Viernes, 6 de marzo de 2015 | Hoy
A LA VISTA
La discriminación casi caricaturesca de una profesora de natación que no permite que nade en su piscina una niña que tiene dos mamás es apenas una señal de muchos otros prejuicios enquistados en palabras, actos y presunciones automáticas de heterosexualidad. ¿De qué modo continúan a flote esas violencias a pesar de que la Argentina cuenta con una ley de matrimonio igualitario desde hace más de cuatro años? Aquí, algunas pequeñas —y grandes— malicias lesbofóbicas de la vida cotidiana, cómo detectarlas y qué hacer frente a esas aguas turbias.
Por Paula Jiménez España
Francesca no tiene dos años y ya fue discriminada, pero todavía no lo sabe. Lo sabrá cuando sea más grande y Andrea Rivas y Sabrina Calabrese, sus mamás, se lo cuenten. Porque ninguna de las dos proyecta ocultarle su historia. Ese tipo de salidas amnésicas a situaciones traumáticas resultan propias de otras épocas nefastas, en las que el silencio tenía chapa de salud. Pero, culturalmente, las cosas han cambiado mucho en estos años, aunque la maestra de natación Patricia Cirigliano, recibida de psicóloga en 1976, no se dé por enterada.
Dieciséis años antes, en 1960, cuando Lacan no había creado aún la Escuela Francesa de París y el Muro de Berlín todavía no era un muro, Cirigliano elaboró y registró como suya la “matronatación”, un concepto acuático-psicoanalítico o una psicoterapia que hace agua y que no parece haberse visto ni remotamente afectada por las teorías de género ni por las evidencias del mundo actual. Esta práctica terapéutica, que es su sello distintivo y que en la página web se presenta como de avanzada (la suya es la “Primera” Escuela Argentina de Natación para Bebés), busca asimilar, con increíble literalidad, un natatorio con una placenta materna. Las mamás de Francesca ignoraban cómo eran de rígidas las cosas hasta el día en que Andrea llamó a Cirigliano para inscribir a su hija. Tras comunicarle que la suya era una familia diversa, Rivas recibió, en masculino, una respuesta de Papa: “Estamos fritos”, dijo la señora para referirse a las mujeres implicadas en el asunto. “Fue fuerte porque cuando por teléfono me dijo que mi hija no iba a poder ingresar a la pileta porque tenía dos mamás, corté y me quedé perpleja. Recién pude verbalizarlo como tres horas después. En ese momento no se lo pude contar ni a mi esposa. Si bien nos habían pasado temas durante el embarazo, como comentarios incómodos en la sala de partos o en el curso de preparto, donde no sabían cómo integrar a la madre que no es la biológica, nunca nos pasó una discriminación tan brutal.”
En la breve aunque inolvidable charla que Andrea Rivas mantuvo con la directora, se vio obligada a escuchar cosas que muchas personas no dirían, siquiera por prudencia o hipocresía. Cirigliano, que parece ser una señora que no se queda con nada adentro (salvo con las cuotas), le dijo que “lo lógico y natural” sería que la nena tuviera un padre y una madre, y que se le estaría causando un daño si de la clase participase alternativamente una mamá o la otra. Andrea no la mandó a freír churros, pero organizó una reunión junto con María Rachid y José Machaín en la que Cirigliano no se animó a dar la cara. En su lugar fue su hermana Norma. Sí, se llama así. Créase o no, aquí se confirma la teoría no siempre acertiva de Freud —“nombre es destino”— dado que las hermanas Norma y Patricia encarnan ya desde su identificación en el DNI los valores de la normatividad y el patriarcado (¡y como si esto fuera poco, montaron su negocio en la calle “Soldado” de la Independencia!).
“Vino Norma y fue una reunión que se hizo muy pesada, porque seguía en la postura de su hermana. Y ahí explicó que el método está basado en los roles y la idea es desarrollar el vínculo intrauterino. Los padres tampoco pueden entrar. Los que van, van a mirar”, cuenta Andrea. A ver: según puede deducirse de la teoría de Cirigliano entonces, el paraíso prenatal del “útero materno”, reeditado en el agua, a nivel inconsciente se corresponde únicamente con el de la madre biológica y en ese caso no sólo no podría participar de la práctica la otra madre o un padre, sino que unx niñx adoptadx no es aptx para esta experiencia o lo haría de modo deficiente. Pero la literalidad no es su única obsesión, porque la del binarismo le anda pisando los talones: “En lo que más insistió en esa reunión fue en quién hace de mamá y quién de papá —continúa Andrea—. Le dijimos que nadie. Pero el tema de la comaternidad no le entra en la cabeza”. Uno de los servicios que ofrece la Cirigliano’s School es un Programa antitrauma / antipánico acuático para bebés y otro para adultos; ofertas que, a todas luces, resultan paradójicas considerando que el principio discriminatorio que gobierna el proyecto provoca aquello que con estos programas dice combatir.
Hace un año, cuando Daniela y Marina quisieron donar el cordón umbilical de su hijo, no pudieron. Valentín recién había nacido y sus mamás leyeron la prohibición en la página web del Hospital Garrahan. “El embarazo no puede ser el resultado de una donación de semen”, se explica allí del modo más sintético. Un tiempo antes, cuando Daniela se hizo la primera ecodopler durante el embarazo, fue atendida por un ecógrafo que sacó rápidamente sus conclusiones de la imagen. “Es muy inteligente el nene —aseveró el hombre—, como el padre.” “No hay padre”, dijo Daniela dejándolo al machista de una pieza. Esa fue una de las primeras veces en que ambas se enfrentaron al prejuicio profesional que sostiene una presunción de heterosexualidad (e inferioridad femenina en este caso) que más tarde verían replicada en los papeles de una burocracia incapaz de aggiornarse a los tiempos que corren y contra la que deben lidiar continuamente. Cecilia y Verónica dan fe de la persistencia de este sistema, que no sólo le ha impedido a Kafka entrar a jugar con todas las de la ley. En la papelería interna del jardín, con la que autorizan a su hijo cotidianamente a las diferentes actividades, tienen que seguir tachando la palabra “padre” cada vez. A nivel personal, lo único que estas madres han podido conseguir en estos años es que los encabezados de las notitas enviadas por las maestras salgan con la palabra “Familias” y no “Padres”. Es que una ley no puede implementarse si no se la actualiza a todos los niveles prácticos que la implican y por eso su derogación no alcanza para que lo que tiene que cambiar, cambie: denuncias, peleas y modificación de una burocracia no representativa, bienvenidxs. Si no las cosas tenderán a seguir como en el año de Ñaupa, es decir, como en el 2001, cuando Patricia Cirigliano dio uno de sus primeros “Estamos fritos” a una pareja de lesbianas que recién hoy, tras la difusión de la discriminación sufrida por Francesca, dio a conocer su experiencia: su hija de tan solo 3 años había sido terminantemente expulsada por la señora Patricia de las clases de natación para bebés. “A la hora de denunciarlas, ellas tuvieron miedo a no ser entendidas y prefirieron no hacerlo. Y lo comprendo. Ahora es distinto. Pero si hay gente que se queda ahí es importante que se mueva y denuncie para que no siga pasando más. Pienso que si seguimos peleándola, para cuando nuestra hija tenga veinte años no te vas a encontrar con un formulario que diga ‘mamá y papá’, sino ‘progenitorxs’. Dentro de los materiales didácticos o formularios es todo heteronormativo por ahora. Tener un hijo es un proyecto con mucho sacrificio —los tratamientos los tuvimos que pagar nosotras, porque se dio antes de la Ley de Fertilización Asistida—. Y siempre deseamos que Francesca tuviera amigxs con dos mamás o papás para que pueda afianzar su familia. Siempre estamos fijándonos que no la vayan a dañar por estas circunstancias, pero ahora nos ocurrió y nos damos cuenta de que no está tan lejos. Queremos luchar para que esto no vuelva a ocurrir. No importa el tiempo que lleve”, dice Andrea entre el dolor y las fuerzas impetuosas que aparecen en los momentos más difíciles y que, sobre todo en un país como el nuestro, ha tornado a las madres invencibles.
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