EL ACTIVISMO FRENTE AL ESPEJO
La militancia lgbti, cada vez menos solitaria y cada vez más integrada a la realpolitik, va consiguiendo muchas metas que parecían imposibles. Ahora, ¿qué ocurre con los llaneros solitarios y sus trapitos sucios? ¿Deben salir al sol? ¿Bajo qué sol? La autocrítica como una luz en el camino.
› Por Alejandro Modarelli
En el origen, el universo político lgbti posdictadura pudo fabricarse para sí un relato de inocencia, que coagulaba bien con la épica de todo el colectivo (siempre echando luz más allá de sí mismo, como cuando se afirmaba en proclamar su deseo de todas las libertades). Apenas si existieron más tarde ofertas partidarias a alguno de los pocos líderes visibles y mimados; pienso en la alianza entre el Carlos Jáuregui de Gays DC y una casi desconocida Democracia Avanzada a mitad de los noventa. Esos espacios emergentes poseían, por suerte, esa dignidad propia que confiere lo escaso y lo no remunerado. El star system era menos de neones que de callejón de los sueños, y la estrella brillaba pero a partir de un consenso.
Poco después fueron llegando a los grupos, que se iban ramificando, los subsidios para la lucha contra el VIH-Sida y para otros programas menos estridentes, por parte del Estado y de órganos internacionales. Quizá diga algo impropio: no solamente con el baño de capital sino también con el proceso de salida autorreferencial del closet, creo, aparece también el espíritu del aventurero profesional, aquel que busca cierta autonomía para proyectos personales exitosos por fuera de las instituciones, y por fuera de un mundo y un pensamiento en común.
El aventurero suele ser una figura atrevida y con carisma; pero si algo lo define es su carácter de paria y de narciso. Los aventureros rivalizan entre sí, y llegado el caso se alían sólo para dar impulso al motor que los llevará a cada uno a su destino calculado, como si fuesen jugadores solitarios enamorados sólo, y apenas, del juego. Su manera de vivir con la ausencia de un sistema, con la alegría y la tensión del azar, se convierte pronto en un sistema organizado de vida. Su profesión se desarrolla siempre en soledad y frente al espejo. Eso, me parece, explica al menos algo de lo que vino sucediendo este último tiempo dentro del universo político y mediático lgbti, depronto arrebatado por la violencia recíproca de los aventureros. Todos se fueron convirtiendo en dobles miméticos.
Alguno ve ahora derrumbarse su carrera política dentro del Frente para la Victoria no sólo por los rumores de su mala leche y falta de escrúpulos, sino sobre todo por su irredimible estupidez. Otro supo edificar en el PRO un albergue para su ambición de marica zona norte, a conciencia de que las figuras de su partido votaron casi todas contra leyes fundamentales para el colectivo, y que de llegar al poder nos tatuarán la diferencia con un precio de compraventa. Por último, está el aventurero que en la ebriedad del juego propio desató en su blog de TN el secreto peor guardado de la primera pareja gay en casarse, y de la primera de lesbianas, todos ellos kirchneristas. Escribió que en realidad no eran pareja, ni lo habían sido al momento de casarse, sin importarle las consecuencias. Basta con leer los foros de los diarios que llevaron la inexplicable noticia a las primeras planas, y con escuchar comentarios de oficina para comprender que el efecto fue la deslegitimación —a través de identificar la parte con el todo— de la militancia lgbti, y de forma subsidiaria la banalización de la lucha por el matrimonio igualitario. El multimedio sacó provecho en su guerra contra el Gobierno y el bloguero gay consiguió breves frutos de fama.
¿Había que callar? En todo caso, se deberían haber elegido otros motivos de denuncia, menos berretas. Y otras geografías mediáticas. Si es que lo que interesaba era producir debates hacia adentro de la comunidad. Pero en la crisis de dobles, en el juego peligroso, se confunden amigos y enemigos. Por eso fue balsámico entrar al perfil de Facebook de César Cigliutti, de la CHA. Ahí se respondió al cataclismo con la imagen de muchas de las parejas casadas, por amor y en algunos casos también por responsabilidad histórica. Una manera de comunicarse, digo, a partir de la cual es posible distinguir entre el aventurero paria de la pequeña diferencia y el militante de lo colectivo. Porque no todo da lo mismo.
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