Viernes, 20 de febrero de 2015 | Hoy
RED DE REDES
La campaña de los calzones Narciso apunta al corazón (¿o al músculo?) de la vida loca.
Por Franco Torchia
En la cumbre del aparato ideológico antirreivindicacionista en materia de diversidad sexual, la irrupción “youtubera” de la campaña publicitaria verano 2015 de la marca de ropa interior masculina Narciso constituye quizás el hito más contrarrevolucionario de las conquistas urdidas en la Argentina durante los últimos años. La gravedad simbólica del spot, publicado en noviembre pasado en el canal oficial de la etiqueta, es susceptible de ser sintetizada en dos sentencias insuperables del homofóbico Ricardo Fort: “No creo en la pareja entre hombres ni en el matrimonio gay” y “Si me gusta un hombre, quiero que sea hombre, bien macho”. Si bien desde hace 14 años la maniobra publicitaria narcisista siempre fue la misma, la trusa bultera confeccionada en nylon furioso o algodón preseminal, con colores símil peatonal bonaerense de neones encendidos, montada en cuerpos con depilación definitiva, piel encerada, musculación “a la chippendeale” y espíritu de “acompañante de nivel ejecutivo”, su objetivo “mataputo” es ahora alarmante: a Lucas lo despierta una llamada entrante. La caja de forros está abierta: pasó la noche con una mujer y con otro hombre, pero ha sido éste un trío de “reminiscencia heterosexual”. La presencia femenina aminora la potencia homoerótica del encuentro, porque los varones se saludan cómplices. Cancheros. Son putos indirectos, putos oblicuos, gays extramatrimoniales cuya cotidianidad política incluye biking, running y música electrónica (suena Flo Rida con “Good feeling” y resulta que hay en el aire una sensación que nunca antes se tuvo): es la celebración de la soltura en versión descompromiso afectivo. Ellos aparentan ser todo lo que se puede ser entre hombres: amigos. Barra de amigos de joda, joda en boxers, porque aparecen otros tres y la pasan divino en la pileta del “gay friendly” Axel Hotel de San Telmo, con protector solar de efecto mate. Son los inolvidables “gatos” de Fort. Mientras tanto, en el cuarto del comienzo, ella despierta, se levanta y se va, no sin antes llevarse de souvenir un Narciso original con impresiones de comics (para el caso, la Virginia Gallardo o la contratada Violeta Lo Re, armarios a sueldo del chocolatero). El resto es travesura chonga: el quinteto torneado se salpica, se tira “bomba” al agua e improvisa un partidito de water polo con los trajes de baño y los calzones que se sacaron. Después se duchan, lentamente, al aire libre: paulatino hidrolavado de pelvis y ninguna imagen explícita. Hasta ahora, tres colas masculinas, de lejos: “Un año más con Narciso, estoy muy contento”, dice el protagonista del video en el detrás de escena. Un año distinto, sin embargo, ya que él mismo, en campañas anteriores, supo ser vaquero con secreto y con montaña, amante ocasional con bata de seda borravino, campeón olímpico de natación y embanderado hincha de la Selección Argentina. En año electoral, la novedad es el retroceso: por las dudas, la ampliación del target. El producto destila homosexualidad pero deja atrás la sectorización: para los transeúntes atentos, la marca fue durante años la de la foto del bóxer elástico blanco con dos manos de hombre estampadas en negro en cada cachete de la cola de un patova. Es decir: hombre contra hombre. Ahora, la mixtión: vínculos opacos para una fiesta cuya única constante históricopolítica es la exhibición de un armatoste de cadena de gimnasio. Antes, sólo el cuerpo era imposible. Ahora, también, son inviables las relaciones deliberadas de esos cuerpos. “Nos vemos el año que viene, si Dios quiere”, dice Lucas en el backstage.
Dios nunca nos quiso.
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