Vie 13.02.2015
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MAMITA QUERIDA

La llegada de un nuevo disco de Madonna (acaba de aparecer el decimotercero, Rebel Heart) siempre augura multiplicidad de reacciones mariconas. ¿Por qué será? Reina que resiste su largamente anunciado ocaso, se enfrenta como torero y como cornuda a un set de prejuicios bien resistentes aun entre las pretensiones más progres: es una mujer poderosísima, política y sexualmente extrovertida y, lo que parece más grave, pretende seguir pisando los escenarios semidesnuda a los 56 años. Este compendio esencial de los puntos que sustentan el amor entre Madonna y los raros del mundo es también una posible respuesta a la pregunta sobre qué se entiende y qué se entendió por cultura gay, y qué filiación existe entre el pop, el puto y el pueblo.

› Por Ignacio D’Amore

Resulta abrumadora como tarea enciclopedista la perspectiva de elaborar un catálogo de argumentos y razones por los que el romance dulce entre Madonna y los putos ha conseguido atravesar (más bien, definir) épocas y moldear conductas. Uno recapitula y aparecen imágenes emblemáticas que constituyen el código genético de muchos de nosotros, como el bustier cónico de la gira Blonde Ambition (aunque en rigor todo ese show era un increíble puterío de hora y media); aparecen las cruces en llamas y el éxtasis místico-erótico de “Like a Prayer”; y por qué no también los destellos de afectación latina que van desde “La isla bonita” hasta el clip de la reciente “Living for Love”. Continúa el agobio: está el beso envenenado a Britney y a Christina Aguilera en 2003; está la arenga que detona “Express Yourself” desde sus acordes primeros; está el clip sadomaso para “Human Nature”. Están las múltiples encarnaciones, las Madonnas versionadas aludiendo a grandes divas, o la que impuso la moda cowboy cuando editó el disco Music. Son demasiados los argumentos e incontables los puntos de contacto entre su carrera, que supera las tres décadas, y la cultura gay.

Resistencia y reinvención

Empezaremos entonces por uno de los últimos episodios, al menos hasta el cierre de esta edición, en esta historia maricona que nos sigue imantando a la reina del pop. En la entrega de los premios Grammy del domingo último, Madonna ofreció la primera interpretación en vivo de su último single, “Living for Love”, poseída de matadora en traje de luces corto bermellón y negro, y rodeada de varias docenas de minotauros danzantes. La situación más reproducida de la noche, sin embargo, no tuvo lugar sobre el escenario sino en la alfombra roja, cuando Madonna llegó a la entrega luciendo una variante del estilo torero y tuvo que acomodarse la falda debido a un aparente problema de vestuario, mostrando de paso la cola a los fotógrafos. Shock: a los 56, aún se anima a provocar exhibiendo su cuerpo, que por otro lado ya es algo así como un bien de uso público desde que hace más de dos décadas editara el libro de imágenes y textos eróticos SEX. Es esta voluntad de causar conmoción al transmitir su mensaje la que la acerca a los putos como si nos conociera desde siempre. Son las ganas de armar un poco de revuelo, de hacer que el resto de lxs presentes se digan entre sí por lo bajo: “Miren, ya llegó la liera”. (Papa Francisco: ¡esto es lío!)

Así como a lo largo de su carrera se ha dedicado a agitar nociones de toda índole –religiosas, sociales, políticas, sexuales, de género, y más–, la Madonna que hoy existe es, desde hace algunos años, una destructora de las fronteras que limitan lo que solemos llamar “juventud”. Ella está dispuesta, y qué bien hace, a seguir mostrándose como la mujer dominante y sexual que es, ya sea por impulso o por utilidad, en su entrada a una entrega de premios o posando en topless para una producción de fotos. La resistencia general sigue firme ante esta etapa de la carrera de Madonna, incluso más que cuando el sangriento video de American Life tuvo que ser retirado del aire televisivo después de una oleada de salvaje nacionalismo yanqui en pleno conflicto con Irak. En ese caso tuvo que vérselas con sus compatriotas; ahora todo el planeta la señala.

Uno de los costados innegables del paso del tiempo es la distancia cada vez mayor entre ella y las generaciones nuevas del público que consume música y paga tickets, un nicho que desde que inició su carrera vio disminuido su promedio etario drásticamente y al que desea satisfacer por todos los medios. Esa distancia le viene causando hace ya tres discos una confusión de darkroom en las influencias musicales que escogió para cada caso. Otrora pionera y visionaria en sus elecciones, en Hard Candy (2008) capturó a Timbaland y Pharrell, productores de hip-pop con hartos éxitos en su haber, pero ya en ese entonces demasiado escuchados; MDNA (2012), a pesar de ser el mejor título de un disco en toda la historia del sonido, terminó por ser un desparejo amasijo electro pop sin una línea sólida; Rebel Heart, desde los primeros leaks en diciembre hasta la versión definitiva que hoy se conoce, carece de hits y suena alarmantemente chato.

Líneas sucesorias

De las popstars que ocupan la escarpada brecha existente entre Madonna y el público sub-25, Lady Gaga es la única que por ambición, talento como compositora e inteligencia en sus declaraciones logró acariciar por un buen rato el cetro real. Sin embargo, el atrevimiento que demostró al copiar parte de “Express yourself” en la melodía de “Born this way” hizo que Madonna reaccionara y la desmenuzara a fuego lento, llegando incluso a versionar parte del tema de Gaga en su gira de 2012. La disputa entre ambas es comidilla de maricas desde hace años, y cada nuevo capítulo suscita toda clase de debates y conjeturas.

Otras divas pop de relevancia mucho más reciente que son banda sonora de putos teen y no tanto, como Lorde o Miley Cyrus, pueden estarle agradecidas por haber sido una popstar pionera en la toma de partido en debates sociales y políticos. Es más: su cuerpo de obra ayudó a abrir discusiones álgidas de diversas clases, y sigue haciéndolo, aunque en menor medida. Así como Gaga ha peleado desde siempre por la igualdad de las minorías, principalmente las sexuales, otras divas flamantes se manifiestan, por ejemplo, sobre tópicos de derechos civiles, entre otros temas antes ajenos al horizonte de opiniones de una estrella del pop. Es más: hoy es esperable que una figura de estas características se exprese políticamente. Téngase por caso a las raperas Azealia Banks e Iggy Azalea, que se trenzaron tweet tras tweet después de que la primera (afroamericana, nacida en Harlem) le reclamase a la segunda (blanca, australiana) no haber emitido parecer alguno luego del asesinato del joven afroamericano Michael Brown en manos de un policía blanco. Estas son las voces a las que hoy prestan atención muchas de aquellas personas que en no demasiado tiempo más habrán adquirido el poder de producir y profundizar cambios a nivel sociocultural.

La voz que nos orienta

No es Madonna quien les habla a esos gays, aunque mucho se encapriche en querer hacerles llegar su mensaje. La “cultura gay” como se la conoció durante años y hasta hace no tanto, a estas alturas ya deschavada en su anacronismo, fue durante al menos dos décadas fuente de información y a su vez destinataria de material por parte de Madonna. Es que una de las claves del buen funcionamiento del pop es el feedback incesante entre lo que la gente necesita consumir y lo que la industria pretende vender, y esto es algo que ella comprendió, aun con altibajos, desde muy temprano en su carrera y hasta mediados de los años 2000. Recuérdese por ejemplo la genial perspicacia con que, en 1990, tomó para sí el surgimiento del voguing en los ballrooms de los barrios neoyorquinos de afroamericanos y latinos pobres, convirtiéndolo tan luego en destello histórico para la comunidad cuando lo volvió furor entre todas las maricas del mundo que no tenían idea de su existencia.

Mucho más tarde, en 2005, tuvo el atrevido gesto de escribir personalmente una misiva a los miembros de ABBA para pedirles autorización y poder así samplear “Gimme, Gimme, Gimme”, con seguridad la canción más gay del cuarteto sueco –lo cual es muchísimo decir–, resultando en el temazo “Hung up”, cuyo estribillo posee una potencia tan mareante que resulta muy arduo escuchar la composición original sampleada sin silbar la letra que Madonna le cantó encima. Es decir, ella actuó una vez más como catalizadora cultural y de la iconografía pop más primaria, de modo tal que el contenido de origen fue transformado en algo nuevo y distinto, volviéndolo suyo, firmado por ella. Y si en estos dos casos hablamos de mariconadas primigenias como el voguing o el éxito de ABBA, los resultados respectivos vinieron a ser mariconadas al cuadrado. Hay muchos más hitos de la cultura popular que Madonna volvió obra propia: la figura de Marilyn y su secuencia en Los caballeros las prefieren rubias, vuelta video de la canción con que la prensa preferiría apodarla a partir de entonces, “Material Girl”; la androginia sugestiva de Marlene Dietrich, citada sobre comienzos de los ’90 en look y en preferencias sexuales; el papel de Evita en el conocido musical, rol por el que se dijo en muchas ocasiones que la monarca pop peleó un buen trecho; la diva disco Raffaella Carrà, referenciada en toda la era Confessions, o las mujeres de ABBA, que inspiraron a Jean Paul Gaultier para calcar el diseño de uno de los outfits de esa gira.

Mamá, no sermonees

Volvamos ahora a procurar una nómina, incompleta pero bienintencionada, de aquellos vínculos que durante veinticinco años sostuvieron en pie este templo de idolatría recíproca dada entre los putos y Madonna. Ella conoció muy temprano las pistas de baile de las discotecas gay y se sintió libre solamente allí, comprendiendo con instinto que era ése el ámbito en que se darían los pasos evolutivos de mayor importancia en la música pop venidera; son esas mismas pistas las que musicalizó con himnos en los que habló de amor y desencanto, de la obsesión por lo material y la obsesión por lo espiritual, de virginidad acalorada, de sexo anónimo, de derecho al aborto. Se dedicó a señalar a la Iglesia Católica en épocas en que hacerlo podía costarle un arresto, como estuvo a punto de ocurrir en más de una ocasión. Se pronunció desde las etapas más tempranas de la epidemia de VIH/sida, promulgando la prevención y condenando la estigmatización de la población homosexual. Mantuvo el pulso firme sobre aquello que ebullía en las subculturas y lo volvió espectáculo masivo, eligiendo bailarines en discotecas o favoreciendo a productores musicales casi desconocidos.

El ocaso de la cultura gay y el arribo al mercado de consumo de las generaciones criadas en la era Internet, no obstante, la vienen descolocando hace rato, a veces de manera vergonzosa. Es incomprensible que ya haya pasado casi una década desde la última vez que convocó a un músico dispuesto a crear para ella un sonido que la empape de relevancia (que no es lo mismo que forzarla a innovar en falso). Su equipo de management actual no sabe contener situaciones como las filtraciones recientes: el disco masterizado completo está en la red hace más de diez días y, sin embargo, la versión oficial aún no puede adquirirse en iTunes. Y mejor no hablar de Madonna y las redes sociales, a las que se sumó muy tarde y con torpeza casi imperdonable, y que fueron plataforma de exabruptos dignos de una millonaria quejosa, como cuando el leak de algunos demos y de fotos sin retocar la llevó a decir en un post de Instagram (que luego eliminó) que se sentía “violada” y que lo acontecido no era otra cosa que “una forma de terrorismo”. Todo esto pocas semanas antes de publicar, en la misma cuenta de la misma red social, la infame frase “Je suis Charlie Hebdo” post-ataques a la redacción de la revista francesa. Con el aparato promocional funcionando a toda potencia entre apariciones y entrevistas, eso sí, recurrió a la popular aplicación de levante Grindr para premiar a cinco trolos afortunados que podrán chatear con ella (!!!) si salen sorteados después de subir una foto suya emulando la tapa del álbum.

Basta de enojo y quejas. Este artículo concluirá con una breve reflexión personal de quien escribe, en un intento final de hacer honor a la estrella pop de mayor influencia en la historia junto con Michael Jackson. Un día después del último show que Madonna ofreció en 2008 en la Ciudad de Buenos Aires con su gira Sticky and Sweet, fui a visitar a mi madre, quien inmediatamente después de saludarme con un abrazo me preguntó: “¿Y qué tal estuvo la Reina?”. Fue en ese instante cuando supe, más claro que un rayo, que Mami no hay una sola.

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