondió el embajador argentino en su propia cara; no sólo atacó su antisemitismo y negacionismo de la Shoá sino que también nombró todas las formas de discriminación que la conferencia estaba dejando afuera: diversidad sexo-genérica, personas privadas de libertad, entre otras. ¡Eso es democracia, Europa!
La población lgbt y las mujeres no la pasan nada bien en algunos países islámicos. Tampoco en otras naciones de diversas religiones: el pentecostalismo africano quema putos vivos, y las africanistas que no permiten que mujeres o gays hagan su camino de Ifá, es decir, su consagración religiosa superior, compiten por el siniestro podio. Sólo basta recorrer los países donde todavía la pena de muerte pende sobre nosotr*s. Y como el imperialismo es hábil, creó un concepto que much*s suelen confundir con “derechos humanos”: me refiero a “human security”, concepto que abarca la vulneración de derechos de las mujeres, lgbt, “minorías” y otros grupos como pretextos para una invasión. Claro, pretexto: porque las razones son siempre la industria armamentista, el petróleo y otros recursos naturales. Esto es algo que Judith Butler, una intelectual que tuvo el coraje como intelectual judía, lesbiana y neoyorquina de entrar al BDS, es decir, a la iniciativa internacional de boicot a Israel, la que con su pluma implacable nos alerta que “los debates sobre la política sexual se asocian invariablemente a la política de las nuevas comunidades migrantes, puesto que se basan en las ideas fundacionales de cultura que precondicionan la asignación de derechos básicos”. Por esto no fue casual que en el año 2006 la candidata “socialista” Ségolène Royal y el derechista Nicolas Sarkozy cerraran filas políticas y dijeran que los disturbios de 2005, donde se quemaron coches por parte de jóvenes desempleados, fueran producto de un deterioro en la relaciones familiares entre los migrantes: todo un canto al más conservador de los familiarismos que Benedicto XVI consagró en sus exhortaciones apostólicas.
Butler no defiende el Islam así como critica al Estado judío. Pero muy inteligentemente nos advierte sobre los posibles usos de nuestros reclamos en una narrativa de una pretendida guerra de “civilizaciones”: ahora resulta que una institución misógina y machista como las fuerzas de seguridad tercerizadas de Guantánamo “resocializan” musulmanes varones, obligándolos a toqueteos mutuos y fellatios. O arrancan el velo a mujeres musulmanas en Abu Ghraib para hacer circular instantáneas que pretenden “comunicar” liberación. Los musulmanes están siendo configurados como el abyecto externo contra el cual el “moderno” Occidente justifica su superioridad mientras invade por recursos y reactiva su industria armamentista y de la construcción, y paralelamente convierte a las comunidades migrantes islámicas en el blanco del odio, ya que se las pretende mostrar como la “emasculación del Estado”. ¿Por qué ell*s deben gozar de derechos como la salud con nuestros impuestos? No sólo en la Argentina se debaten dos modelos. El capitalismo —que siempre está en crisis, pero nunca terminal como señala cierta izquierda— está en una nueva etapa de “culturización” en la que a mujeres y a l*s lgbti se nos pretende convertir en signos de una nueva evangelización modernizadora. Butler, alertando sobre las conquistas de nuestros colectivos como un paraíso encarnado para siempre, nos alerta a pensar “ahora” para que nuestra libertad no sea parte de una cultura que sancione formas de abyección y de odio de un Occidente tan monstruoso para tant*s. Por eso, ahora, no en mi nombre. Je ne suis pas Charlie.
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